Por Verónica Serafini - Twitter: @veronica_serafi
El optimismo que este desempeño debe ser contrastado con las condiciones previas a la pandemia, de manera a tener una perspectiva más real de la situación a corto plazo. Más allá del PIB, otros indicadores económicos como los relativos al empleo proporcionan una mejor idea de éxito o fracaso, ya que estos permiten acercarnos a las condiciones de vida de las familias y a la autonomía económica de las personas.
Paraguay fue uno de los países de mayor crecimiento económico en la región medido por el PIB. Desde 2003 viene creciendo ininterrumpidamente, salvo leves caídas en 2009 (-0,3%) y 2012 (0,5%) seguidas de un importante repunte de 11,1% y 8,4%, respectivamente, que contrarrestaron el desempeño anterior.
Si consideramos los años recientes —2008/2019—, el crecimiento promedio fue del 4,2%; sin embargo, el mercado laboral presenta no solo problemas persistentes, sino una profundización de los mismos en algunos indicadores.
Los ingresos laborales aumentaron en el periodo alrededor del 2,0%, bastante menos que el PIB. En el último quinquenio se redujeron en 1,1% a pesar de un crecimiento promedio del 3,4%. Por otro lado, una importante proporción de la población ocupada no logra ganar ingresos adecuados para solventar una vida digna.
La pobreza se estancó afectando a un cuarto de la población, mientras que el 40% de la población de menores ingresos apenas logra ganar con su trabajo alrededor de la mitad del salario mínimo.
Este 40% (quintil 1 y quintil 2) de la población ubicada en los estratos de menores ingresos redujo la proporción de sus ingresos con respecto al salario mínimo de un nivel máximo del 60,9% en 2013 al 49,7% en 2019. Es decir, en 2013 tenía un ingreso laboral equivalente al 60,9% del salario mínimo, mientras que en 2019 lograba ganar solo la mitad.
Este indicador —ingreso laboral— es fundamental para el bienestar de las familias, ya que el 85% de los ingresos de los hogares tienen como fuente el trabajo de alguno de sus integrantes.
Una consecuencia directa del crecimiento es el empleo y por esa vía de los ingresos. Sin embargo, también se espera que los puestos sean de calidad de manera que el trabajo no solo genere ingresos, sino también seguridad económica y condiciones para la satisfacción personal.
La informalidad
La informalidad es una de las características más importantes del mercado laboral, situación que no cambió a pesar del alto nivel de crecimiento económico. Dos tercios de la población ocupada (no agrícola) se encuentra en dicha situación, lo que equivale a más de 1.700.000 trabajadores/as, una cifra que ha venido creciendo en valores absolutos y relativos a una tasa promedio del 3,2% anual.
A la informalidad se agrega el desempleo (personas dispuestas a trabajar, pero no consiguen empleo) y el subempleo (personas que están dispuestas a trabajar más horas). Alrededor de 450.000 personas se encontraban en esta situación en 2019, que al igual que en el caso anterior muestra un crecimiento a pesar del buen desempeño del PIB.
Todos estos indicadores empeoraron con la pandemia entre el primer y segundo trimestre de 2020, con una recuperación en el tercer trimestre. La pregunta que debemos hacernos teniendo en cuenta las condiciones previas al coronavirus es si debemos valorar positivamente la vuelta a la “normalidad” o necesitamos hacer una autocrítica sobre el rol del crecimiento en el empleo y bienestar de las familias.
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