05 jun. 2025

Cuando los locos guían a los ciegos

Por Arnaldo Alegre

El nacionalismo es como el alcohol. Bajo su influencia, unos se tornan dicharacheros; otros, estúpidos, y unos pocos, violentos. De estos, los primeros son tontos, pero soportables; los segundos son directamente insufribles, y los terceros, delirantes y absolutamente peligrosos.

El problema es que estos últimos, por su acerada irracionalidad y la incombustible tozudez de su pensamiento enfermo, manejan a los festivos y a los orates. Es como dice Shakespeare, tiempo de calamidad es cuando los locos guían a los ciegos.

icono whatsappRecibí las noticias en tu celular, unite al canal de ÚH en WhatsApp

La victoria de Donald Trump es una muestra más de que se avecina una época de descarado individualismo. Donde primará la ley de sálvese usted mismo, y los países se encerrarán en sí mismos para tratar de encontrar soluciones a sus problemas. Aunque más no sea para responsabilizar a los demás de los vicios propios.

Es más, algunos especialistas ya hablan del fin de la globalización como concepto rector del mundo. Ahora más que nunca el mundo será ancho y ajeno.

Al fenómeno Trump hay que sumar la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea y la influencia cada vez mayor de la ultraderecha en ese continente. Al parecer ahora no se vota a favor de alguien, se vota en contra de alguien o de algo. Es el voto rabioso; es decir, totalmente irracional.

Es una etapa de crisis en que se busca desesperadamente cabezas de turco para expiar culpas reales e inventadas. Y las víctimas propiciatorias son los extranjeros, los distintos, los que no pueden defenderse, los que están acostumbrados a perder y que, excluidos de la sociedad donde nacieron, vuelven a ser violentados en tierras extrañas, que, como están las cosas, serán cada vez más extrañas para ellos.

Los compatriotas que residen en España atestiguan la vergonzosa humillación a la que son sometidos por quienes hace unas pocas décadas exportaban hambre y lloraban por ayuda.

Argentina también es otro caso paradigmático y mucho más doloroso, por la cercanía histórica. La xenofobia es patente y está enraizada profundamente. Se nota en las canchas, en las redes sociales y en desplantes diversos, sobre todo de los porteños.

El desprecio no es institucional, pues Argentina es amparo y reparo de generaciones de paraguayos. El desprecio es de la calle; no de todos, pero está ahí, como un virus inoculado por un falso complejo de superioridad, la ignorancia más supina y el asqueroso racismo.