Que ella era una “muchacha muy confundida” cuando todo ocurrió, es una de las expresiones que me llaman la atención de las declaraciones de Norma McCorvey, más conocida por su seudónimo Jane Roe, en dos entrevistas que le hicieron (una de ellas cuando recién iniciaba un proceso de cambio en su vida, ya muchos años después del caso judicial que la hizo famosa, al decidir alejarse de su trabajo en una clínica abortista de EEUU).
Era una chica que estaba pasando un momento difícil y quiso hacerse un aborto en Texas, donde estaba prohibido, sus abogadas la usaron para presionar no solo al Estado de Texas a admitir el aborto, sino incluso a la Corte Suprema. Hicieron de ella un caso político.
Norma se convirtió en la muchacha por cuyo sonado caso judicial se falló en la Corte Suprema del gran e influyente país del norte que las leyes de los estados que prohibían el aborto eran inconstitucionales, lo cual abrió las puertas a empresas abortistas como la Planned Parenthood (organización madre de la federación abortista IPPF), para potenciar su negocio y su influencia política.
Millones de niños quedaron sin protección legal en el vientre de sus madres. Es, digamos así, el efecto Roe.
Cambió mucho la sociedad norteamericana desde aquel juicio, dando paso a la instalación del lobby abortista y judicial más grande del mundo, por medio de aquella sentencia derogada con tino, argumentación legal irrefutable y valentía en este mes de junio del 2022.
Norma, sin embargo, pasó a segundo plano, y luego, según lo que ella misma contaba, salió del grupo abortista, no por heroísmo provida o por presión, sino porque quedó agotada en la clínica abortista donde trabajaba al colaborar con una industria fría a la que tantas chicas desesperadas acudían para escapar de un problema, y terminaban tristes y con profundas heridas existenciales, enlutadas, en condiciones aún peores de las que las llevaban a cometer ese acto.
Ella dijo que estaba harta de que el lobby que le llevó a la fama como Roe no la tratara como a la persona inteligente, capaz de pensar por sí misma y decidir su destino, que era Norma McCorvey.
Es algo que siempre me llama la atención del lobby abortista, no tiene reparos para manipular casos y mentir (recuerdo al médico Nathanson que daba detalles de cómo lo hacían en sus tiempos de militante abortista). “Ganar, ganar” es una mentalidad exitista que crece en tantos ambientes.
Desde mi punto de vista, con la anulación de aquel fallo no “ganan los provida”, ganan las muchachas que, como Norma contaba, viven experiencias de gran confusión.
¿Cuál es el límite para los que tienen lógica de poder? ¿Qué queda en el campo de batalla en el que convierten las relaciones sociales en su búsqueda de victoria política y éxito económico a como dé lugar? Quedan víctimas, ya sea del aborto, ya sea de la persecución que les acarrea manifestarse en contra del crimen.
¿Quién pensó en Norma cuando la convirtieron en Jane Roe? Ella dijo que no tuvo voz en ese juicio que también fue injusto para ella. Qué fuerte . Ella cuenta de que se hundió en la tristeza más profunda de la que solo en Dios encontró alivio.
No hay verdaderos ganadores en las guerras ideológicas. Creo que solo se puede escapar de esa locura por la vía del sano realismo. Es necesario denunciar el mal sistémico y ello requiere distinguir el mal, y distinguirlo requiere libertad de conciencia, y la libertad de conciencia es propia de un sistema cultural que valora la dignidad de la persona y, por tanto, requiere de la promoción de reglas básicas de convivencia y una educación que no censure la dimensión espiritual ni las preguntas últimas sobre el sentido de la existencia. Es profundo y urgente hacer estas consideraciones en tiempos de tan grandes transformaciones culturales.