02 ene. 2025

Cuatro ruedas contra dos

El irracional comportamiento de un conductor en la Costanera, días pasados, al embestir violentamente contra dos ciclistas en la acera, movió a un gran debate en las redes y los medios. No faltaron las también irracionales opiniones, echando la culpa solo a quienes circulaban en los biciclos, porque “no es la senda por donde debían transitar”.

La mayoría de las referencias eran una cuestión de forma, pero es importante avanzar hacia el contexto, relacionado con la incivilidad general que nos envuelve, al no contar con esas posibilidades reales aquellos deportistas y quienes quieren cultivar el ocio, dentro de áreas seguras, porque siempre está el peligro de que se los lleven por delante.

Los fallidos intentos de brindar espacio acorde a los ciclistas, mediante las dos bicisendas que fueron más bien disparadores de polémica, se centraron en la calle Iturbe, atravesando parte del centro, y en plena calle Palma. Pero solo concitaron rechazo general y terminaron en la nada, debido a la falta de una previsión y proyección que refleje una verdadera política ambiental y social.

Pareciera que toda iniciativa pública, sea del Gobierno Nacional o de la Comuna, adolece siempre de improvisación, de mala praxis y poco interés en el verdadero beneficio para la comunidad, y las decisiones se gestan entre gallos y medianoche, a espaldas de la opinión pública, quedando los emprendimientos a medio camino, los espacios desolados, las intenciones fragmentadas.

Está más que comprobado que la bicisenda gestada en la Costanera no cumple en la realidad su rol, porque el sendero también es ocupado por quienes quieren hacer caminatas, lo que deriva en permanentes desvíos de unos y de otros, en un espacio disputado por ambos antes que ser compartido. Una vez más cunde el “que se vean ellos, total los conductores circulan tranquilamente por las aceras correspondientes”, priorizando y beneficiando sempiternamente a quienes tienen vehículo, en detrimento de otras modalidades.

Lo mismo ocurre a gran escala en las calles y avenidas, cuando lo relacionamos con el atroz transporte público, que obliga a pensar una y mil veces en adquirir un rodado para no depender mucho del caos cotidiano a fin de llegar al trabajo o retornar al hogar. Siempre es la misma fórmula perjudicial a los intereses del bolsillo, y cuando se trata del peligro en las calles, también se suman la inseguridad y la manera animalesca de manejar de muchos, que arremeten por donde se les ocurre a la hora de ganar segundos para alcanzar su destino.

Reglas claras, generación de más espacios para las manifestaciones de recreación, respeto mutuo y mucha educación todavía están lejos de ser implementadas en medio de la maraña incongruente en que se convirtió la capital del país, donde aún impera la ley de la selva y el sálvese quien pueda.

Cuestiones de salud pública también están en juego a la hora de contemplar un panorama en que los espacios verdes y las necesitadas bicisendas van perdiendo terreno, en detrimento de puras edificaciones de altura o mismas estaciones de servicio, en un crecimiento caótico del mal llamado urbanismo, donde no se visualiza ninguna campaña por plantar más árboles o brindar sitios adecuados para que la gente pueda descansar en su circulación por la ciudad. Consecuencia: más calor, más tormentas que azotan todo a su paso y raudales que se llevarían hasta al rodado del desquiciado que atropelló a los pobres ciclistas días pasados.

Autoridades y ciudadanía deben redoblar esfuerzos para la creación de circuitos adecuados ante la práctica de ciclismo o caminatas, más arboledas y sitios seguros para el relax, panoramas más atractivos para que las personas sientan la verdadera apropiación de espacios públicos de valor, y no meros bancos y asientos roñosos y abandonados bajo el implacable sol. Solo así se dará un despertar armónico y dejarán de gestarse las culpas mutuas en el insulso debate sobre si cuatro ruedas valen más que dos, o viceversa.

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