El mensaje ha sido más que claro. Si las cosas se complican no lo defenderán, sino que por el contrario; lo empujarán al abismo sin que nadie llore su ausencia.
El escándalo de la mansión con vista al lago es casi indefendible. Se refiere a la misma como “su casa”, pero no tiene ningún título que lo demuestre con lo cual cae en las generales de la ley Zavala-Riera que sanciona de forma ejemplar a los ocupantes ilegales de tierras.
Un heredero afirma que el juicio sucesorio no acabó y que le agradece a Peña que haya construido la mansión de dos millones de dólares en “el patio de su casa”.
El que reivindica como suya la propiedad es un ex asesor jurídico de la Sindicatura de Quiebras que compró hace un par de años la propiedad de 14 hectáreas en 500 millones de guaraníes y que dos años después se lo vendió media hectárea al presidente por un valor superior a los 1.300 millones de guaraníes.
Se quedó con 13 hectáreas y media y con lo vendido ya recuperó la inversión y ganó casi el triple. Gran negocio para quien incluso mantiene la titularidad del terreno sobre la que el presidente ahora deberá demostrar quien pagó la construcción de la mansión de 2 millones de dólares.
Si fue él deberá agregar a su declaración jurada mostrando los recibos de pago y si no lo hizo se deberá conocer quién fue el que regaló la mansión y por qué razón.
Ante las preguntas molestosas, un enojado y pichado primer mandatario intentó eludirlas acusando al medio de comunicación y su propietaria de querer arrodillarlo a sus intereses.
Muy mala estrategia de comunicación y de respuesta que tuvieron que aparecer los perifoneros del sistema a pedir que salgan a defenderlo a cómo sea al acusado.
Peña armó una salida para Panamá y Suiza, reputados centros financieros en blanco y en negro, donde fue recibido por personajes marginales e intrascendentes.
La cuestión era huir hasta que otro escándalo sepulte al suyo. Hasta ahora no apareció y sus críticos internos aprovecharon la ocasión para decirle: “Cuidadito que no respondas a las críticas porque el escándalo ganará en volumen”.
El presidente sin apoyo político propio es recordado de forma frecuente en el entorno su rol dentro de la estructura y, el quincho desde donde emana el poder real, aparece de forma permanente como reafirmación simbólica que lo suyo es solo un poder subrogado.
Además de que pueden desprenderse de él cuando lo quisieran ablandando su ya frágil alianza de pequeños adherentes mientras su propia torpeza socava su propio pequeño entorno.
Hoy Peña se ha convertido en un factor corrosivo para sí mismo y lo veremos cada vez más doblegado en su falsa imagen presidencial. Sus contradicciones e incoherencias serán aprovechadas primero por sus propios compañeros de ruta que le reclaman porciones mayores en la “distribución de los panes” de la corrupción y que si no lo reciben cargarán contra él cuando puedan recordándole su condición de gerente.
Grave dilema hamletiano (ser o no ser) cuando sube todo para el ciudadano común que emerge de un largo verano de un enero sin lluvia, con grandes sequías e incendios en los bolsillos. Subió todo y el presidente exhibe impúdicamente una riqueza que no puede explicar su origen y menos su inversión. Todos le advierten con un cuidadito que ya no es solo de sus opositores sino de sus propios compañeros de ruta. Ya no quedan lugares donde viajar. Hay que quedarse y apechugar las consecuencias con todo lo que eso presuponga, incluso que no acabe su mandato.