Entramos de lleno en el proceso electoral, lo que significa que a los ciudadanos que no estamos involucrados en la contienda política, pero que sí nos interesa evaluar conscientemente las diferentes propuestas electorales, nos tocará de aquí al 30 de abril lidiar con el tedioso escenario del copamiento de una gran parte de nuestro tiempo y atención por escenificaciones mediáticas, discursos histriónicos, gestos y símbolos que requerirán un esfuerzo de interpretación semiótica y, dentro de ese ruido disonante, tendremos que encontrar la sustancia de propuestas concretas, necesarias y viables para el Paraguay.
Si bien hay que reconocer que la oferta electoral es más diversa y luce mejor que en otros periodos, al menos desde la estética tanto de la apariencia como de la prédica, salvo raras excepciones, aún no se observa mucho contenido. Pero para que el debate no se quede en la superficialidad de la estética y el acting, es necesario interpelar las ideas de los candidatos e identificar las restricciones, que la consistencia y viabilidad de las diferentes propuestas deberán respetar para no desbordar hacia el peligroso voluntarismo populista, en el que buena parte de la región ha sucumbido en experiencias recientes.
Y esas restricciones provienen desde la propia situación económica que heredará quien resulte electo. La pandemia ha devorado los márgenes de la política macroeconómica de los que tanto nos vanagloriábamos, por lo que una buena parte del esfuerzo deberá estar orientado a recuperar el superávit primario y converger a la ley de responsabilidad fiscal, estabilizar las ratios de deuda pública en niveles de sostenibilidad y acomodar la hoja de balance monetario de forma a preservar el déficit cuasifiscal en niveles adecuados. Todo esto en un contexto regional e internacional que luce altamente incierto.
Las necesarias reformas estructurales en las áreas económica, social e institucional chocarán con la restricción de un endeudamiento externo que está al límite de los umbrales de la capacidad de pago de nuestra actual estructura fiscal y que, por lo tanto, no tiene margen para crecer, por lo menos mientras no mejoremos la productividad de la economía y, por ende, el crecimiento potencial, que también fue afectado por los choques recibidos.
Cómo enfrentar la vulnerabilidad social, la erosión de los ingresos, la precarización del empleo, la baja calidad y cobertura de la seguridad social y del sistema de salud pública, la deficiente educación pública, la definición acerca del modelo de inserción internacional, entre otros desafíos, en un escenario donde las señales de recuperación del equilibrio macroeconómico afectado negativamente es clave para nuestra calificación de riesgo soberano, el esfuerzo de alcanzar el grado de inversión y la capacidad/condiciones de obtener nuevo financiamiento, tanto del gobierno como de los privados.
Esta es solo la primera recta de la carrera a la elección presidencial, pero el candidato que no explique con claridad, o al menos brinde las principales coordenadas acerca de cómo abordará estos desafíos en el actual contexto, podría hacer las veces de un canto de sirena, que podrá seducir a unos cuantos, pero que desilusionará muy pronto al chocar con las restricciones mencionadas o, de lo contrario, en un esfuerzo de voluntarismo económico, podría conducir al país hacia un camino de gradual pérdida de los equilibrios macroeconómicos y de rumbo –en materia de modelo económico– en general.
Cómo generar espacio fiscal con la actual estructura tributaria y la rigidez de gastos corrientes que arrastra el presupuesto público será uno de los grandes desafíos que pondrá a prueba la voluntad política, la credibilidad y la capacidad de construir consensos del próximo/a gobernante. Desde la política monetaria, tenemos un Banco Central que enfrenta un trade-off que exige balancear los esfuerzos por contener una inflación rebelde que carcome el valor de los ingresos, sobre todo de los sectores más vulnerables, y no contrarrestar competitividad necesaria para la reactivación de la economía. El escaso margen exigirá una banca central cada más fuerte e independiente.
En definitiva, hasta ahora parecería que la comprensión de los temas económicos no abunda entre la mayoría de los candidatos y, como consecuencia, se observa una preocupante ausencia del debate en esta materia en la campaña electoral. Ante esta limitación, deberían pasar señales que transmitan confianza, como por ejemplo explicitar quiénes son sus referentes económicos, porque más que nunca, en esta coyuntura que nos toca vivir, para que los discursos de campaña no se transformen en un canto de sirena, la famosa frase acuñada por la campaña de Clinton, para explicitar la centralidad de los temas económicos, adquiere singular relevancia.