Hubo un fuego inicial, un fuego que dio origen a una afición en la que ya lleva medio siglo. Aquel Bosque en llamas pintado por el artista –a la vez amigo, colega y socio– Ricardo Yustman fue la primera obra de arte que Daniel Nasta compró y pudo catalogar como suya. A partir de ahí, el deseo de seguir atesorando otras ya fue imparable. A lo largo de 50 años, Nasta ha ido eligiendo y adquiriendo piezas, dando cuerpo así a una colección que hoy tiene cerca de 7.000.
“Aquel fue el primer óleo de Migliorisi. Lo hizo cuando tenía 13 años”. “Ese cuadro que estabas mirando lo pintó Facundo Cabral”. “Estas son las primeras sillas del bar San Roque. Tienen más de 100 años”. “Esa pintura fantástica es de Krasniansky”. Recorrer con Daniel la casa donde tiene almacenada una gran parte de las obras que adquirió, es un paseo lleno de sorpresas para los sentidos. Él lo sabe y se enorgullece de eso, explicando los detalles que hay detrás de cada pintura u objeto.
“Mi decisión de coleccionar se dio sin darme cuenta”, explica. “Tomé conciencia, por ejemplo, de que cuando estaba un poco nervioso, iba a visitar una galería de arte y los cuadros me bajaban los decibeles de tensión”. Sus constantes viajes por el mundo le abrieron innumerables posibilidades de acceso a creaciones de grandes artistas del pincel: “Siempre que encontraba alguno que me gustaba, lo compraba”.
Se podría decir que esta afición es algo de familia. “Mi hermano tiene toda la colección de instrumentos de los Beatles, hasta la guitarra con la que John Lennon aprendió a tocar. Y mi hijo Rodrigo colecciona motos Honda. Mi padre tuvo una de las dos bibliotecas más grandes de la colectividad (la otra la tenía el doctor Emilio Fadlala)”.
Su madre también tuvo algo que ver en esto: era decoradora de interiores, le gustaba todo lo que tuviera que ver con la estética y les transmitió a sus hijos un sentido del arte. “Esos dos cuadros son de mi madre”, detalla Daniel, señalando las obras de su progenitora.
Miedos y emociones
Nasta percibe que por lo general, cuando las personas están frente a un cuadro, sienten como que deben rendir una especie de examen. “Parece que creen que tienen que dar argumentos sobre si esa obra es buena o es mala. Yo les digo: ‘Relájense, pónganse frente a la pintura y, si les parece bien, dicen que les gusta. Si no les parece bien, dicen que no les gusta. Y no pasa nada’. Yo creo que hay un cuadro para cada persona y no a todos les tiene que gustar la misma cosa”.
El publicista considera que el arte en un museo tiene que provocar. “Te puede producir sensaciones agradables o incómodas, pero tiene que haber provocación”.
A este hombre no le atrae mucho el arte clásico, sí el moderno y contemporáneo. “Yo me relaciono con la pintura desde el punto de vista emocional, no técnico. Además, una cualidad muy importante que busco en un cuadro es el concepto de atemporalidad, es decir, que tenga la capacidad de trascender más allá del momento en el cual fue pintado. Yo siempre digo que coleccionar es atrapar un instante de eternidad”.
Es por eso que, cuando está ante una obra que le llama la atención, el coleccionista se formula dos preguntas. La primera: ¿Es atemporal? La segunda: ¿La colgaría en mi casa? Si ambas respuestas son afirmativas, concreta la compra.
Una fundación
Llegó un momento en el que Daniel Nasta se preguntó qué destino iba a dar a las miles de obras que había logrado reunir. Padre de tres hijos (Rodrigo, Martín y María), que hoy son socios de Texo –el holding de empresas de marketing y comunicación que él preside–, un día los reunió y les dijo: “Yo puedo dividir esto entre tres y cada uno lleva una parte. O lo mantenemos todos juntos, creamos una fundación sin fines de lucro y se queda como un patrimonio cultural del país”.
La decisión tomó cuerpo en lo que hoy es la Fundación Texo, el programa de responsabilidad social de las empresas del holding, que ya ha inaugurado un museo. La idea es “mostrar al Paraguay lo que hace único al arte y mostrar al mundo lo que hace único al arte del Paraguay”.
La fundación, cuyo proceso de desarrollo está liderado por Martín Nasta, trabaja en varios ejes; entre ellos, Mostrar el arte (exposiciones) y Contar el arte (elaboración de cortos o documentales, entrevistas, edición de libros, etcétera).
Varios artistas le manifestaron a Daniel su deseo de exponer en la fundación, pero él les explicó que eso no es posible. “Resulta que nosotros no vendemos obras, no somos una entidad comercial. Aquí exhibimos nuestro patrimonio cultural o aquellos programas que podamos tener por convenio. Cuando nosotros compramos algo es para preservarlo y para agregar a este patrimonio, no para hacer negocios”.
Sueños y héroes
Luego de todo lo que ha hecho en los 70 años que tiene de vivencias, Nasta saca en claro tres aprendizajes.
“Primero, hay que soñar en grande. Como decía alguien, hay que tratar de tocar las estrellas. A lo mejor no las alcanzás, pero nunca te vas a ensuciar las manos con el barro”. Otra cosa que entendió es que uno tiene que amar lo que hace, “porque como decía Facundo Cabral, ‘el que trabaja en lo que no le gusta es un eterno desocupado’”. Y el tercer mensaje es que “uno recibe lo que negocia, no lo que merece”. “Cuando vos entendés que lo que vayas a ganar es lo que negociás, no lo que merecés, tu chip mental cambia. Entonces tratás de incorporar valor a eso que hacés para que puedas estar en mejores condiciones y ganar más”.
Daniel considera que uno, haciendo lo que le gusta y marcando su territorio, es héroe de su propia vida. “El sábado pasado estuve almorzando con Ivan Lins, el músico brasileño. Y le dije: ‘Ivan, ¿por qué no escribís un libro?, porque todos somos héroes de nuestra propia historia y debemos registrarla’. Él me contestó: ‘¡Qué buena frase!’. Y es cierto, el héroe no es solo un prócer muerto en la guerra o alguien que hizo mucho dinero. Nosotros nunca podremos saber cuánto le ha costado a una persona llegar al sitio en donde está”.
La Fundación Texo está preparando una serie de nuevos programas y proyectos. “Siempre debemos tener ganas de seguir haciendo más. Cuando yo compré mi primer cuadro, jamás imaginé que llegaríamos a un patrimonio cultural como el que tenemos. No hay que quedarse quieto. La vida es un continuo permanente. No sé adónde nos llevará esto, pero seguimos. Hasta que el arte nos separe”.