Macondo, la “aldea de veinte casas de barro y cañabrava” de “Cien años de soledad” que ha despertado la imaginación de millones de lectores en todo el mundo e inspirado numerosos estudios literarios y académicos sobre el realismo mágico, es protagonista de la feria llevando de la mano otros lugares creados por la pluma de los escritores.
De esta forma, el condado de Yoknapatawpha de la obra del estadounidense William Faulkner, nobel de Literatura en 1949; la Comala del mexicano Juan Rulfo, o la Santa María del uruguayo Juan Carlos Onetti, entre otros lugares imaginarios, tienen en esta feria un lugar privilegiado.
Según el escritor argentino-canadiense Alberto Manguel, autor de “Breve guía de lugares imaginarios”, escrito a dos manos con Gianni Guadalupi, estos territorios “cobran realidad en la mente del lector” que busca nuevas aventuras en “lugares a los que Google no tenga acceso”.
En este sentido, destaca que Macondo, a pesar de ser una creación literaria, tiene “una realidad mucho más profunda que Bogotá” y que alcanzó tal dimensión en el mundo que reemplazó al mito de El Dorado y sus legendarios tesoros de los tiempos de la Conquista española.
“Macondo es un mito que reemplaza a otro, reemplaza en el imaginario universal el mito de El Dorado, el sueño del colonizador al que nunca se llega. La diferencia es que Macondo está contado desde adentro”, explicó en una charla sobre mundos imaginarios en la Feria del Libro con el escritor colombiano Conrado Zuluaga.
El propio García Márquez recordaba en su discurso de aceptación del Nobel de Literatura en 1982 que el navegante florentino Antonio Pigafetta escribió “una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación” sobre su experiencia con el navegante Fernando de Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo.
“Lo que no veían lo inventaban”, señaló Manguel sobre las amazonas o las sirenas que los primeros navegantes del Nuevo Mundo describían en sus crónicas sobre un territorio que era, al mismo tiempo, real e imaginario.
Con Macondo ocurre lo contrario porque no es la visión que un visitante tiene de un lugar sino que García Márquez se sirve de este pueblo imaginario, fundado por el impulso soñador del personaje de José Arcadio Buendía, para contar lo que es Colombia con sus tragedias, como las guerras civiles o la masacre de la bananeras.
“Fue necesario que alguien nos contara la historia como un mito para poder ver la realidad”, manifestó por su parte Zuluaga, especialista y estudioso de la obra de Gabo, que ha plasmado su conocimiento en libros como “Puerta abierta a Gabriel García Márquez”.
Según Manguel, “el Dorado subsiste hasta la llegada de Macondo y después de eso nadie puede ver a Colombia ni a América Latina de la misma manera”.
La misma percepción tiene el escritor y exvicepresidente nicaragüense Sergio Ramírez, quien en la inauguración de la Filbo señaló: “Macondo no es el pequeño pueblo bananero de la ciénaga colombiana sino el pequeño pueblo de cualquier país latinoamericano”.
Manguel explicó que los lugares imaginarios en la literatura son ante todo una tradición anglosajona porque “los ingleses quisieron inventar lugares que estuvieran fuera del pequeño circuito de Inglaterra”, pero autores como García Márquez y otros representantes del realismo mágico los convirtieron en todo un fenómeno.
El escritor argentino agregó que “los tres modelos fundamentales de los lugares imaginarios” fueron inventados por los británicos: La isla de Robinson Crusoe, por Daniel Defoe (1719); las islas que aparecen en los viajes de Gulliver, por Jonathan Swift (1726), y La Utopía, por Tomás Moro (1516).
La importancia de los lugares imaginarios en el mundo real es tal que en la medicina existe un trastorno llamado “alucinaciones liliputienses”, que hacen ver objetos o personas de un tamaño inferior al normal, como en “Los viajes de Gulliver”.
Como la imaginación no tiene limites, la literatura ha prodigado al mundo de muchos otros lugares fantásticos, como Mompracem en las historias de piratas de Sandokán; la Tierra Media de “El Señor de los anillos"; Narnia, Archenland o Calormen en las crónicas de C.S. Lewis, o la Ínsula Barataria de “El Quijote”, un territorio “que no tiene agua por ninguna parte”, recuerda Zuluaga.
Jaime Ortega Carrascal