A Marcos Acosta la burocracia de la previsional le puso barreras para acceder a una receta que declare “sin existencia” un insumo médico. A César Giménez –con fractura del hombro– el seguro social no le provee una prótesis porque simplemente no tiene en stock. Al padre de Daysi Duré le entregaron un blíster de antihipertensivos recargados con aire. Parece chiste, pero es anécdota.
Son tres historias. Solo algunas de las falencias que revelan el panorama desalentador y de desabastecimiento que impera hace más de un año en el Instituto de Previsión Social (IPS).
Este es el principal seguro de los trabajadores, que registra casi 1.500.000 asegurados y beneficiarios. Cotizantes que aportan mensualmente al seguro social, para que en algunos casos tengan que recurrir otra vez a la solidaridad de los vecinos o de las fundaciones para acceder a fármacos, insumos, prótesis y otros.
Ni después de las elecciones generales hay esperanza de que “vamos a estar mejor”. A las autoridades del Instituto de Previsión Social pareciera que no les interesa la situación crítica que atraviesa el principal seguro de los trabajadores del país.
Estamos navegando en este mar de incertidumbre camino al cambio de las autoridades nacionales, cuyo periodo se caracteriza por los “brazos caídos” en las gestiones públicas. Y eso, se acrecienta en el IPS. No lo digo yo, lo cuentan las denuncias diarias de los usuarios del seguro social, cuyos reclamos son simplemente ignorados.
Las reiteradas crónicas virtuales se centran en desabastecimientos de insumos básicos. Ni siquiera sueros o jeringas hay en las farmacias de los hospitales de la previsional. El IPS dispone de una lista oficial de fármacos e insumos que debe proveer, pero la realidad es solo la de las carencias.
Entre la escasez de fármacos, el IPS inauguró recientemente una obra que costó G. 1.240 millones. Las autoridades del IPS –que generalmente no dan la cara a los asegurados– inauguraron una calle de interconexión y un estacionamiento en el Hospital Central. Esto desató la indignación de los asegurados en las redes sociales, cuyas críticas se centraban en la necesidad de abastecer las farmacias.
Las crónicas periodísticas son incesantes sobre las falencias del IPS. Los asegurados alzan su voz, presentan quejas en las redes sociales, pero ninguna autoridad da la cara para aclarar la acuciante carestía de medicamentos, que ya golpea al bolsillo de los aportantes.
En el país de las vaquitas, a César Giménez –que pese a tener 29 años de aportes– la solidaridad es la única que le puede salvar para comprar la prótesis y poder operarse y olvidarse del dolor. Hoy está en su casa porque el IPS simplemente lo dejó ir porque no pueden hacer nada sin el insumo.
A Marcos Acosta, una fundación será la que le done el botón gástrico que necesita su hijo de dos años. Incluso, hasta el IPS le puso barreras para darles lo que no tienen. A Daysi solo le queda comprar el blíster para su papá. Pareciera que el IPS busca desalentar el uso de los servicios con la burocracia, con la imperante carestía y con un servicio deficiente.
Las historias son solo una de las malas experiencias y refleja el maltrato que se sufre como asegurado en un seguro ya rebasado y sin previsión. El maltrato económico permea en el bolsillo del asegurado.
IPS persiste en un nefasto inventario de denuncias de carestía incesante de medicamentos y de un servicio de salud que se caracteriza por ser inexpugnable para agendar una consulta.
Los aportantes ya están cansados de naufragar en medio de la desidia, de la escasez de medicamentos, de las iniciativas de las vaquitas para comprar medicamentos. Es imperante que los asegurados sigan alzando la voz para exigir un buen servicio, caso contrario persistirá el servicio nefasto.