Susana Oviedo
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José Antonio Rosas vino a presentar la Academia Internacional de Líderes Católicos en Asunción, institución que fundó en el 2006, estando en Chile, cuando constató que en la gran movilización estudiantil que se registró entonces en los colegios (Revolución Pingüina) no había liderazgos católicos. El centro que creó se replicó en otros países. En 2018 el Papa Francisco conoció la iniciativa y pidió que se replicara en toda América Latina. Actualmente, con Paraguay, tiene presencia en 15 países, incluyendo España y Estados Unidos, por lo que tiene carácter internacional. Rosas, que es su director general, dice que en la V Conferencia General del Consejo Episcopal Latinoamericano y del Caribe CELAM, celebrado en Aparecida (Brasil, 2007), el entonces papa Benedicto XVI advirtió sobre una notable ausencia de líderes católicos en la sociedad.
“El problema que vivimos ahora es una falta de presencia cristiana en los movimientos de transformación social. Esto viene de hace 20 o 30 años y por eso han surgido iniciativas como nuestra Academia”, explica. En esa línea, el papa Francisco ha puesto como un tema central de la Iglesia de América Latina promover la participación política de los católicos. “Hace 50 años los grandes procesos de transformación social fueron animados por católicos. Los movimientos de defensa de los derechos humanos en Chile eran católicos. Hoy hay una notable ausencia porque durante muchos años dejamos de formar en el compromiso social y político”, reconoce. Consciente de esta situación, el cardenal Adalberto Martínez, arzobispo de Asunción, impulsó la creación del Capítulo Paraguay de la Academia Internacional de Líderes Católicos. El lanzamiento fue el jueves, en varios actos y ante diferentes sectores. “Queremos líderes que realmente transformen la realidad de la gente”, expresa al respecto el académico mexicano.
–¿Por qué a un agnóstico o alguien que profesa otra religión podría interesar formarse como líder desde la Doctrina Social de la Iglesia Católica?
–Porque la enseñanza social de la Iglesia siempre se dirige a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Habrá gente que, a lo mejor, todavía no tiene el don de la fe, pero es capaz de comprometerse en la defensa de la justicia, de la libertad, del respeto al medio ambiente, etc. Por otra parte, yo puedo coincidir con un dirigente comunista en la defensa de los trabajadores y eso no me hace a mí comunista. O puedo coincidir con alguien de la derecha defendiendo la propiedad privada, y eso a mí no me va a hacer un capitalista. Soy cristiano que actúa en la vida política desde mi fe cristiana.
–¿Qué espera de la formación de líderes católicos en Paraguay a partir de la tarea que se propone la Academia que inicia sus actividades aquí?
–Que haya una nueva generación de liderazgos en el Paraguay, no que ganen elecciones. A nosotros no nos preocupa que un católico sea presidente de la República o diputado o senador, sino que combata o busque erradicar lastres como la corrupción, como la desigualdad, la indiferencia frente a la pobreza.
De nada sirve que un país se declare católico cuando hay gente que no tiene qué comer, y nosotros volteamos hacia otro lado y nos da lo mismo.
El perfil de líder que queremos es el de aquellos que realmente transformen la realidad de la gente, no el de un líder ideológico. No queremos reducir al catolicismo a una ideología o a que la Constitución diga; este Estado es católico; no queremos un Estado confesional.
–¿Por qué cree que se puede lograr algo así desde el conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia, que es el énfasis que plantean?
–Uno de los valores de la Academia es la esperanza. El mejor ejemplo de la esperanza es el sembrador, el campesino que siembra las semillas que luego van a dar frutos, a su tiempo, a su modo. Los que estamos en la formación de una nueva generación de líderes, sabemos que los resultados son para mañana, para dentro de un año, son procesos. El gran desafío de la Academia de Líderes Católicos en Paraguay es identificar a jóvenes con vocación pública y acompañarlos a lo largo del tiempo. Lo fundamental de nuestra institución es cómo acompañarlos a ir descubriendo su vocación política en comunidad. El que se mete en política se siente muy solo porque la política está muy desprestigiada en nuestra sociedad. Y si es católico, se siente doblemente solo, porque hay muy pocos católicos que se meten en política y que se profesan como cristianos. Y si es mujer, está triplemente sola. Hay pocas mujeres, católicas y en política. Frente a esto, el Papa propone: Vida comunitaria. Si uno se va a meter en política, tiene que hacerlo con amigos, en comunidad.
–Tengo entendido que la Academia es de puertas abiertas, pluralista, incluyente, ¿cuál ha sido la experiencia, en ese sentido?
–Esa es una gran novedad. Lo que hacemos es convocarnos a católicos que están en distintas opciones políticas de derecha, izquierda, centro, que profesan una fe, a encontrarse y a dialogar, a acompañarse, a hacer vida comunitaria.
La Iglesia no busca la unidad política de los católicos. El Papa lo dijo en una audiencia pública que dio a la Academia: “El partido católico no va, no me interesa; lo que quiero es que haya católicos en todas las opciones políticas”.
–¿Eso es posible?
–Sí, es posible. Hace un año tuvimos un encuentro en Madrid. Fueron políticos de todos los países y de todas las tendencias políticas. De Brasil estaba una ministra, en ese momento, secretaria de Estado del Gobierno de Bolsonaro, ministra de Familia. Una mujer que pertenece al Opus Dei. También asistió una diputada afroamericana, integrante de la Renovación Carismática, dirigente de un partido brasileño de izquierda, medioambientalista.
El primer día se agarraron durísimo, pero después de dos, tres días de estar conviviendo, conociéndose, conversando, se reconocieron como amigas. Al final, el último día, se conmovieron cuando una de ellas contó lo que había sufrido cuando su madre había muerto de COVID, y cuando la otra contó lo que significaba ser discriminada por ser una mujer afroamericana en el Parlamento. Cuando se dieron cuenta de que compartían dolor y sufrimiento, se reconocieron como hermanas. Al final, cada una sigue teniendo su opción política, de derecha o de izquierda, pero se reconocieron como cristianas. La Iglesia tuvo la capacidad de propiciar ese encontrarse como hermanos y de que trabajemos y caminemos juntos.
–Pero dentro de los partidos políticos y entre los sectores políticos contrarios el diálogo y entendimiento, cuando menos, parecen una empresa imposible…
–Hoy día parece imposible, pero es supernecesario. En la Academia, siguiendo al Papa, nosotros no estamos con el famoso concepto de guerras culturales y de cruzados de guerras culturales. En la última encíclica política, Fratelli Tutti, el papa Francisco no le dedicó ni una sola palabra a hablar del comunismo como peligro, ni del socialismo ni de guerra cultural. Dice que el principal peligro de la política hoy es la polarización. Y el modelo que él propone no es un cruzado para dar una batalla, para vencer contra otros. El buen político no es el que identifica enemigos que hay que vencer. Es el que se conmueve frente al sufrimiento de otro y lo levanta en el camino. Y la política tiene que hacer eso. Hoy día tenemos mucha gente que ha caído en el camino: Mujeres, desempleados, minorías, pueblos originarios, lo que usted quiera. El desafío de la política, antes de estar buscando enemigos a quién vencer, es levantar a los que se han caído, integrarlos a la vida social, y la política además tiene que ser capaz de construir puentes. Algo que hoy parece que es contracultural, pareciera que volvimos en una máquina del tiempo a 50 años atrás y se habla de comunista, anticomunista, derecha, izquierda.
–¿O el enfrentamiento entre defensores de derechos y los provida y profamilia?
–Así es. Y sobre el tema provida y profamilia, el Papa lo ha dejado claro. La agenda de la Iglesia no son tres valores. La agenda de la iglesia no se resume a vida, familia y libertades fundamentales. Son esos, pero hay muchos más. Por eso, ser católico no es lo mismo que ser de la derecha. Ser provida no es lo mismo que ser católico. Que el católico tiene que defender la vida, sí. El problema del que es provida como ideología es solamente el tema provida e ignora todos los demás temas y que lo plantea todo en términos de amigo o enemigo. Partiendo de una relación viva con Jesús, el católico defiende la vida y en eso coincide con los provida, pero no tiene ningún miedo en coincidir con otras personas que piensan en otros temas diferentes, pero en la defensa de otros principios y valores. Ese es el desafío.
–¿No le parece que ese desafío es muy difícil en estos tiempos de posiciones polarizadas?
–Sí, pero si nosotros no lo hacemos, ¿quién lo va a hacer? El que hoy día quiera apelar al diálogo, apelar al encuentro, decía la madre Teresa de Calcuta, se tiene que acostumbrar a ser puente. El que quiera ser puente va a ser pisado por la derecha y por la izquierda. En tiempos de polarización, los moderados son descalificados. Cuando un político apuesta a la moderación, al encuentro, es criticado por un sector o por otro. Trigo y cizaña crecen en el corazón de cada hombre. Entonces, no hay gente que encarna solo el trigo, y otra que encarna la cizaña. No. En todas las instituciones, en todos los hombres hay luces y tinieblas, y tenemos que ir discerniendo dentro de nuestras contradicciones, tratando de hacer el bien, que muchas veces no hacemos. Nosotros queremos formar líderes que sean capaces de construir puentes, siguiendo las enseñanzas de Francisco, y partiendo desde el Evangelio como una relación personal con Jesús y no una ideología moral o política.
- ¿Por qué si la mayoría de los habitantes de América Latina se dicen católicos hay tanta corrupción, desigualdad, deshonestidad?
- Porque hay un problema de espesor de la identidad cristiana. O sea, el cristianismo que muchas veces algunos declaran es de barniz, de superficie. En algunos ambientes el cristianismo se ha vuelto un hecho meramente cultural, artificial. Me declaro católico porque voy a la celebración del bautizo, porque me junto con otros, pero no hay una relación auténticamente con Cristo. Entonces, tenemos cristianos de nombre, pero en lo práctico, tal condición no tiene las consecuencias de levantar al otro. Una fe que se alinea de los demás no es una fe auténtica. El auténtico cristiano tiene que tender la mano a la gente que cae en el camino.
Lo veo en el ámbito internacional. No podemos decir que tenemos gobiernos humanistas en América Latina cuando hay una indiferencia frente al drama Haití. O sea, ¿de qué gobiernos humanistas, sea de derecha o de izquierda, nos habla cuando lo que está pasando en Haití todos voltean hacia otro lado
–¿Si las instituciones están llenas de católicos y cristianos de otras iglesias, no deberían ser más resistentes a tentaciones como el dinero del narcotráfico?
–Es que, insisto, para muchos la fe es una ideología, una idea. Soy católico porque estoy en contra del aborto, entonces católico es igual a provida, y no. Católico es quien tiene una relación personal con un Dios que se hace persona, que es Jesús, lo que le lleva a obrar en consecuencia en toda la vida social de esa amistad. Entonces, le preocupa el aborto, pero al mismo tiempo las injusticias sobre las mujeres, y tiene una opinión sobre el feminismo y una propuesta sobre la mujer. La discriminación, la exclusión de las mujeres, y el machismo son una realidad. Los católicos tenemos una opinión y propuesta para cada problemática. Pero para algunos ser católico se ha vuelto como un adjetivo, que incluso le puede servir para ganar votos. Se presentan como católico, pero esto no tienen consecuencia alguna en toda su vida como cristiano.
No nos preocupa que un católico sea presidente, diputado o senador, sino que busque erradicar lastres como la corrupción.
Habrá gente que, a lo mejor no tiene el don de la fe, pero es capaz de comprometerse en la defensa de la justicia, de la libertad...
El desafío de la política, antes de estar buscando enemigos a quien vencer, es integrar a los caídos a la vida social, y construir puentes
Quien busca ser puente, va a ser pisado por la derecha y la izquierda. En la polarización, los moderados son descalificados.
Perfil
José Antonio Rosas. Licenciado en Ciencias Políticas, con experiencia en partidos políticos y formación política en México y Chile. Máster en gestión y políticas públicas. Cuenta con varias publicaciones en pensamiento político. Ex asesor de la Escuela Social del Celam. Fundador y director general de la Academia Internacional de Líderes Católicos,