En esa cocina sucede lo que llaman una especie de olla popular solidaria o varias ollitas populares para alimentar a los acompañantes de los internados en el Hospital Central del Instituto de Previsión Social (IPS).
Teresita Enciso toma mate parada frente al lavatorio. Detrás de ella, en una cacerola colocada en una placa eléctrica hierve el arroz y en otra la salsa con carne. En otra olla, ubicada encima del brasero hierve el puchero.
Un joven –con una mochila negra a cuestas– corta cebolla, tomate y locote en una tabla. Los coloca poco a poco en un recipiente del que sale humo a borbotones. Una mujer de casi 70 años mezcla los ingredientes en una sartén en la que cocina “algo” a fuego lento.
El ajetreo es constante en el espacio improvisado. Ese espacio alberga a los voluntarios cocineros que no saben cuándo ni cómo surgió la iniciativa de la “olla popular”, pero sí saben que sobreviven con la solidaridad y resisten al hambre.
En la improvisada cocina también se hierve el agua para el mate, se prepara el cocido para el desayuno o la merienda. Los que viven en el “albergue” dicen que esa olla popular salva el “alimento” del día.
Dicen que la inversión diaria para la compra de insumos y medicamentos puede ser desde G. 500.000 a G. 1.000.000, y muchas veces ya no sobra para el desayuno, el almuerzo y ni qué decir la cena.
¿Por qué cuento esta historia? Porque nos revela otra cara más de que la solidaridad es la que permite resistir los embates de los cuidados de un paciente y de las falencias de un sistema del seguro social, que arrastra constantemente déficits de medicamentos y que golpea cada día el bolsillo.
Estas iniciativas solidarias, que recordemos emergieron en pandemia como una manera de alimentar a las familias más pobres que permitieron resistir la cuarentena con una comida segura al día.
Entonces, este es un rostro solidario que emerge precariamente, pero que resiste y salva el hambre. A veces parece que ya estamos acostumbrados a esas falencias del sistema del seguro social, pero no nos damos cuenta de que esas carencias cada vez afectan más al aportante. Afectan a su economía, afectan a su alimentación, afectan hasta a su salud mental. ¿Gasto dinero en comida o lo guardo para comprar insumos?
Hasta qué punto denigran las autoridades a los aportantes, que deben sí o sí hacer vigilia en los albergues porque se requieren de insumos, pañales, jabón o hasta comida y, por supuesto, medicamentos que no tienen disponibles y urgen para el tratamiento médico.
No solo es que emerge una olla popular en un albergue, no es solo solidaridad, es la realidad de una falencia del seguro de la salud que obliga a buscar mecanismos para resistir la vigilia y la lucha por la salud del familiar, amigo o pareja.
En IPS, la solidaridad combate al hambre con una olla popular improvisada en medio de las falencias persistentes de uno de los seguros más precarios del país.