Muchos de los paraguayos y paraguayas que volvieron en medio de la pandemia cayeron en situación de vulnerabilidad debido al paro general de actividades que se adoptó en gran parte del planeta, y otros más que están rogando poder hacerlo, se habían ido del país por la falta de oportunidades laborales y de acceso a la educación que les permitiera romper con la espiral de pobreza que, a su vez, arrastran sus padres y los padres de éstos en los pueblos del interior, en los asentamientos urbanos del área metropolitana de Asunción y en los cinturones de pobreza de la capital.
Vuelven del Gran Buenos Aires, San Pablo, Madrid, Barcelona o Málaga (España), desde donde remesaban ayuda económica a sus familias, esperanzadas en ellos. Por lo tanto, regresar al país en un momento de paralización de las empresas, de suspensiones laborales, de despidos, de ollas populares para salvar el día a día, y de subsidios temporales que no alcanzan para todos es cuanto menos una decisión temeraria y de consecuencias inciertas.
Más aún, cuando el Gobierno Nacional tiene a todas las instituciones concentradas en la situación de emergencia sanitaria y en afrontar las diversas e impredecibles consecuencias que saltan en todos los ámbitos por las medidas restrictivas que se adoptaron para reducir los contagios por Covid-19. Es decir, se atiende lo urgente y no se mira más allá de esto. A tres meses de haberse declarado la pandemia, hemos pasado angustiosamente por hechos de corrupción de parte de funcionarios desleales y deshonestos que quisieron aprovecharse de la emergencia.
Hemos visto, como nunca expuestas, las debilidades de un Estado que ni siquiera contaba con el registro de los ciudadanos en situación de pobreza y pobreza extrema. Observamos el estado de nuestros hospitales, la profunda impunidad imperante y la fragilidad de nuestra economía. Escuchamos también anuncios, como el de un plan de reinserción laboral de los connacionales que se vieron obligados a regresar, agobiados por la situación recesiva que trajo la pandemia. Lo había anunciado el ministro del Interior, Euclides Acevedo: Supuestamente el Ministerio de Trabajo está abocado en elaborar ese plan.
La tarea, sin dudas, genera una gran expectativa atendiendo la cuestionada gestión de la ministra Bacigalupo. La misma que anunció hace unos días el “éxito” de la cuarentena inteligente, laboralmente hablando, ya que, según ella, unos 70 mil trabajadores estaban retornando a sus puestos tras tres meses de suspensión.
Mientras esperamos conocer el mentado plan, ¿de qué viven los compatriotas pobres que se fueron pobres del país y regresaron igual de pobres al agotárseles los ahorros cumpliendo la cuarentena en algún lugar del exterior?
Posiblemente, lo estén haciendo gracias a la solidaridad de la familia extendida o a los improvisados comedores populares o a los subsidios Pytyvõ o Ñangareko.
¿Qué pasará de ellos cuando acaben estas medidas paliativas y de emergencia? Sobre todo cuando lleguen todos los 20 a 25 mil que están clamando regresar, y que se sumarán a los otros miles de conciudadanos que antes de la pandemia ya se hallaban sin fuentes de sustento y apenas sobreviviendo.
Suponemos que el Gobierno, efectivamente, está contemplando también la realidad de los repatriados y que la ministra de Trabajo está liderando el equipo que denodadamente busca posibles soluciones a este nuevo frente de un problema social de profundas raíces. ¿O no?