16 mar. 2025

De querer comer galleta, se volvió panadero y mentor de vidas

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Formador. La experiencia adquirida de pequeño lo llevó a ser instructor del Servicio Nacional de Promoción Profesional (SNPP), donde formó a cientos de jóvenes en el arte de la panadería.

v. r.

Lo que comenzó como un simple deseo de comer galleta cuando era niño, se convirtió en una vocación que marcó su vida para siempre. Luciano Ortiz Godoy, de 54 años, es hoy un maestro panadero reconocido en el Departamento de Misiones, pero su camino no fue fácil.
Criado por una madre soltera y único varón entre cuatro hermanas, creció en un hogar humilde donde el esfuerzo y el trabajo eran fundamentales. Su madre, cocinera en un centro de salud, le inculcó valores que lo acompañarían toda la vida. Sin embargo, las dificultades económicas lo llevaron a tomar una decisión clave: A los 11 años, se ofreció como aprendiz en una panadería de su barrio, no solo para aprender el oficio, sino para poder llevar pan a su familia.

“Era tanto mi deseo de comer galleta que me acerqué a la panadería San Juan y le pedí al dueño, don Ramón Duarte, que me dejara trabajar. Cuando me preguntó por qué quería el trabajo, le fui sincero y le dije: ‘Quiero comer galleta’. Me dio la oportunidad y durante tres meses me pagó con desayuno, almuerzo y una bolsita de pan para llevar a casa. Yo me iba feliz. Luego empezó a pagarme”, recuerda Ortiz con emoción.

DE APRENDIZ A MAESTRO. Con el tiempo, Ortiz no solo aprendió a hacer panificados, sino que también perfeccionó su técnica. Su talento lo llevó a ser convocado por una moderna panadería de Asunción llamada Pasal, que pagó por su capacitación y lo convirtió en un profesional del rubro. Más adelante, su experiencia lo llevó a ser instructor del Servicio Nacional de Promoción Profesional (SNPP), donde ha formado a cientos de jóvenes en el arte de la panadería.

“Gracias a don Ramón aprendí el oficio, y gracias a Pasal me convertí en un profesional. Hoy enseño lo que sé porque quiero compartir mi conocimiento, no llevarlo conmigo a la tumba”, afirma con humildad.

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TRABAJO Y EDUCACIÓN. Casado con una licenciada en enfermería, Ortiz no solo usó su talento para sostener a su familia, sino que también enseñó el oficio a sus tres hijas, quienes lo aprovecharon como una herramienta de superación. Mientras estudiaban, elaboraban y vendían panificados para costear parte de sus estudios. Hoy, cada una de ellas ha logrado una profesión: Una es nutricionista, otra médica y la tercera licenciada en fisioterapia.

Su pasión por ayudar a los demás va más allá de la panadería. Durante 16 años, formó parte de la comisión del hogar de niños Mons. Pastor Bogarín Argaña, que alberga a pequeños de 1 a 7 años cuyos padres trabajan y no tienen con quien dejarlos. Además, trabaja como voluntario en el Hospital Neuropsiquiátrico de San Ignacio y en la escuela Héctor Duarte de San Juan, donde enseña panadería a niños con capacidades diferentes.

“Siempre me ha gustado el trabajo solidario. Hay que ser útil al prójimo siempre que podamos, eso me enseñó mi madre”, enfatiza.

Actualmente, también colabora con las monjas de San Miguel Misiones en la construcción de un hogar de ancianos llamado ‘El Buen Samaritano’. Con la ayuda de su familia y donaciones de empresas y particulares, organiza eventos donde preparan chipa, pan y dulces, y todo lo recaudado es destinado a la obra.

“Yo no soy un hombre rico, pero el conocimiento que tengo lo pongo al servicio de los demás. Lo que hacemos es ir con mis herramientas, cocinar y donar lo que recaudamos. Hay gente de buen corazón que nos ayuda con los ingredientes, y así, entre todos, hacemos el bien”, señala con orgullo.

De aquel niño que soñaba con comer galleta a un maestro panadero con un impacto social invaluable, Luciano Ortiz representa la resiliencia y el poder del trabajo honesto. Con su historia, demuestra que el éxito no solo se mide en logros personales, sino en cuánto se puede compartir con los demás.

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Solidario. Ayuda con su conocimiento y trabajo a hogares y guarderías.

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