13 feb. 2025

De turbulencias y alineamientos

Es difícil apreciar las características más resaltantes de la actual coyuntura internacional. Desde nuestra perspectiva, el panorama puede volverse más comprensible si lo encaramos desde dos ángulos. Primero, el geopolítico y un segundo, el político, a secas.

Desde el punto de vista geopolítico se hace evidente que el mundo unipolar, donde EEUU reinaba como hegemón sin rival, se siente amenazado por el ascenso de China. No vemos que tenga real asidero hablar de un mundo multipolar o bipolar, todavía, pero sí de una unipolaridad declinante. Como argumentan Stephen Brooks y William Wohlforth, Estados Unidos mantiene un predominio militar significativo, y el PIB estadounidense, según ciertas mediciones, es mayor que el de China. Sin embargo, el ascenso de China, en ambas dimensiones, es un factor para tomar en cuenta. Ante esta realidad, EEUU viene reaccionando hace ya varios años, pero en la actual coyuntura, con el trumpismo en el poder, los peores presagios de una nueva Guerra Fría se están volviendo realidad.

Desde la perspectiva política, estamos viviendo una ola reaccionaria, sin precedentes. La ultraderecha iliberal con derivas autoritarias está intentando consolidar una nueva hegemonía, articulando un discurso “anti”. Vemos una reacción multifacética. Abarca la desestructuración del orden internacional basado en reglas; otorga licencia para suprimir el derecho de las minorías, en forma violenta si es necesario; pretende eliminar el Estado de Bienestar o lo que queda de él; se niega a reconocer el género como un constructo social; acusa a los inmigrantes de las dificultades vividas por las clases subalternas en los países industriales avanzados; racializa la xenofobia y se niega a reconocer las amenazas del cambio climático, entre otros.

Nuestra impresión general es que en la época en que la humanidad está más y más conminada a enfrentar de manera solidaria desafíos existenciales y civilizatorios, la política encuentra en la fuga hacia el individualismo y el salvase quien pueda un discurso que interpela de manera efectiva. En estas épocas de guerra cultural ya no preocupa tanto la participación de las mayorías porque la construcción de opiniones mayoritarias es más fácilmente controlable a través de las redes y los medios. Los algoritmos están ahí.

En América Latina, los dos procesos arriba mencionados están estrechamente articulados a los vaivenes políticos propios de cada país. Desde un punto de vista regional, hasta ahora, lo único que se puede decir es que no existen posiciones regionales consolidades. La transición a una nueva Guerra Fría entre EE UU y China atenta contra la soberanía de los países. Ya no será posible decidir libremente con quienes comercian y hacen acuerdos de cooperación. La eliminación del acuerdo de la Ruta de la Seda entre Panamá y China es un ejemplo muy ilustrativo. No se puede criticar a Panamá por haberlo hecho, pero es una señal ominosa de lo que puede suceder en otros países, véase Perú y el puerto de Chancay.

Por otro lado, las derechas latinoamericanas están asumiendo el ascenso del trumpismo como una señal de avance de sus propios postulados. Milei abandona la OMS, Bukele ofrece sus centros carcelarios para el arribo de indocumentados, Bolsonaro habla de la posibilidad de una base militar estadounidense en la triple frontera. Mientras, el conservadurismo social festeja la proclama de que existen solo dos géneros: Hombre y la mujer.

Obviamente, el Gobierno de Santiago Peña no ha dudado en alinearse firmemente con la nueva ola. Su alianza con Taiwán e Israel son los hitos más prominentes en su currículo. Ha logrado, sí, librarse del embajador (gay) de Estados Unidos. Sin embargo, le persigue un aspecto que hasta ahora no parece encajar con la nueva onda trumpiana. El narcoestado no figura en el proyecto2025 de Trump. Al contrario, están dispuestos a violar soberanías nacionales para perseguir a los cárteles. Vean la disputa con México. Tampoco han logrado avances en la anulación de las sanciones a Tabesa y al ex presidente Cartes. Las palabras de Marco Rubio en Guatemala, donde tiene 300 designados como significativamente corruptos, decepcionaron a muchos allá y acá. Hasta ahora, no hay cambios.

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