–¿Quién sois...? ¿Y qué venís a hacer a este país?
–Me llamo Tintín. ¿Y usted quién es?
–Mi nombre es Ridgewell.
–¿Ridgewell, el explorador? ¡Pero si todos le creen muerto!
–No me importa. Quizá sea mejor así, porque he decidido no regresar al mundo civilizado. Me encuentro bien aquí, compartiendo la vida de los arumbayas...
El extracto es de “La oreja rota”, un álbum de la colección Las aventuras de Tintín, una trepidante historieta del belga Hergé. En esta conversación las palabras de Ridgewell proponen un feroz cuestionamiento al “mundo civilizado” en el que vivimos, que nos ofrece guerras, hambre, enfermedad, inseguridad, desempleo, narcotráfico o ciudades como Asunción del Paraguay. Por supuesto, para ser honesto y no generalizar tengo que admitir que hay lugares hermosos, pero de esos no escribiré hoy.
El relato de Tintín no solamente nos muestra la paradoja del “mundo civilizado”, también hace referencia al conflicto que enfrentó a hermanos paraguayos y bolivianos en la Guerra del Chaco, cuya paz se celebró justamente hace poco más de una semana. Valga la mención de Hergé entre los ficticios San Theodoros y Nuevo Rico por la región del Chapo. El texto es incluso recomendado en universidades de Europa para comprender los intereses que impulsaron el conflicto, pero le dejo al ávido y amantísimo lector que la vea.
Pareciera que para los líderes del mundo civilizado es más rentable vender armas, hacer guerras, destruir familias, crear un caos económico a nivel mundial, pero probablemente estoy siendo exagerado, los gobernantes son personas buenas que buscan el bien común.
Y recordando que ya, desde hace meses, están en campaña los futuros representantes del pueblo, querido lector, le imploro que mire atentamente el prontua... corrijo, el currículum de quienes están buscando ejercer una autoridad pública. Imagino que las listas están repletas de personas nobles, y que ya habrán renunciado a sus cargos antes de pugnar por otros porque no es ético –y acaso hasta delictivo– estar utilizando el dinero de todos para hacer proselitismo. Observe con atención: su voto afecta también a los demás, es un poder que exige una gran responsabilidad.
Volviendo a este mundo civilizado, a esta “capital de mis amores” de la que habla el Canto al Paraguay (letra por cierto del argentino de Heriberto José Altinier, otra contradicción), es terrible la inseguridad, la falta de espacios para el ocio, esas carencias que están tan bien ilustradas en el comentario De feriados en movimiento y el derecho al ocio, que también le recomiendo encarecidamente leer.
Estamos en una capital que ahuyenta a sus otrora sempiternos habitantes con la falta de servicios esenciales, como salud, educación y seguridad, con el malhumor de muchos funcionarios y con impuestos impagables para el humilde trabajador, que al final debe escapar a falta de mejores opciones.
Asunción parece abandonada, es esa urbe donde, con excepciones claro, pasamos sin mirar al abandonado que está en la calle tirado en alguna vereda, o a las víctimas de las drogas que pululan desde la última década sobre todo.
En medio de este caos del “mundo civilizado”, quiero apelar a la lectura como solaz ante la vorágine, como aire fresco ante la densa humareda que literalmente nos envolvió un par de ocasiones este año (en imágenes inéditas para este amanuense), pero que nos va carcomiendo día a día en el tránsito avasallador.
La lectura no solamente es placer, también nos ayuda a reflexionar, contribuye al pensamiento crítico, propone todas las bondades magistralmente citadas por la profesora Estela Appleyard de Acuña en su discurso ¿Por qué las ferias del libro?, escrito para la inauguración oficial de la Feria Internacional del Libro 2022. Es decir, la lectura es fundamental para seguir construyendo ciudadanía y “personas humanas”.