No se trata de retórica sin contenido. La afirmación de que el acceso a una educación de calidad es el único camino que tenemos como país para comenzar a superar nuestros elevados niveles de desigualdad es una evidencia. En el Paraguay, según los datos, solamente las familias con más ingresos pueden financiar una buena atención a la niñez en sus primeros meses y años, de igual manera son ellas las que pueden dar a sus niños y adolescentes una educación de mejor calidad que la pública.
Esa es la realidad que deberá enfrentar el nuevo gobierno, y que esperamos todos dedique recursos y esfuerzos por cambiarla. El panorama no es alentador y ese es precisamente el desafío.
De acuerdo con datos oficiales, en Paraguay hay 457.000 niñas, niños y adolescentes de entre 5 y 17 años que no asisten a las escuelas; esto es, uno de cuatro niños, o el 25% de la población en ese rango de edad. Otro dato que se puede agregar es que hay 75.000 estudiantes que se encuentran en riesgo de exclusión, debido a que sobrepasaron la edad, por haber ingresado tardíamente a las escuelas y por la carencia de apoyo económico.
Como señala un estudio realizado por Unicef: “Las niñas, niños y adolescentes que están fuera de la escuela o en riesgo de exclusión sufren diferentes tipos de barreras: familiares, individuales, socioculturales e institucionales. En la mayoría de los casos, estas barreras actúan de manera conjunta, generando grandes dificultades a estudiantes, empujan a la exclusión y refuerzan las condiciones de pobreza y desigualdad social”.
La educación en el Paraguay debe enfrentar diversos desafíos. De uno de ellos se habla en forma casi cotidiana. Se trata de las carencias de infraestructura. Niños y niñas que dan clases bajo los árboles, escuelas sin sanitarios, sin acceso al agua potable o energía eléctrica, así como los cientos de reportes periodísticos sobre techos que caen, son probablemente una línea de trabajo para las nuevas autoridades en la que, con una buena planificación, ejecución y transparencia en el manejo de los recursos, podrían obtener resultados.
El ministro designado para Educación enumeró entre las prioridades la formación docente, afirmando que esta debe ser actualizada y la carrera docente rediseñada. Es positivo que el futuro ministro Luis Ramírez haya comunicado el gran objetivo: ‘‘Tenemos el sueño de hacer dos cosas solamente: comprensión lectora, leer, escribir y comprender lo que leés, porque es la llave para todo. Si comprendés, podés hacer ciencias, sociales. Entonces, el plan lectoescritura, un plan de desarrollo de lectura-escritura, un plan de desarrollo de la comprensión, matemáticas y desarrollo integral humano’’.
Ciertamente será un gran desafío, ya que —como señaló— el país cuenta con una política fiscal y una monetaria, pero carece de una política educativa. Esto se refleja en esta realidad: de acuerdo con la última evaluación Pisa de 2018, los estudiantes matriculados no alcanzan los conocimientos mínimos de aprendizaje requeridos en matemáticas, ciencias; y en cuanto a lectura, en la prueba Erce, la mitad de los estudiantes del tercer grado no logran leer textos adecuados a su edad, y en sexto grado, la situación empeora, ya que 7 de cada 10 no logran alcanzar un nivel mínimo esperado.
En una entrevista con periodistas del extranjero, el presidente electo, Santiago Peña, reconoció que los jóvenes paraguayos “no son los más educados”, aludiendo precisamente a los de Pisa, pero sostuvo que son “altamente entrenables”. Ese será su desafío, asegurar que todos los niños y jóvenes paraguayos tengan las mismas oportunidades para estudiar y aprender. Ese es el camino para acortar las brechas de la desigualdad.