Tienen tanto poder y ventajas que las “modelos” en tiempos de pandemia dejaron de ser botineras para ser desabrochadoras de nuestros empleados. Saben que cobran muy bien a fin de mes, tienen acceso a las licitaciones y constituyen por eso una buena partida de caza sentimental. Lo de Portillo, el ex vice ministro, es absolutamente coherente con el desprestigio en el que han caído nuestros administradores. El hombre era la mano derecha de Mazzoleni y en medio de la más dura pandemia tenía tiempo para mensajitos amorosos y operaciones de uña encarnada de la amada. Finalmente, la fiesta que coronó su salida estaba llena de operadores del poder de mutuos beneficios. Uno pone el dinero y el poder y las demás hacen que los quieren al tiempo de reafirmar la ausencia de cariño y reconocimiento social, ¿fue un descuido? No lo creo, es el modus operandi de una casta acostumbrada a los privilegios donde reproducen entre ellos conductas que por más ofensivas e indolentes que sean saben muy bien que no tienen costo alguno más allá del escándalo. No lo cuidó su jefe al principio de la tórrida relación o porque no tenía autoridad moral para ello o porque sencillamente era tomado como una bonificación más inherente al cargo. Hubo presidentes del BCP que financiaban viajes y cursos de sus amantes y que creían que eso no constituía ninguna falta ética o malversación de recursos alguno. Eran finalmente: las mieles normales del cargo.
Dentro de la reforma del Estado –que no lo harán estos claramente– debe existir un cambio completo de esta ecuación. El empleado público debe ser un servidor de la sociedad hambreada y pobre que quedará después de la pandemia, debe llegar al cargo por concurso de méritos y debe sostenerse en una carrera con años y recompensas bien claras. Deben recortarse todos los privilegios quedándose con un salario acorde a la función y la idoneidad. Se deben acabar los nombramientos políticos, afectivos o de coyuntura. El empleado público debe ser alguien reconocido por su austeridad, eficacia y capacidad de servicio. Recuerdo todavía un empleado del Estado que todos los días bajaba de un autobús sobre la avenida Eusebio Ayala y caminaba trajeado con destino a su casa sobre la calle 22 de Setiembre. Su apellido era Fernández y fue el mejor administrador que tuvo el IPS en democracia. No sé qué habrá pasado con él pero dejó al menos frente a nosotros la imagen que recordamos del servidor público con las virtudes que anhelamos.
Nos hemos descuidado y hoy se nos han retobados y están en la joda la gran mayoría. Unos pocos padecen sus consecuencias y anhelan como nosotros que alguna vez prestemos más atención al comportamiento de estos servidores para no acabar como Portillo que luego de estudiar en Lyon vino a perder su cargo y su cabeza sin tapabocas ni distanciamiento social. Se descuidó y nos descuidamos.