Dado el modelo productivo basado en la exportación de productos de bajo valor agregado y escasa innovación, en Paraguay, el ingreso per cápita y los ingresos laborales solo aumentan cuando el crecimiento del PIB es muy alto, en torno al 5,5%.
El crecimiento del PIB por persona desde hace años empezó a producirse muy lentamente, con lo cual habría que esperar que a nivel micro se sienta menos aún el efecto positivo dado a nivel macro. Este dato ya es un signo de alarma que debió haber llamado la atención de las autoridades económicas.
Al analizar los ingresos laborales, otro indicador que debiera estar relacionado de manera directa con el PIB, se puede ver que este ya muestra una tendencia negativa. El año 2014 registró el nivel más alto y de ahí en adelante viene reduciéndose de manera imparable hasta llegar al 2020 en que por la crisis de la pandemia se ubicó en el mismo nivel que en 2010, es decir, un retroceso de una década.
Más allá de la tendencia en retroceso, es necesario señalar que el mayor nivel registrado -2014- fue relativamente bajo, apenas G. 2.700.000, y que por las grandes desigualdades, una gran proporción de la población ocupada gana menos que este promedio.
Es decir, el largo periodo de alto crecimiento económico no permitió un aumento sostenido de los ingresos laborales, ni un nivel adecuado para garantizar la calidad de vida de las familias ni la reducción de las brechas económicas.
Uno de los indicadores que probablemente refleja de manera ejemplar la escasa vinculación entre el buen desempeño macroeconómico medido por el PIB y los resultados a nivel microeconómico es la pobreza de ingreso.
La reducción de la pobreza fue posible solo a partir de altos niveles de crecimiento del PIB, desde que el PIB creció a tasas de alrededor del 3%, este indicador dejó de mostrar mejoras hasta que finalmente se estancó en torno al 26%.
Desde el año 2013, la pobreza de ingreso afecta a un cuarto de los hogares, cuyos ingresos se están manteniendo gracias a la política de protección social, ya que el crecimiento está teniendo cada vez menos incidencia.
La divergencia entre el comportamiento del PIB y el del empleo se confirma con el análisis de otros indicadores laborales. La suma del desempleo más el subempleo en 2019, antes de la pandemia, fue similar a la registrada en 2008, lo cual muestra que en los últimos 10 años prácticamente no ha habido mejoras sustanciales en el mercado laboral. Esto debería ser preocupante, ya que el 85% de los ingresos de los hogares provienen del trabajo.
El año 2022 se vislumbra mediocre en términos del crecimiento del PIB, con lo que se espera que se agudice una tendencia negativa en el mercado laboral y con ello el ingreso en los hogares. Sin cambios estructurales en el modelo de crecimiento económico, el panorama a nivel microeconómico es negativo.
El Gobierno debe impulsar con fuerza políticas productivas –agropecuarias y laborales– para torcer este rumbo y garantizar que el mercado laboral genere los empleos en calidad y cantidad que requieren las familias para su bienestar.