Según informa la entidad, el descubrimiento, publicado en la revista Science Advances, permite ahondar en el conocimiento de esta clase particular de sismos que, a pesar de su magnitud moderada, provocan tsunamis destructivos porque se suelen percibir débilmente y, por tanto, golpean la costa inesperadamente.
Hasta ahora, ningún modelo había permitido explicar las razones por las que este tipo de eventos tienen lugar y por qué causa tsunamis “desproporcionadamente grandes”.
En el trabajo del ICM-CSIC, el equipo investigador utilizó un modelo conceptual -desarrollado previamente por dos de los autores del estudio- con el que pudieron demostrar que todas las características de los terremotos de tsunami se pueden explicar, predecir y cuantificar aplicando esta metodología.
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Al margen del elevado potencial tsunamigénico, las características anómalas de este tipo de eventos incluyen una localización cercana a la superficie, una duración larga, una propagación lenta de la ruptura sísmica y vibraciones del terreno entre débiles y moderadas.
“La clave radica en estimar con precisión las variaciones de elasticidad de las rocas que rodean la falla a la profundidad donde tiene lugar la ruptura sísmica, para lo que es necesario utilizar registros sísmicos y aplicar técnicas avanzadas de tomografía”, explica el investigador Valentí Sallarès, autor principal del estudio.
Según Sallarès, además de demostrar que los terremotos de tsunami no son “eventos anómalos”, sino que se pueden explicar por los mismos principios físicos y mecanismos de ruptura que los terremotos convencionales, este trabajo permitió revelar que todas las características de este tipo de sismos son “propiedades intrínsecas e inherentes a las rupturas sísmicas poco profundas, y están relacionadas entre ellas a nivel causal”.
Este hallazgo abre las puertas a combinar, por ejemplo, la intensidad de las vibraciones y su duración para mejorar los sistemas de vigilancia y alerta de tsunamis a escala mundial.
El ejemplo más paradigmático de terremoto de tsunami se produjo en Nicaragua en 1992, en el que fallecieron unas 170 personas y más de 13.500 se quedaron sin hogar.