08 jun. 2025

Detener el grave daño ambiental a los arroyos de Asunción

De haber cuidado los recursos naturales disponibles y haber planificado el crecimiento de la ciudad, la capital del país podría haber sido un lugar magnífico. Erigida sobre colinas y arroyos, Asunción muestra su peor rostro: sus cauces se convirtieron en espacios repugnantes por los olores de la basura acumulada y el alto nivel de contaminación. Mientras las autoridades carecen de planes y solo aplican parches de emergencia, la ignorancia y el interés de algunos permiten que sigan contaminando estos cauces hídricos.

Sería fácil de imaginar una realidad en la que los paraguayos pudieran aplacar las infernales temperaturas de la actual ola de calor con un chapuzón en la bahía de Asunción, un pedazo del río que se encuentra tan estratégicamente ubicado. Lamentablemente, las décadas de pésimos gobiernos municipales nos han robado esa posibilidad.

La ineficiencia de las autoridades nos está costando muy caro a los paraguayos. En el caso de los asuncenos, eso se hace muy evidente cuando se observa el estado en el que se encuentran los arroyos de la ciudad.

Los historiadores refieren que Asunción tenía siete colinas y más de 50 arroyos. En los tiempos antiguos de la colonia el agua de las lluvias se deslizaba naturalmente buscando su camino hacia el río. De esta manera, se fueron formando las calles, así como también una profusa red de zanjas. Los primeros murallones para evitar la erosión habrían sido levantados por los jesuitas en 1760, y luego en tiempos del gobierno de Carlos Antonio López se construyeron los primeros desagües y muros en las adyacencias del Cabildo.

Desde aquellos tiempos mucho ha cambiado sin dudas, pero para peor.

Si vemos un mapa, resaltan los arroyos Itay, Botánico, Gyraí, Mburicaó, Jaen, Mburicá, Salamanca, Zanjón Morotí, Ferreira, Sosa y Lambaré, todos ellos muy comprometidos en términos ambientales, con altas concentraciones de población viviendo alrededor, con precarias viviendas de personas que carecen de los servicios públicos.

Existe un cálculo del Plan Maestro de la Franja Costera que data del 2007, que afirma que existen 50 kilómetros de arroyos en los que la Municipalidad debería intervenir de manera planificada. El no haberlo hecho, en tiempo y en forma, nos sitúa en el actual estado de total abandono de los recursos hídricos de la capital, una especie de ecocidio que cada habitante de este país lo ha contemplado a lo largo de los años.

Las zonas de nuestros arroyos presentan hoy malos olores debido a la alta contaminación del agua que se mezcla con los cientos de toneladas de residuos desechados por los propios ciudadanos, y por fábricas que también contaminan los cauces. Esa agua contaminada, sumada al deficiente saneamiento colabora también con la transmisión de enfermedades como la diarrea, la hepatitis A, gastroenteritis y otras.

Con frecuencia los vecinos denuncian también que personas ajenas al lugar llegan en carritos en horas de la noche, y desechan todo tipo de residuos impunemente, amparados por la absoluta falta de control de parte de las autoridades.

Sabemos, asimismo, que la Municipalidad realiza trabajos de limpieza en los cauces y no cabe duda de que esta decisión es apenas una medida provisoria que no logra resolver el grave problema, puesto que es evidente que es su responsabilidad controlar, y multar las trasgresiones de la Ordenanza Nº 408/14, de Gestión Integral de Residuos, que prohíbe arrojar todo tipo de residuos en sitios no establecidos y/o habilitados para el vertido o depósito. El municipio debe controlar, pero al mismo tiempo, educar sobre el respeto a los recursos y, sobre todo, garantizar un eficiente servicio de recolección de residuos.

El impacto de la contaminación de nuestros arroyos, así como de la bahía de Asunción es inconmensurable. Nos está privando de la posibilidad de poder disfrutar de estos cauces hídricos, de tener disponibilidad de agua potable en abundancia e incluso de la opción para toda la población de recrearse en sus aguas, en tiempos en los que el calor castiga duramente. Debemos detener el grave daño a este fundamental recurso, pues de ello depende nuestra calidad de vida.

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