Un pueblito tranquilo y recóndito. Con gente alegre y generosa que venera a una rústica imagen de la Virgen María en un pequeño oratorio. Así describía el español don Félix de Azara, quien en sus andanzas como cartógrafo –hacia finales del siglo XVII– encontró oculto entre las serranías a ese páramo –ubicado a 54 km de Asunción–, quien los pobladores denominaban Caacupé.
La frondosa naturaleza que envolvía a ese paraje era la misma que, según la leyenda hacia inicios del 1600, sirvió de resguardo al indígena José –evangelizado por los franciscanos en Tobatí–, a quien se le presentó la resplandeciente imagen de la Virgen María entre el follaje del monte donde se ocultó mientras huía de otros nativos que amenazaban con matarlo.
Como se salvó, talló en su honor dos imágenes sobre el tronco de un árbol que usó como refugio, pues el relato popular señala que el destello de la Inmaculada se le apareció en el “ka’aguy kupépe” (detrás del arbusto) y en el que pasó inadvertido.
Así fue cómo se supo de la existencia de ese sitio, devenido luego en la capital espiritual del país. Una de las imágenes talladas por el nativo guaraní se encontraba en una capillita hecha de barro y paja que él mismo se encargó de levantar tras mudarse allí junto a su familia, según relata el padre Marciano Toledo, quien con sus 50 años de vida sacerdotal maneja la historia de esta devoción mariana que lleva al menos 400 años.
Un manantial afloraba en el sitio donde el nativo edificó la ermita y es el predio que hoy es conocido como Tupãsy Ykua o Pozo de la Virgen.
Hacia el año 1765, cuando apareció Azara por la zona, la localidad era mejor conocida como Valle de Caacupé. Doña Juana Curtido de Gracia, una de las primeras pobladoras, donó el terreno donde muchos años después –a finales del siglo XIX– se edificó el santuario que dio paso a la anhelada Basílica. El pa’i Toledo comenta que ese fue del sueño de que “la Virgen tenga una casa digna”, parafrasea a monseñor Juan Sinforiano Bogarín, primer arzobispo del Paraguay e impulsor de lo que es la actual morada de la Madre Celestial.
En 1770 se dispuso el registro fundacional de Caacupé como ciudad. Otro fenómeno que trascendió en la cronología de la historia se originó a partir de una tempestad que se abatió en el lugar: Un rayo destruyó la imagen original en 1854. Don Carlos Antonio López encomendó a uno de los mejores curadores del país, Manuel Marecos, la restauración de la imagen. El artista, inspirado de iconografías sacras europeas, no hizo más que embellecer a la venerada imagen de la Virgen de los Milagros. “Hizo esta hermosa imagen que hasta ahora no se tocó y es la original que se tiene aquí”, dice el cura historiador.
Poco antes de iniciar el siglo XX, en 1899, fue la primera vez en que se postergó la peregrinación hacia el santuario debido al asedio de la peste bubónica. Luego, en otras tres ocasiones más, iba a cancelarse la festividad mariana hasta el presente en que la pandemia del coronavirus obliga a posponer todo intento de ir hacia la Villa Serrana.
Lo pudo haber sido
No fue sino 15 años después de la Guerra Grande en que se amplió el templo con material y cercándole con portones de hierro. “Un sacerdote llamado Bernardino Sandoval agrandó la iglesia y se cree que esa iglesia es el Tupão Tuja que hasta ahora tiene su réplica aquí en Caacupé”, comenta.
Y, desde que monseñor Bogarín se consagró sacerdote en 1895, al oratorio se le empezó a llamar de a poco Basílica porque “él tenía la idea de que la Virgen tenga una casa digna; así como tiene la Argentina, con la Virgen de Luján, o Brasil con la Aparecida y México con Guadalupe”, apunta.
Pasaron varias décadas hasta 1940 cuando el arzobispo consiguió que se esbocen los planos de lo que sería la futura Basílica de Caacupé.
Mientras, el padre Juan Ayala Solís se encargó –dice– de realizar las campañas de llevar piedras del cerro Aquino Cañada, de las olerías de Azcurra para levantar la majestuosa obra diseñada por el arquitecto Miguel Ángel Alfaro, ex intendente de Asunción.
“Diseñó el plano grandísimo que tenía el tamaño similar a la Basílica de San Pedro de Roma”, cuenta ya que Alfaro se había formado en Italia.
Se comenzó la obra con ese ideal, en 1945, pero por diversas razones se paralizó por espacio de 25 años. “En el Concilio Vaticano II (en los años 60) monseñor Ismael Rolón, quien fue el primer obispo de Caacupé, presentó este proyecto en Roma y ahí le aconsejaron que se piense más bien en una obra más funcional y al alcance de la comunidad porque esa obra iba a durar por siglos”, rescata el motivo por el cual solo se hizo hasta la mitad del dibujo del plano original.
“Si se seguía el plano antiguo no iba a terminar todavía hoy en día”, tira.
El diseño inicial ocupaba parte de la explanada. En efecto, recién en 2006 se terminó de edificar el Santuario que no fue sino hasta la visita del papa Francisco –en 2015– que ascendió a la categoría de Basílica Menor.
Hoy, hay quienes se lamentan que se tuviera que echar el antiguo templo (en 1980) y otros que sienten nostalgia de saber cómo hubiera quedado la morada de la Virgencita Azul, tal como la Basílica de San Pedro.
En el Concilio Vaticano II, monseñor Ismael Rolón, quien fue el primer obispo de Caacupé, presentó este proyecto (de la Basílica) en Roma y ahí le aconsejaron que se piense más bien en una obra más funcional y al alcance de la comunidad porque esa obra (el plano original) iba a durar por siglos
Marciano Toledo, cura e historiador de la Basílica Santuario de Caacupé.
Acontecimientos que catapultaron la devoción mariana
Durante la Guerra Guasu, la imagen de la Virgen de Caacupé sobrevivió a desmanes y saqueos. “El 12 de agosto de 1869, después de la Batalla de Piribebuy, el ejército del Brasil entró a la iglesia y llevó la corona de la Virgen. Era de oro y plata, fue el primer obsequio que recibió la Virgen”, repasa el pa’i Marciano Toledo. Y añade que ninguno se animó a destrozar o robar la imagen. La Guerra del Chaco alimentó aún más la veneración hacia la Virgencita. “Los que iban de contingencia pasaban por Caacupé, venían las madres y novias”, cuenta al señalar que pedían por sus hijos o parejas, que se fueron al combate. “La Guerra del Chaco favoreció mucho para traer gente a Caacupé”. En 1969, recuerda no se suspendió la festividad en sí, solo se canceló la procesión de la imagen. Por entonces, había un fuerte enfrentamiento entre Iglesia y Estado: Toledo cuenta que monseñor Rolón le sugirió posponer su consagración ya que debía salir a invitar a los fieles porque había cierto temor de asistir a misa. Escenario opuesto a lo que ocurre hoy, se pide no ir.