26 abr. 2025

Dictadura

Raúl Ramírez Bogado – @Raulramirezpy

En 1989 cayó la dictadura, por lo que en este bendito país comenzamos a sentir lo que es la vida democrática. Desde esa fecha, pasaron muchas cosas y muchos gobiernos, en los que nos acostumbramos a la libertad.

Poder decir lo que queríamos sin censura era una sensación indescriptible para los que nacimos en la dictadura, y para los que fueron encarcelados por criticar al gobierno.

Aunque las demás constituciones ya la tuvieron, con Ley Suprema de 1992, se garantizó la libertad de expresión, de pensamiento, de prensa, el pluralismo ideológico, entre tantos otros grandes logros.

La prensa abusó muchas veces de su poder, aprovechándose de esa libertad que teníamos, y de esa impunidad que la acompañaba. Muy de vez en cuando, había intentos de coartar esas libertades.

Dentro de ese contexto, a finales del siglo pasado, aterrizó en nuestro país, esa herramienta excepcional llamada internet, de donde vinieron las famosas redes sociales.

Estas le dieron voz a todos. La posibilidad de expresarse como quisieran. De desenmarcarse de la prensa, que hasta entonces era la única forma en la que las personas podían hacer viable la libertad de expresión y de pensamiento.

Aparecieron así, primero Orkut, luego Facebook, Twitter, Instagram, WhatsApp, entre los más conocidos, que ganaron tantos adeptos que cualquiera puede tener una cuenta.

A más de ser una herramienta de comunicación, también se convirtió en un formidable elemento de presión que consigue resultados.

Es que el anonimato que te pueden dar, hace que te sientas libre, intocable, impune, sin medir las consecuencias, ya que la mayoría de los que abusan de esa libertad se esconden con nombres y fotografías falsas que aseguren su invisibilidad.

Con el tiempo, las redes sociales se convirtieron en los nuevos dictadores, al punto de opinar sobre cualquier cosa, exigir de todo a las autoridades, ser jueces implacables de todo, lo que las transforma en una verdadera masa disconforme que logra cualquier objetivo.

Esto por supuesto fue aprovechado por los inescrupulosos –políticos principalmente– que crearon sus legiones de cuentas apócrifas que distribuyen noticias falsas, desprestigian a sus oponentes, descalifican, difaman, todo para lograr sus fines.

Lo peor es que con el populismo nuestros legisladores, que con tal de conseguir aplausos en las redes, aprueban cualquier tipo de ley.

Tenemos por ejemplo la idea de que aumentando las penas acabarán con la corrupción, olvidándose de que es la impunidad la que la favorece. Otro ejemplo es la ley del Registro de Agresores Sexuales, que viola nuestra Carta Magna sin ningún tipo de complejo por eso.

La libertad de expresión que existe en las redes hace que se olviden de la responsabilidad por las opiniones. Mi libertad termina donde empieza la del otro. El abuso tiene consecuencias penales. De ahí vienen la difamación, la calumnia, la injuria, entre otras.

Ya hubo fallos sobre las redes tales como la de la Corte de Apelaciones de Nueva York, que dispuso que el presidente Donald Trump no tiene el derecho a bloquear usuarios desde su cuenta de Twitter, una acción que considera “inconstitucional”, porque vulnera la libertad de expresión. Aquí, varios apoyan que un funcionario no puede bloquear en las redes con el mismo argumento.

Creo que también se viola la libertad de expresión de la persona, cuando es insultada, atacada con falsedades y debe aguantar todo por ser funcionario público. Otra cosa es bloquear por no coincidir con la opinión. Eso sería intolerancia.

Algunos, extienden esto a los periodistas. Pero, no tengo acaso libertad de bloquear a los que desde el anonimato se aprovechan para tirar basura sobre uno. Así como hay libertad para decir de todo, creo que debería haber libertad para bloquear. Acaso no se garantiza la resistencia a la opresión, a la dictadura. ¿Quién está obligado a aguantar a la legión de cuentas falsas?