–Tu hijo estará condenado a dar felicidad a los demás.
La respuesta de la partera es una oportuna síntesis de la vida de un futbolista que regaló felicidad no solo a los argentinos, sino a todo aquellos que aman el fútbol y que hoy lo lloran. Maradona fue un hombre feliz dentro de la cancha, haciendo felices a los demás fuera de ella, llevando hasta sus límites creativos el deporte que lo apasionaba.
Debutante en Primera División en Argentinos Juniors en 1976, a días de cumplir dieciséis años, su nombre saltó a la palestra internacional tres años más tarde en el Mundial Juvenil de Japón, en donde fue campeón. En 1981 llegó a Boca Juniors y al año siguiente César Luis Menotti lo llevó al Mundial de España como la estrella del equipo. Aquella eliminación temprana fue su primera gran frustración con la selección argentina, un aprendizaje para lo que le deparaba el futuro.
Traspasado luego del Mundial al poderoso Barcelona español, Maradona sufrió también allí su primera gran lesión. A pesar de hacer goles inusitados, no pudo confirmar allí sus extraordinarias condiciones.
Sin embargo, en 1985 se lo llevó un equipo con menos cartel en el panorama mundial. En el Napoli de Italia se convertiría en algo más que un simple jugador de fútbol: En un mito heroico del humilde Sur en su batalla particular contra el Norte rico de la Juventus o del Milan.
Nápoles sería por seis años la casa de Maradona, su lugar en el mundo, el sitio en donde ahora lo penan particularmente. Hasta la llegada del Diez, Napoli no había ganado más que dos veces la Copa Italia y jamás un Scudetto. Con Diego arrimó a su vitrina dos títulos de Serie A, otra Copa Italia, una Supercopa y el primer y único trofeo internacional napolitano: La Copa de la UEFA.
En medio de esta larga primavera futbolística en Italia, Maradona además fue campeón del mundo en 1986 con Argentina. Allí marcó cinco goles, dos de ellos a Inglaterra, de los más célebres en la historia de los mundiales: uno con la mano, otro “en corrida memorable, dejando en el camino a tanto inglés”, como relató desde el estadio Azteca el periodista Víctor Hugo Morales, también memorablemente.
En 1990, con un equipo diezmado y él con una lesión en el tobillo, Maradona volvió a conducir a su selección a una final del mundo. Aquella vez no pudo lograr el campeonato y sus lágrimas en el Olímpico de Roma lo atestiguaron.
Su confesión, el día de su retiro oficial en 2001, de que falló y pagó, pero que la pelota, ni por si acaso, no se mancha, resume la vida de un enamorado del fútbol que con su zurda hizo que millones de niños y jóvenes a lo largo y ancho del mundo abrazaran el deporte como destino y como forma de vida. Es y será su gran legado.
Diego en Asunción
El 31 de octubre de 1977, un día después de cumplir 17 años, Diego Maradona jugó su primer partido con la selección argentina contra la Selección Paraguaya en tierra guaraní. Fue en un amistoso por la Copa Félix Bogado disputado en el Defensores del Chaco, con victoria paraguaya 2-0. El periodista Arturo Rubin escribió sobre Maradona en la crónica de Última Hora tras el partido: “Sabe jugar, pisa bien el campo, es joven y puede llegar a ser la máxima estrella argentina en breve tiempo”.