Rousseff (Belo Horizonte, 1947) conoce bien de qué se trata el tortuoso proceso de destitución. Ella y Fernando Collor de Mello, en 1992, han sido los dos únicos presidentes cesados desde la restauración democrática en Brasil, en 1988.
La ex presidenta de Brasil, miembro del Partido de los Trabajadores (PT), lo fue por irregularidades en el manejo de las cuentas públicas. La antigua mandataria, reemplazada por su entonces vicepresidente Michel Temer, sigue calificando su cese como un “golpe de Estado”.
En el caso de Bolsonaro, que acumula decenas de peticiones para un juicio político a medida que mengua su popularidad, Rousseff estima que está en una “situación de mayor fragilidad” por las investigaciones que le ponen en aprietos, entre ellas un posible esquema organizado para disparar noticias falsas en masa.
Sin embargo, opina que un proceso de destitución “no es seguro” que ocurra, ya que hay “sectores neoliberales” apoyados por el centro y centro-derecha que están interesados en que Bolsonaro siga en el poder para acometer “una agenda de austeridad y de reducción del papel del Estado”.
“Y falta, además, un factor siempre importante, para lo bueno o para lo malo, que es la manifestación popular. Y hacer eso de forma sustentada es imposible por el contexto de pandemia”, sostiene la presidenta de Brasil entre 2011 y 2016 y sucesora de Luiz Inácio Lula da Silva.
P. ¿Cómo está pasando el confinamiento?
R. Estoy en Porto Alegre (Sur de Brasil). He hecho bastantes directos en internet, leo mucho, escucho música y hago ejercicio físico. Dentro de lo posible, a pesar de toda la presión que supone estar confinada, he conseguido crear una rutina de trabajo y de vida bastante productiva, pero cuesta, porque ves por la ventana un día soleado y quieres dar una vuelta, y no es posible salir.
P. ¿Cómo ve la situación política del país?
R. Enfrentamos la pandemia con tres cosas graves: el desmontaje del área de salud, de la red de protección social y de todo un proceso de reducción del papel del Estado para el más desfavorecido. Y eso unido a una reforma laboral (2017), que creó un pico en la informalidad y la precariedad del trabajo.
Añado la crisis política. Vivimos en una situación de permanente crisis política provocada por la agenda neoliberal de reformas en Brasil que solo lo consiguieron por un golpe en 2016 (alusión a su proceso de destitución) y con la elección de la ultraderecha en 2018.
Ellos (fuerzas neoliberales) supusieron que controlaban a la ultraderecha, y no lo han hecho ahora. Su representante máximo, que es el presidente, parece estar bajo control, pero dudo que eso permanezca.
P: ¿Qué ha querido decir con que Bolsonaro pueda estar bajo control?
R: Creo que ha habido una negociación. A la derecha en Brasil, al centro-derecha y a segmentos del centro siempre les interesó que Bolsonaro estuviese en el poder para aplicar una agenda neoliberal representada por el ministro de Economía, Paulo Guedes, que tiene amplios apoyos, incluso en los medios.
El presidente está en una situación de mayor fragilidad, porque hay en el Supremo una investigación sobre fake news (noticias falsas) sobre las milicias y está el encarcelamiento de (Fabricio) Queiroz (ex asesor del primogénito Flávio Bolsonaro). Ante ese panorama, estaba claro que él tenía que tener algún tipo de acuerdo o sería conducido progresivamente a la destitución. Y a ellos (derecha y centro-derecha) no les interesa un cese de Bolsonaro.
P: De sus palabras se interpreta que no habrá juicio político a Bolsonaro.
R: No quise decir eso, lo que quise decir es que no está asegurado. Estoy diciendo que hay fuerzas que no quieren el ‘impeachment’. ¿Quiénes son ellas? La derecha y el centro-derecha. Y luego hay un centro que vacila. Dependerá de los acontecimientos (...). Y falta, además, un factor siempre importante, para lo bueno o para lo malo, que es la manifestación popular. Y hacer eso de forma sustentada es imposible por el contexto de pandemia. Diría que la situación es de un equilibrio catastrófico. ¿Y cuál es la catástrofe? Esa mezcla de neoliberalismo con coronavirus y que busca brechas autoritarias. Esa es la catástrofe y hay un equilibrio, porque no hay una clara definición de hacia dónde irán las fuerzas.
P: Pero sí que ha habido protestas en las calles contra Bolsonaro, sobre todo las lideradas por movimientos antirracistas, cacelorazos, ¿cree que no ha sido suficiente para justificar el ‘impeachment’?
R: No lo ha sido, no para justificarlo, sino para impulsarlo.
P: Después de la pandemia, ¿podrá suceder?
R: Creo que no conseguiremos responder a eso de forma definitiva actualmente. No puedo decir ni que sí ni que no.
P: Su legado también está asociado a una caída de la economía del 7% sumando 2015 y 2016, ¿usted se siente corresponsable de la situación que vive hoy Brasil?
R: No, porque la caída en ese periodo tuvo razones. Coincidió con una caída de China (principal socio comercial de Brasil), del precio de los “commodities”, como lo son el petróleo, gas, minerales y alimentos (...), unido al mayor periodo de sequía en Brasil. Esos factores fueron considerados por la élite como condiciones básicas para actuar contra (mi Gobierno).
El golpe que sufrí no fue por la crisis económica. Fue al revés. La crisis económica sucede por la necesidad de crear condiciones para ese golpe. Así lo reconoció el senador Tasso Jereissati, quien dijo que su partido (PSDB, centro-derecha) tenía que responder por no haber votado a favor de medidas que eran claramente beneficiosas para la economía brasileña (...). En aquella época, la deuda bruta había caído hasta el 36% del PIB, la tasa de desempleo, que fue lo que me sirvió para mi reelección (2014), fue la menor registrada, del 4,3%.
P: ¿Cuáles son los peores recuerdos de su proceso de destitución en 2016?
R: Mi peor recuerdo es de cuando me di cuenta de que el golpe era inexorable. Lo que no imaginé es que después vendría Bolsonaro. Cuando Bolsonaro votó (en el proceso de destitución como diputado federal), no me sorprendió lo que dijo (hizo un alegato en favor de Carlos Alberto Brilhante Ustra, uno de los jefes del aparato represivo de la dictadura y a quien calificó como el “pavor de Dilma Rousseff”, quien fue torturada por el coronel).
Bolsonaro era entonces un diputado del bajo clero, reconocido por todos como una persona incapaz de gobernar, inadecuada, antidemocrática y que apoyaba la tortura. Por eso, no me sorprendió el discurso en favor del coronel Brilhante Ustra. Lo que más me sorprendió es que los seudodemocráticos apoyaran el golpe. Me acuerdo de las intervenciones en el Senado de la República (último paso del ‘impeachment’). Allí vi a líderes con una trayectoria democrática rasgando sus biografías.
Del pasado reciente, mi peor recuerdo fue la campaña contra Lula, el proceso que lo llevó a prisión (impidiendo que se presentase a las elecciones de 2018 por su condena en un caso de corrupción de Lava Jato). Ahí comprendí que se daban las condiciones para que subiese un líder de extrema derecha.