22 oct. 2024

Din din don, din din ¡boom!

A esta altura del mes de diciembre, en tiempos no muy lejanos, bullía la solidaridad: Muchos pensaban en el otro. Se multiplicaban las campañas de recolección de pan dulce, juguetes, ropas, comida, etcétera, para compartir con los que tenían menos o no tenían. Las familias cuyas posibilidades les permitían armaban canastas navideñas para los empleados del hogar, preparaban regalos para los recolectores de basura y hasta para quienes tocaban el timbre para pedir un pedazo de pan.

No es una leyenda urbana que en estos días, hace unos años, en gran cantidad de barrios se organizaban las cenas de Nochebuena entre los vecinos de la cuadra en medio de la calle. Para eso había que limar asperezas entre algunos y había que poner en práctica el perdón, lo cual no era tan difícil porque este era tiempo de paz, de armonía, de amor, de entrega y demás yerbas muy beneficiosas para una sociedad.

Daba la impresión de que cuando entraba diciembre al escenario se derramaba un tonel de miel de abeja sobre la gente, no digo dulce de guayaba o de leche porque contienen azúcar refinada que no es muy beneficiosa para el organismo.

En síntesis, las personas estaban más predispuestas a vivir el sentido de la Navidad, y daba gusto. Recorrer las calles para ver el pesebre de los vecinos, probar el clericó, la sopa que hizo doña Lucy, recibir algún caramelo como recuerdo de la visita en un ambiente de seguridad y de cuidado mutuo era demasiado importante. Pero como suele suceder muy frecuentemente: Uno valora lo que tiene recién cuando lo pierde.

Haciendo un paralelismo, hoy poquísimos colectan comida o regalos para los desfavorecidos y también son poquísimos los que quieren colaborar, es decir, el esfuerzo no encuentra resonancia. Ahora ya no hay tiempo para preparar canastas navideñas –en los casos en los que haya insumos– para compartir con los que menos tienen.

En la mayoría de los barrios las murallas se han convertido en fortalezas inexpugnables, los vecinos ya no se conocen. Y aquí también la falta de tiempo conspira para cruzar la calle y compartir con los viejos pobladores del barrio que se resisten a darle la extremaunción a la vecindad.

Y hoy, en las redes, se lee y se percibe que lo que se derrama ya no es un tonel de miel, sino de hiel. Prestos para la ira por la más insignificante de las razones o sinrazones.

El din din don se va convirtiendo en din din ¡boom! Y lamento decirle que no se avizoran mejoras sustanciales en el corto plazo.

A diferencia de hoy, antes toda la parafernalia emocional estaba imbuida del espíritu de la Navidad. Hoy se lo combate desde varios frentes.

Al igual que hoy había pobres, pero no experimentábamos los niveles de desigualdad social que hoy nos golpean. Y he aquí donde no podemos dejar de mencionar el egoísmo exacerbado de una clase política irresponsable y de sectores empresariales que escudándose en la angurria delincuencial de los políticos –muchos de los cuales por dinero promueven un Estado narco– rechazan cualquier cambio en una estructura tributaria que ya no da más.

No nos quejemos después por haber perdido la estabilidad en el país y la paz social. Si no trabajamos y, sobre todo, si no cedemos para que la justicia social se haga carne en este sufrido Paraguay en breve ya ni escucharemos el din din don.

No hay secretos. La desigualdad nos lleva por caminos escabrosos. No puede ser que un político colorado se trate el cáncer en el Sirio Libanés y un trabajador o un campesino no tengan ni siquiera acceso a remedios para hacerlo. Es realmente vergonzoso e indignante que la salud no sea para todos.

Espero que recuperemos lo que hemos perdido y que obtengamos lo que por derecho nos corresponde. Esto también forma parte del espíritu navideño.

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A continuación, una columna de opinión del hoy director de Última Hora, Arnaldo Alegre, publicada el lunes 2 de agosto de 2004, el día siguiente al incendio del Ycuá Bolaños en el que fallecieron 400 personas en el barrio Trinidad de Asunción.