31 mar. 2025

¡Dios mío!

Asumió un nuevo Gobierno y sus primeras promesas desnudan la precariedad institucional en la que nos movemos desde hace casi 30 años.

Mario Abdo Benítez se encargó de la presidencia de la República y en su primer discurso como tal prometió una justicia independiente y no tolerar la corrupción, ni de los amigos ni de los enemigos.

Es decir, en este periodo de transición no pudimos consolidar lo obvio. Entonces, el nuevo presidente pone como propuesta lo que debe estar más que asumido.

Las tres décadas pasadas desde el derrocamiento de la dictadura no sirvieron para establecer parámetros éticos razonables para la conformación de la República, lo que da aire a los descocados nostálgicos del stronismo.

Si el nuevo mandatario pone como una de sus principales propuestas de gobierno el combate a la corrupción y la independencia del Poder Judicial, y todos nos ponemos a aplaudir como si fuera que hubiese descubierto la cura del cáncer, es porque como sociedad somos unos reverendos inútiles.

El noveno presidente de la democracia nos vuelve a ofrecer como gran panacea lo que en una sociedad mínimamente seria hace años no debía ni siquiera haberse discutido.

Esto también denota la complicidad o el rotundo fracaso de la clase política nacional para establecer los basamentos de la democracia.

Lo único en que se pusieron de acuerdo la mayoría de los actores políticos es en impedir las aventuras reeleccionistas de los presidentes de turno. Después, en el resto de los asuntos de la democracia, lo que hicieron es una mera repartija inspirados más en los intereses sectarios que en los principios institucionales más lógicos.

En este nuevo capítulo de nuestro andar democrático, Mario Abdo nos vuelve a dar esperanzas sobre lo mismo. Con un ingrediente trascendental que ya estuvo en los otros presidentes, pero en menor medida.

La novedad de Abdo es su inclinación por hacer alharaca sobre la religión. Juró sobre una biblia como si fuéramos una teocracia y cada tanto da perlas discursivas brillantes como que la fe es lo que mueve al mundo. Dejando así de lado otros motores de la sociedad, como la justicia, la ciencia, la moral laica y demás asuntos; al parecer, profanos para ellos.

Como corolario, el ministro del MOPC dice que uno de los principios para su gestión será Dios. Dejando en segundo plano la probidad, la racionalidad y la honestidad.

El Estado laico fue una gran conquista. Esperamos y rezamos para que no haya un retroceso en ese sentido.