08 abr. 2025

Discutir la pobreza más allá de los pobres

La publicación de los datos sobre pobreza monetaria generó un necesario debate sobre su nivel y evolución. Más allá de esta importante cuestión, se impone un análisis de mayor profundidad sobre las causas y consecuencias, las percepciones y el rol de las políticas públicas, incluyendo la política estadística. Este tema no debería limitarse a una semana al año cada vez que se publica el dato, ya que su solución implica decisiones que afectan a varias generaciones. Sin un piso de protección social estable, acceso a salud y educación de calidad hasta culminar la Educación Media, la reducción de la pobreza se convierte en un éxito incompleto, con riesgo de retroceso y con poco impacto en la calidad de vida, el crecimiento económico y el desarrollo.

Las causas de la pobreza monetaria en Paraguay son estructurales. Baja calidad de educación en la niñez y adolescencia, empleos precarizados en la adultez y ausencia de ingresos dignos en la vejez configuran un concatenamiento perverso que se transmite a lo largo de toda la trayectoria de vida de las personas e incluso entre generaciones.
Sin competencias educativas en las primeras etapas de la vida es muy difícil acceder a empleos de calidad y a ahorrar para el momento del retiro laboral. Es así que la vida de las personas transcurre con altibajos sumando y restando en cada etapa, pero al final sabemos que el saldo tiene poco de positivo si analizamos las condiciones de vida en la vejez. Sin una jubilación digna, acceso a salud y a cuidados es muy difícil asegurar el bienestar de las personas en este periodo de la vida.

La reducción de la pobreza monetaria en el corto plazo es el primer paso y, quizás el más fácil, porque el cambio en este indicador depende, entre otras medidas, de transferencias públicas como Tekoporã, alimentación escolar, la pensión alimentaria y jubilaciones o pensiones. Estas transferencias tienen como objetivo garantizar condiciones mínimas de vida, pero solas no aseguran bienestar. Para que sus impactos se amplifiquen y tengan efectos multiplicadores en otros indicadores como los de salud y educación deben estar integradas en un sistema de protección social y cuidados.

Por otro lado, las transferencias de ingresos deben ir acompañadas de mejoras en los ingresos laborales para que en conjunto tengan un impacto significativo y permanente. Estos ingresos laborales, además, no deben perder capacidad adquisitiva por la inflación. De otro modo, las transferencias monetarias terminan reemplazando el efecto inflacionario en las poblaciones de menores ingresos, quienes sienten con mayor fuerza el aumento de los precios.

Aquí tenemos el gran desafío en Paraguay. Cada vez son más necesarias las transferencias públicas porque el crecimiento del producto interno bruto (PIB) tiene cada vez menos efecto en los ingresos laborales que se deterioran al ritmo de la inflación, especialmente por el aumento de los precios de alimentos y de la movilidad –combustibles y pasajes–. Estos efectos no se limitan a la población en situación de pobreza, sino que se extiende al resto ya que en Paraguay, el 85% de los ingresos de los hogares proviene del trabajo.

Una amplia proporción de quienes están por encima de la línea de pobreza está sufriendo la persistente caída de poder adquisitivo de sus ingresos laborales. De ahí el malestar generalizado y el descreimiento en la reducción de la pobreza. Esto es así porque, en realidad, en Paraguay salir de la pobreza no significa mejorar la calidad de vida, quienes dejan de ser pobres, igual que la mayoría de la población, continúan con el mismo sistema de salud, la misma baja calidad de educación, la misma precariedad del empleo, el mismo pésimo sistema de transporte público.

El indicador positivo puede estar sintiéndose poco en la población beneficiada y el resto de la población siente el estancamiento de sus ingresos laborales y la inflación. Por estas razones, la reducción de pobreza se convierte en un éxito limitado por lo que además de continuar reduciendo es urgente mejorar la vida de quienes están por fuera de la pobreza.

Este objetivo tiene como desafíos garantizar los derechos al cuidado, a la salud y a la educación en la niñez y adolescencia; en la juventud y adultez el derecho a un trabajo decente y en la vejez a una jubilación, a cuidados y a la integración social. Solo de esta manera la reducción de la pobreza será permanente, se romperá con la transmisión intergeneracional de pobreza y las políticas públicas tendrán el apoyo y la legitimidad de la mayoría.

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