Recordemos: No montamos un aparato burocrático para emplear correligionarios y párvulos republicanos; no pagamos impuestos para dotar de luz y refrigeración a seccio-nales que solo sirven de plataforma para una legión de futuros funcionarios o contratistas del Estado. Esa costosa megaestructura que llamamos Estado y que se alimenta como un vampiro monstruoso de la riqueza (poca o mucha) que producimos cada uno de los contribuyentes está única y exclusivamente para planificar, gestionar y ejecutar políticas que solucionen nuestros problemas colectivos que van desde garantizarnos el agua, la luz y las comunicaciones hasta aquellas tan básicas, como la educación, la salud pública y la seguridad.
Sé que es una obviedad, pero a veces necesitamos recordarlo, sobre todo, a la hora de determinar en qué se gastan nuestro dinero.
Tenemos tres hidroeléctricas, pero se corta la luz. Resulta que hay un plan maestro para evitar que siga ocurriendo, pero para ejecutarlo se necesitan más de seis mil millones de dólares. Y no tienen la más pálida idea de dónde saldrá la plata. Para colmo, en una década más estaremos consumiendo ya toda la energía disponible. Esto significa que si en los próximos cinco o seis años no construimos nuevas fuentes de generación tendremos que racionar nuestro consumo. O sea que solo tendremos luz a determinadas horas.
A dos décadas del nuevo milenio, ni siquiera el Departamento Central tiene cobertura total de agua potable, ni hablar del sistema cloacal o de plantas de tratamiento para aguas negras. Tiramos literalmente toda la mierda al río o a los pozos que contaminan los acuíferos. Pero la situación es todavía más grave, porque incluso en el área cubierta hay más de 300 kilómetros de cañerías cuya vida útil acabó hace 10 o 20 años. La consecuencia es la hemorragia diaria por donde se pierde casi la mitad de las aguas tratadas, convirtiendo de paso las calles en zona de guerra.
Por supuesto, no es nada que no se solucione con inversión pública. Digamos que unos 4 o 5.000 millones de dólares, dinero que los gobiernos no saben de dónde saldrá.
En materia de educación hasta ahora lo único en lo que los nuevos administradores del “ogro filantrópico” prometen innovar es el almuerzo escolar, un polémico proyecto en el que pretenden invertir alrededor de 250 millones de dólares. El detalle es que si se busca universalizar el plan cuesta como 600 millones. ¿Cómo harán? No lo sabemos.
Hasta ahora lo único cierto es que para garantizar cualquiera de los servicios que el Estado que financiamos nos debe proveer se necesita invertir la mayor parte de los tres mil millones de dólares que pagamos de impuestos y sumarle lo que se obtiene de créditos y remesas de las binacionales. Pero hoy ese dinero apenas alcanza para pagar el costo operativo de la burocracia (incluyendo a la legión de parásitos partidarios y su prole), la cuota de la deuda y alguna obra menor para que inaugure el presidente.
Este es el único y monumental embrollo que el economista Peña debe resolver. No está en el cargo para blanquear a nadie ni para ejecutar vendettas de borracho. No tiene tiempo ni recursos para otra cosa que no sea enfrentar el entuerto financiero. Y hasta ahora, lamentablemente, no me queda claro cuál es su plan para hacerlo… ni si realmente tenga uno.