Doña Obdulia registró esta semana uno de esos momentos históricos al difundir su conversación con el ministro del Interior, Euclides Acevedo, al que trató primero de rembi jokuái (mandadero), luego siguió afirmando que no le temía ni toleraba que la amenazara para concluir desnudando su altanería y prepotencia, similar a las de sus guardias en sus tiempos de reo político de la dictadura de Stroessner. Se enojó el ministro y redobló los ataques afirmando que difundir lo que era una conversación privada constituía una notable “hijoputez”. Tampoco aquí acertó.
La doctrina Obdulia establece a partir de ahora que toda conversación con un empleado público, cualquiera sea su cargo y distinción, tiene carácter abierto y transparente. No hay un discurso para adentro y otro para afuera. Si no hubiéramos escuchado la conversación entre los dos, probablemente, el ministro preguntado sobre eso posteriormente hubiera dicho que eso no existió o nos hubiera edulcorado con algo así como: “Hemos tenido una amable plática con la señora Obdulia, quien agradeció el compromiso del Gobierno de encontrar a su hijo secuestrado desde hace seis años; le he dado todas las garantías de que no cejaremos en nuestro esfuerzo para encontrarlo con vida y retornarlo a su hogar. Las fuerzas del orden están para servir y nosotros para comprender a los ciudadanos en sus legítimos reclamos. Doña Obdulia asintió agradecida mis palabras”. Hay una gran diferencia entre esto que podíamos haber escuchado y lo que en verdad dijo a la pobre señora, víctima de tantos engaños y manipulación por todos los involucrados en garantizar la vida de ella y de su hijo secuestrado. La cuestión de que una ciudadana no tema amenazas, altanerías y desplantes de un ministro del Interior es un hecho histórico en este país, donde desde ese cargo con 25.000 policías a disposición y una larga tradición de prepotencia, tortura y asesinatos es algo absolutamente inusual. La doctrina Obdulia fue clara: no le temo y no venga con prepotencias calzadas en zapatos brillosos. Brillante la retórica de la señora. El ministro sintió la estocada y aplicó una de las estrategias paraguayas descriptas por Helio Vera: Oñe mo mandi’o rogue (se echó sobre sus alas) y le afirmó que la había tratado siempre con kunu’u (ternura) y estaba a su disposición. La doctrina Obdulia no se dejó embaucar y redobló la apuesta afirmando que su secretario más de una vez no la puso en contacto o él no devolvió la llamada a su mandante. Esto dejó sentado que nuestros sirvientes públicos están en sus cargos porque nosotros los pusimos o nosotros los financiamos. Así de simple. Ellos se deben a la sociedad y ni la prepotencia ni la altanería se compadecen con nuestra condición de mandantes. Ore (los ciudadanos) la romandaba (nosotros tenemos el poder) dejó explícita dicha conversación.
La doctrina Obdulia mostró que la transparencia es central en toda gestión pública. Así ya cayeron varios legisladores o ministros. WhatsApp hizo por la democracia paraguaya más que montañas de expedientes que siempre pueden ser víctimas de inundación en el piso 15 o de incendios sospechosos, como los acontecidos reiterativamente en el Ministerio de la Vivienda. La impresión de pantallas, el intercambio de audios y/o videos son utilizados cada vez con mayor frecuencia por quienes apoyan la doctrina de la transparencia.
La doctrina Obdulia solo requiere en el caso práctico de la señora que traten a su hijo al igual que todos los demás paraguayos. La Constitución así lo demanda y no cumplirlo eso sí es de una hijaputez condenable.