El Evangelio de este segundo domingo del Tiempo de Pascua, también llamado domingo de la Divina Misericordia, cuenta dos apariciones del Señor a sus discípulos. El día de la resurrección, bajo la doble señal de la paz y de la alegría, Jesucristo sopla sobre ellos, recordando así el soplo creador, y les da el Espíritu Santo, cuyo poder les permitirá perdonar los pecados. Solo Dios puede perdonar los pecados, y lo hace porque tiene entrañas de misericordia. La omnipotencia de Dios se manifiesta en ese amor íntimo que nos limpia para hacernos entrar en su vida.
“Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. La fórmula de absolución en el sacramento de la penitencia parece tan rápida, pero en ella se condensa todo el poder de los méritos de la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Cada vez que nos confesamos, por la comunión de los santos estamos ayudando a otros fieles a pedir perdón a Dios. Cuando ayudamos a los demás, con el ejemplo y la palabra, a recibir el sacramento de la reconciliación, hacemos un acto de misericordia: es el caso, por ejemplo, de un padre o una madre de familia que lleva a sus hijas e hijos a confesar, confesándose primero los padres.
Tomás no estaba en la aparición del día de la resurrección. El domingo siguiente, Jesús se hizo de nuevo presente en su cuerpo glorioso en medio de sus discípulos. Se dirigió a Tomás, invitándole a tocar sus llagas. Tomás, incrédulo hasta entonces, hace una profesión de fe: “¡Señor mío y Dios mío!”. Es la más alta confesión cristológica del Evangelio. La podemos repetir, manifestando así nuestra fe en Cristo, Dios y Hombre verdadero, Hijo eterno del Padre (cf. Jn 5,1-6).

“Bienaventurados los que sin haber visto hayan creído”: el Señor nos bendice; a la vez, le pedimos que aumente nuestra fe en el amor que, en el Espíritu, Dios Padre tiene por nosotros, sus hijos e hijas en Cristo. El Señor ha hecho de nosotros no solo objetos de su misericordia, sino sujetos que la comparten con los demás. “Es eterna su misericordia” (Ps 118[117],2).
Con esa fe, bajo la protección de la Virgen, Madre de Misericordia, aprenderemos a ayudar al prójimo en sus necesidades espirituales y materiales, cumpliendo las obras de misericordia, espirituales –instruir, aconsejar, consolar, confortar, perdonar y sufrir con paciencia– y corporales –dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos, dar limosna a los pobres. Así nos describen los Hechos de los Apóstoles a los primeros cristianos (cf. Hch 4,32-35). La Pascua del Señor les da la divina Misericordia y les habilita a compartirla.
Nos cuenta el evangelio que el discípulo Tomás no estaba con los otros en aquella ocasión. Cuando regresa, no cree en el testimonio jubiloso de todos: “¡Hemos visto al Señor!”. Lo achaca quizá a una experiencia interna o a un desvarío colectivo. Tomás exige algo más que el testimonio apostólico y pide signos evidentes para creer y cambiar de vida. Al domingo siguiente, Jesús volvió a mostrarse. “Quizá tú también escuches en este momento el reproche dirigido a Tomás –escribió san Josemaría–: aquí tu dedo, y registra mis manos; y trae tu mano, y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel; y, con el Apóstol, saldrá de tu alma, con sincera contrición, aquel grito: ¡Señor mío y Dios mío!, te reconozco definitivamente por Maestro, y ya para siempre —con tu auxilio— voy a atesorar tus enseñanzas y me esforzaré en seguirlas con lealtad” [2].
Hoy, Domingo de la Misericordia, “entrando en el misterio de Dios a través de las llagas –comenta el papa Francisco– comprendemos que la misericordia no es una entre otras cualidades suyas, sino el latido mismo de su corazón. Y entonces, como Tomás, no vivimos más como discípulos inseguros, devotos pero vacilantes, sino que nos convertimos también en verdaderos enamorados del Señor”.
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es/gospel/evangelio-domingo-segunda-semana-pascua-ciclo-b/ y https://opusdei.org/es-co/article/comentario-al-evangelio-hemos-visto-al-senor-2/).