La actuación fiscal y policial fue sometida a complejas interpretaciones jurídicas y criminalísticas que discutían la necesidad de su nocturnidad, si todas las autoridades debían o no estar informadas, la secuencia de los disparos y muchas otras dudas. A esta altura, parece más lógico pensar en un error de procedimiento que en una ejecución. No tiene mucho sentido usar jueces, fiscales y policías para consumar un sicariato.
De todos modos, la polémica sobre el suceso revela cómo ha avanzado en nuestra sociedad el proceso de normalización de la narcopolítica. Cada vez nos resulta más natural la convivencia con personas relacionadas con el tráfico de drogas y es en la política en la que se vuelve más pública.
A don Lalo nunca le probaron nada, aunque digan ahora que estaban a punto de hacerlo. Sin embargo, son pocos los que se atreven a asegurar que él no tenía nada que ver con ese submundo. El ex senador Querey recordó que su nombre aparecía con frecuencia en los informes de la comisión parlamentaria que investigó las operaciones de lavado de dinero vinculadas al doleiro Darío Messer. Investigaciones brasileñas —sabemos más de la biografía del diputado por fuentes de ese país que las generadas en el Paraguay— lo vinculaban con los clanes de Pavão, Cabeza Branca y Da Motta.
Su fortuna era sencillamente descomunal. Él reconoció tener unos 130 millones de dólares, provenientes esencialmente de su actividad pecuaria. No era un estanciero cualquiera. Una muestra de ejemplo; en la reciente Expo de Mariano Roque Alonso un ejemplar de la raza Nelore, criado en su Cabaña Salto Diamante, fue vendido por 216.000 dólares. Pero, aún así, 130 millones de dólares siguen pareciendo mucho si provienen solo de estancias. Igual, a la Contraloría General de la República no le llamó la atención esta profusión de ceros en su declaración jurada. Esa ha sido, desde luego, la marca típica de las instituciones paraguayas: la ceguera selectiva. Se mueven sumas siderales de dinero entre bancos, financieras y casas de cambio; se venden y se compran ganado, estancias y aviones sin que la Fiscalía, la Seprelad o alguna otra institución lo advierta.
Con tanto capital, era inevitable que la relevancia pública de don Lalo aumentase. Fue un connotado dirigente de la filial Amambay del gremio ganadero, de la Federación de Fútbol de Salón pedrojuanina y de varios ámbitos sociales. También fue inevitable que incursionara en la política. Quizás a don Lalo le interesara la protección del poder, no lo sabremos. Lo claro es que aquí fue recibido con júbilo. Su generosidad financió varias candidaturas coloradas y fue convertido en diputado. Era una época en la que todos querían una foto con él. Luego vinieron las publicaciones —siempre provenientes del Brasil— y las presiones para que sea investigado. Y, ahora, el trágico allanamiento y ese entierro con tanta estética narco, donde no faltó siquiera una camioneta ploteada con la cara de Pablo Escobar y la frase “plata o plomo”. Hoy resulta que nadie conoce a don Lalo. Los abdistas, porque era de Honor Colorado. Los cartistas, porque fue electo por Fuerza Republicana. La familia del finado reclama que Natalicio Chase, hoy líder de bancada, cuya candidatura él apoyó, no les haya llevado sus pésames. Los referentes de la Asociación Rural del Paraguay no se hacen encontrar. Don Lalo, había sido, no tenía amigos. Y los pocos que no se atreven a negarlo, desconocían todo lo que se publicaba sobre él.
Don Lalo se ha muerto con la presunción de inocencia. Pero sus ex amigos siguen vivos, fingiendo demencia y naturalizando lo anormal.