Mi nombre es Antolín Silva Zárate –más conocido como don Silva–, nací en Asunción el 2 de setiembre de 1951 y tengo 73 años. Soy viudo –dice en un tono de voz suave y nostálgico–, pero con dos hijos; un varón y una nena.
El mayor tiene 40 años y la nena tiene 38 años. Ya soy abuelo –cuenta con una gran sonrisa–, mi hija tiene dos hijos, uno tiene 18 años y el otro, 8 años. Mi esposa falleció a causa de cáncer cuando mi hija menor tenía 8 años.
Hace 17 años estoy (en la Escuela Básica N° 4865 Centro Educativo Campo Verde). Mi trabajo es ser sereno y portero. Soy el encargado de la escuela. Yo me quedo todo el día acá. Me levanto a las 04:00 de la mañana, abro el portón de la escuela a las 06:00 de la mañana y estoy trabajando hasta las 15:00 –dice don Silva al contar sobre cómo es su día a día–. Vivo acá en la escuela hace 17 años.
Del albañil a portero
Yo era constructor, antes trabajaba mucho en la albañilería. Cuando tenía 13 años empecé en la construcción, con un hermano de mi madrina. Y antes de estar acá en la Escuela Campo Verde viajaba mucho por el interior del país. Estuve 7 años por Ciudad del Este trabajando en construcciones.
Cuando me retiré de la albañilería, el señor con el que trabajaba me llamó un 25 de diciembre, el día de Navidad. Me llamó y me dijo que quería hablar conmigo. Pensé que era para saludarme, para felicitarme, pero me ofreció el trabajo como sereno –cuenta cómo fue al inicio para dejar la albañilería y convertirse en el portero más querido–.
Pero yo no acepté su propuesta porque trabajaba en una empresa y como iba a ser fin de año yo pedí dos meses de vacaciones y me dieron. Entonces, vine acá en la Escuela Campo Verde y les dije que por dos meses me iba a quedar hasta que encuentren un reemplazante. (Pero don Silva ya lleva 17 años en la escuela y es muy querido por todos y todas).
En ese tiempo –relata don Silva– me ofrecieron 300.000 guaraníes para venir a dormirme acá.
Pero yo les dije que no y pedí G. 500.000 y me aceptaron. Después me alzaron más mi sueldo con los años. Yo quería quedarme dos meses, pero con la condición de hacer mantenimiento en la escuela. No tenía experiencia, pero aprendí y me quedé.
Toda mi vida fui albañil, agarraba los trabajos y contrataba personal. Así estuve muchos años –relata con un tono pausado como tratando de rememorar esos años de constructor–.
Ganarse el cariño
Me llevo muy bien con los niños, son mi adoración. Los más chiquitos me dicen: ¡Abuelito!, ¡abuelito!, cuenta Don Silva y sonríe con orgullo.
Cuando llegan a la escuela, desde los más pequeños hasta los más grandes, les saludo con puño cerrado y por sus nombres y me abrazan. Cuando ellos entran les hablo con amor, con cariño y les cuido bien, por eso motivo seguro me quieren mucho –dice don Silva sobre los posibles motivos de cómo se ganó el cariño de toda la comunidad educativa–.
En estos 17 años de trabajo, lo más llamativo es que cada año me festejan mi cumpleaños acá (en la Escuela Campo Verde) y a lo grande. Ese día, cada mamá y papá vienen con cariño me abrazan, me saludan los papás, mamás. Eso me hace muy feliz –cuenta esta anécdota como la más importante en sus años de trabajo.
Sé los nombres de todos los estudiantes. Cuando ellos entran acá, yo todo el tiempo les llamo por sus nombres, –don Silva sonríe y se jacta de su buena memoria para identificar a cada estudiante–.
Por el momento, no voy a dejar de ser portero porque cada vez más me encariño con los estudiantes. Cuando cumplí los setenta años dije que me iba a retirar, pero no me retiré.