Yuri y Pablo Doudchitzky han regresado 50 años después al Pekín donde vivieron con su familia entre septiembre de 1963 y febrero de 1967 para intentar contar algo difícil en una China donde la época de los Guardias Rojos es tabú: qué pasó con los “purgados” amigos chinos de su padre, que enseñaba español en la Universidad de Pekín.
En particular, la historia se centra en Meng Fudi, entonces jefe del departamento de español en aquel centro, que acabaría suicidándose tras ser encerrado por sus orígenes “burgueses”. Una de las muchas víctimas de una época en la que muchos intelectuales chinos fueron perseguidos, torturados o vejados públicamente.
“Todo surge de las memorias que escribió nuestro padre (también llamado Pablo), muy cortas pero que a nosotros nos impresionaron”, cuenta a Efe Yuri en un restaurante de Pekín, tras varios días de grabaciones en la ciudad.
La Revolución Cultural, iniciada en agosto de 1966, sorprendió a Yuri con cinco años y a Pablo con ocho, por lo que apenas la recuerdan, pero sí que dejó una gran huella a su padre. “Nunca pudimos entender qué había pasado, e incluso él no lo entendió bien hasta el final”, admiten.
Para Yuri se ha convertido en los últimos años en una obsesión que inicialmente quiso plasmar en una novela, aunque su hermano Pablo, que ha trabajado en televisión, le propuso hacer mejor una película, por lo que presentaron un proyecto que el Instituto del Cine argentino aprobó.
Para los Doudchitzky, descendientes pero no herederos ideológicos de una estirpe de comunistas (su abuelo era un judío ucraniano que participó en la Revolución de 1917), su trabajo tiene dos caras: una existencial, rehacer los primeros fragmentos de su vida, y otra periodística, recordar el horror de la Revolución Cultural.
En Suramérica “los medios de izquierdas, los intelectuales progresistas, tienen una visión romántica de aquello”, cuenta Pablo, y ambos coinciden en que su película documental, que esperan terminar en 2014, a lo mejor trae polémica.
La visión idealizada de la Revolución Cultural podría, en todo caso, aparecer también en el documental, ya que el rodaje seguirá en países como Venezuela, Uruguay, Chile o la propia Argentina, donde entrevistarán a convencidos -o ex convencidos- maoístas de esos países (algunos de ellos amigos de aquella infancia pequinesa).
Durante la filmación en Pekín, los dos hermanos se han alojado en el mismo lugar donde vivieron en los sesenta, el Hotel de la Amistad, durante 60 años residencia de los extranjeros que trabajaban para el Gobierno.
Desde allí han empezado a rescatar recuerdos de una época que les causó traumas, aunque más por el choque cultural que por los horrores del maoísmo, que no recuerdan o no vieron.
“Siempre tengo la sensación de que todo el desastre que ha sido mi vida fue producto de ese choque cultural que nos produjo el cambio de haber pasado la niñez en China y luego vivir el resto de la vida en las antípodas”, confiesa Yuri.
“Cuando volvimos a la Argentina hablábamos el español con gran dificultad, nunca habíamos visto un partido de fútbol”, rememora Pablo, quien recuerda un poco más de la infancia china que su hermano menor, por ejemplo cómo estudiaban en la clase con el Libro Rojo de Mao.
“Hice el esfuerzo de olvidar China y el chino, y lo logré", reconoce Pablo, acosado entonces por las chanzas de los compañeros de clase argentinos ante “un niño que hablaba español como Tarzán”, mientras que por contra su hermano Yuri, con menos recuerdos, se ha apuntado a clases de mandarín en los últimos años.
Aunque la Revolución Cultural no les dejó huella, recuerdan que de niños, tras regresar de China, un día se pusieron a llorar al ver un ruidoso coche con gente vestida de rojo (Yuri cree recordar que eran hinchas de fútbol, para Pablo eran bomberos), quizá porque les recordaban los Guardias Rojos.
El documental, insisten, es un especial homenaje a Meng Fudi, un hombre muy apreciado por su padre: “Hacían tai chi por las mañanas antes de ir a clase, le introdujo de algún modo en la cultura china con mucho interés y mucho cariño”, recuerdan.
Antes de que la familia Doudchitzky decidiera irse, su padre -fallecido en 2005- consiguió tras muchas peticiones ver por última vez a Meng, que llevaba meses encerrado en su dormitorio, acusado de contrarrevolucionario.
"Él cuenta en sus memorias que lo acompañó todo un grupo de guardias rojos a verle, y que cuando se despidieron le dijo ‘pase lo que pase no deje nunca de ser un amigo del pueblo chino”. Antonio Broto.