Por Noelia Quintana | Historiadora
El fundador de la patria
El fuerte temperamento de este varón cuya inteligencia privilegiada estuvo dedicada al estudio y al ejercicio a modo de apostolado de la abogacía, que alternaba con su labor de gobernante, se perfila en la historia con caracteres excepcionalmente ponderables, porque por encima de las críticas y juicios bordados en torno al Dr. Francia, nadie pudo negar a este prócer la rectitud de su vida pública y privada. Dice uno de sus biógrafos: “el hombre de leyes que no defendía más lo que su conciencia estimaba justo”.
Recién egresado de la universidad de Córdoba, el Dr. Francia desempeño las cátedras de Latín en 1789, en el Colegio de San Carlos, de vísperas de teología y posteriormente la de filosofía. Su cultura estaba perfectamente sistematizada, pues no se limitaba a rumiar la lógica y teología medievales. En su biblioteca sobresalían las obras de Rousseau, Voltaire, Abate Raynal y la del Conde de Volney. Su prosa era correcta y con mucha frecuencia hacía referencia a los derechos imprescindibles, a la igualdad de los hombres y a la facultad del pueblo para elegir a sus gobernantes.
El Dr. Francia había adquirido los conocimientos que entonces se daban en las Universidades de la América hispana, es decir: Córdoba Tucumán, de cuyas aulas salieron hombres como el Deau Gregorio Funes, Juan Ignacio Gorritti, Juan José Paso y Manuel Alberti, como de la Universidad de Charcas donde fueron también alumnos Mariano Moreno, Juan José Castelli, Bernardo Monteagudo, Vicente López y Facundo Zuviría.
Es de conocimiento público que el Dr. Francia no fue un aventurero o un corrompido, ni un resentido social como a veces se lo quiere presentar. Muchos de sus biógrafos coinciden en estos puntos. Además de la cultura general, tenía este varón una referencia práctica del mecanismo administrativo de la colonia.
En Córdoba dejó como rastro su nombre escrito en un banco de la clase a punta de cuchillo, con tanto vigor que traspasaba la madera del pupitre. Pero, en cambio. el ambiente conventual dejó en su espíritu huellas profundas: durante toda su vida siguió un estricto régimen alimenticio y de pobreza que aprendió en el claustro. Esa misma disciplina fue la que impuso al país.
El Paraguay de Francia
El nombre del Dr. Francia llenaba el escenario político nacional con su prestigio de competentísimo gobernante, autoridad austera, ciudadano desinteresado y leal, un cruzado de la causa popular. Dejemos en claro que su gobierno no se impuso al pueblo, sino el pueblo soberano de 1814 y el de 1816 impuso un sistema de gobierno para sí que estaba en concordancia con el momento histórico y la suprema aspiración nacional y para cuyo logro no miraron los hombres de entonces en tomar las medidas más extremas, pero siempre justificadas.
Los hombres públicos tienen dos formas de obrar: uno, cuando está todo levantado, edificado y escrito, ciñe sus actos a las prescripciones que la ley establece y al salir de dicho marco cae en el vicio de la tiranía, de la arbitrariedad hasta caer en el odiado despotismo. Otro es cuando todo está por hacer: busca un pedestal de algún cimiento sólido que ya anteriormente estaba colocado, busca la fórmula o los medios más adecuados al nuevo orden creado, toma por bandera la aspiración común que la defiende con las sabias medidas que la razón de ser del nuevo orden recomienda y su propia y recta razón dicta. Ya las leyes serán el resultado de experiencias exitosas o fracasadas de las primeras medidas salvadoras tomadas. Francia gobernó conforme al segundo principio.
El Dr. Francia, para su gobierno o para gobernar a la nación, no dictó más leyes como desde luego no es de su atribución, sino que siguió empleando las antiguas Leyes de Indias, muy especialmente los artículos que estaban conforme a la circunstancias como son las referentes a justicias y comercio.
Lanzó los autos supremos, cartas intimas y circulares para el pueblo; proporcionó un catecismo con su respuesta que condensa en sí los deberes y obligaciones del pueblo, notándose en su redacción el estilo de la mayéutica socrática (preguntas y respuestas) y la influencia del Conde de Volney; y que textualmente dice así:
Pregunta: ¿Cuál es el Gobierno de tu país?
Respuesta: El patrio reformado.
P: ¿Qué se entiende por patrio reformado?
R: El regulado por principios sabios y justos fundados en la naturaleza y necesidades de los hombres y en las condiciones de la sociedad.
P: ¿Puede ser aplicado a nuestro pueblo?
R: Sí, porque aunque el hombre, por muy buenos sentimientos y educación que tenga, propende para el despotismo. Nuestro actual primer Magistrado acreditó, con la experiencia, que solo se ocupa de nuestra prosperidad y bienestar.
P: ¿Quiénes son los que declaman contra su sistema?
R: Los antiguos mandatarios, que propendían entregarnos a Bonaparte y los ambiciosos del mando.
P: ¿Cómo se prueba que es bueno nuestro sistema?
R: Con hechos positivos.
P: ¿Cuáles son esos hechos positivos?
R: El haber abolido la esclavitud, sin perjuicio de los propietarios y reputar como carga común los empleos públicos, con total supresión de los tributos.
P: ¿Puede un Estado vivir sin rentas?
R: No, pero pueden ser reducidos los tributos, de manera que nadie sienta pagarlos.
P: ¿Cómo puede hacerse eso en el Paraguay?
R: Trabajando todo en comunidad, cultivando las posesiones municipales como destinadas al bien público y reduciendo nuestras necesidades, según la ley de nuestro Divino Maestro Jesucristo.
P: ¿Cuáles serán los resultados de ese sistema?
R: Ser felices, lo que conseguiremos manteniéndonos vigilantes contra las empresas de los malos.
P: ¿Durará mucho este sistema?
R: Dios lo conservará en cuanto sea útil. (Citado por J.P.B.).
En pocas palabras leemos la política de su gobierno: trabajo, igualdad, respeto y confianza, El Transcripto documento para el pueblo paraguayo, tiene una filosofía tan honda como el decálogo de Sinaí para el pueblo hebreo.
El Dr. Francia consolidó su gobierno, separando a todos los sospechosos y de tendencias anexionistas. Rodeó a la República con un sistema de fuertes centinelas avanzados de la soberanía, como Itapúa, San Carlos, Fuerte Olimpo, Asunción, Pilar, Curuguaty, Concepción, etc.
Cada uno de esos fuertes tenía su jurisdicción fronteriza a resguardar y con ella imponía la intangibilidad de las fronteras a las ambiciones lusitanas y porteñas.
Repartió tierras comunales a todos los habitantes sin hogar, y él mismo les enseñó el arte de labrar la tierra y la mejor manera de cultivar.
Por vez primera los paraguayos conocieron que su fértil tierra podía producir dos cosechas al año. Francia también castigó la haraganería, haciéndolos trabajar en obras públicas. Comprendió Francia que la primera felicidad del pueblo está en el pan.
La nación se llenó de granos y ganados, que nunca abundaban, y como consecuencia de la saturación del adelanto agropecuario vino el adelanto de la industria manufacturera doméstica. Los hombres se hicieron tejedores, labradores, herreros, cerrajeros, armeros, zapateros, plateros, albañiles, guarnicioneros, orfebres. La vida artesana floreció.
Suprimió el diezmo, reemplazándolo por impuesto moderado y por sobre todo proporcional. Aumentó el impuesto a los españoles, que estaban en mejor posición que los criollos, y si eran descubiertos inmiscuyéndose en asuntos políticos, se les confiscaban sus bienes, que eran empleados en la defensa nacional, obras públicas y asistencia social.
También persiguió el fanatismo de la creencia y castigó a los sacerdotes pocos escrupulosos y libertinos. Sólo dejo a los honorables y dignos del sagrado ministerio al frente de la iglesia. No levantó nuevas iglesias pero tampoco cerró las existentes. No prohibió culto alguno y promulgó la libertad de creencias, pero sí prohibió el ateísmo.
Medidas fuertes efectivamente, pero útiles a la República.
En vano se ha pretendido comparar la figura de Francia con los tiranos de la antigua Roma, ni con los caudillos sanguinarios de la América Latina. Francia fue un hombre de Estado que se propuso llevar adelante la aspiración de un pueblo, hasta la cristalización definitiva de una República Independiente.
Sin duda, él creía cumplir una misión y al transcurrir las edades su inmortal figura, como también su obra, se volvieron gigantescas, cual solitario obelisco en el corazón del continente.
Fuentes Secundarias: Natalicio González. Fulgencio R. Moreno y Alfredo Viola.
Documentos S.H. A.N.A.
Cartas del Paraguay.