Con las calles ardiendo de ira contra su gobierno, Iván Duque luce errático cuando no desconectado de una Colombia en crisis, según analistas.
Cientos de miles de personas han salido a protestar contra su gobierno desde el 28 de abril. Un país empobrecido por la pandemia y con la violencia de vuelta en los campos tras el pacto de paz con la poderosa guerrilla FARC, volcó su frustración hacia el mandatario de 44 años.
En el 2019 un inédito movimiento estudiantil le dio el primer aviso al presidente más joven de los últimos tiempos. Desde entonces le exigen un cambio de rumbo.
Tras décadas de estigmatización de la protesta social –entonces vinculada con la insurgencia armada–, los jóvenes le perdieron el miedo a la movilización, pero también los sindicatos, transportistas, indígenas, se apoderaron de las calles.
Aunque mayoritariamente pacíficas, las protestas de los últimos días han dejado al menos 26 muertos y un millar de heridos entre manifestantes y uniformados.
La fuerza pública está en la mira, incluso de la comunidad internacional, por la represión a los manifestantes. Mientras el Gobierno se escuda en la retórica del vandalismo, la infiltración de los grupos armados, de los ataques coordinados contra los policías.
Duque “da una imagen de estar aislado de la realidad” y “tiene el sol en la espalda desde que llegó la pandemia”, dice a la AFP Jairo Libreros, analista político de la Universidad Externado.
Tras cuatro días de presión en las calles, Duque retiró el proyecto de reforma tributaria que castigaba a la clase media y había dado pie a las protestas. Al día siguiente renunció el ministro de Hacienda. Y una semana después del inicio de las movilizaciones, el presidente cedió al diálogo, aunque invitó primero a quienes no estaban en las calles.
Para Sandra Borda, analista de la Universidad de Los Andes, es “una conversación de ellos con ellos mismos”. AFP