Ciudadanos europeos están viendo un cielo azul que les llama la atención y les alegra el corazón entre tanto pesar. Lugares muy golpeados por la pandemia como Madrid o Milán al igual que París han notado este cambio. Imágenes satelitales demuestran un drástico descenso de la contaminación en buena parte de Europa, pues la concentración de dióxido de nitrógeno ha disminuido.
Este gas tóxico irritante de color marrón amarillento que afecta principalmente al sistema respiratorio se forma como subproducto de la combustión a altas temperaturas, como el de los vehículos y plantas industriales.
No solo Europa, esto también está pasando en el mayor contaminante del planeta, China, la fábrica del mundo. La concentración de dióxido de nitrógeno, uno de los contaminantes más frecuentes en zonas urbanas, disminuyó entre 30% y 50% en varias de las grandes ciudades chinas, en comparación al mismo período en 2019. Todos recordamos imágenes de ciudadanos chinos que aun antes del Covid-19 circulaban con tapabocas, pero por razones distintas.
“Paradójicamente, el coronavirus ha cambiado radicalmente el aire que respiran los chinos, donde cada año mueren más de un millón de personas por problemas respiratorios a causa del esmog. Desde diciembre, los chinos consumen menos carbón, petróleo y acero, lo que ha tenido un impacto favorable en la reducción de las emisiones de gas con efecto invernadero”. Así informa radio Francia Internacional.
En Estados Unidos también se ha notado. Investigadores en Nueva York dijeron a la BBC que sus primeros resultados mostraron que el monóxido de carbono, principalmente de los automóviles, se había reducido en casi un 50% en comparación con el año pasado. Me gustaría compartir datos de nuestra América Latina pero no he conseguido. De todas maneras sabemos que gigantes como Brasil y México también están con restricciones. Es muy claro en el tema del transporte en todos lados ya sea de automóviles, aéreos o marítimos. Imagino también en el agronegocio y esta también significa menos contaminación en nuestros suelos y ríos. La naturaleza lo siente como un bálsamo.
Estos frenos gigantes que detienen las ruedas de la sociedad, como dice el filósofo alemán Hartmut Rosa, han generado efectos positivos. La reducción de turistas en Venecia ha limpiado los canales y traído peces. En la isla de Cerdeña han visto delfines en los puertos vacíos. Incluso han bajado las tensiones en el caos vehicular. Un país gigante como India, con más de mil trescientos millones de habitantes en confinamiento total y cierre de ciudades acostumbrados al sonar de bocinas para nosotros estridentes, se puso en modo silencio. En nuestro apacible Paraguay también tenemos ciudades ruidosas como Asunción y Ciudad del Este. Imagino que esta pausa obligatoria permite escuchar con más claridad el cantar de los pájaros, tal vez algún citadino escuche por primera vez el canto de un gallo al amanecer.
Efectivamente, nos han impuesto la quietud. Esta pausa obligatoria tiene su lado positivo. Las noticias están llenas de informaciones que se repiten y llegan a saturar sobre la pandemia y al mismo tiempo aparece una buena. Menos contaminación comprobada. No hace falta ser científico para notarla.