Primero, la sanción de un director que dejó a los alumnos fuera del colegio por llegada tardía. Segundo, la efeméride de hoy 17 de noviembre, del brutal asesinato de estudiantes, el saqueo y el posterior cierre de la Universidad Carolina en la antigua Checoslovaquia por parte de los nazis en plena ocupación del país, lo cual dio lugar a la conmemoración del Día Internacional del Estudiante.
Para distinguir el problema primero habría que considerar que la educación es un proceso de mejora en el que intervienen de forma consciente adultos educadores a los que la sociedad respalda para ayudar a los estudiantes a desarrollarse plenamente como personas en todas sus dimensiones e introducirse en la realidad de la vida con competencias aceptables. Luego, la educación requiere de relaciones personales y estas, a su vez, precisan de la libertad ejercida con autodominio y responsabilidad. Entonces, surgen los dilemas: ¿se coarta la libertad de los alumnos al sancionarlos por llegar tarde? ¿Es un abuso autoritario? ¿O es más bien el empleo de la autoridad en función de un uso responsable de la libertad? Después de todo, la libertad personal implica hacerse cargo de las consecuencias de los actos libres.
La norma y la sanción a su incumplimiento son necesarias y deben apuntar a cumplir su rol educativo, implicando la concienciación, la racionalidad y la proporcionalidad. La razón última de la existencia de las normas sociales es que nos ayudan a ser más libres porque nos ayudan a ser más conscientes y responsables; de lo contrario, se tergiversa y se convierte en capricho inmaduro que daña profundamente el tejido social. En este sentido, la norma bien llevada es una aliada de la libertad.
Los adultos no podemos ceder ante la presión, sino ante la verdad. Debemos dar autoridad al que se interesa por introducir en la realidad a los estudiantes. De lo contrario, desanimaremos a los buenos educadores, los empujaremos fuera del sistema y terminaremos dejando dentro a los que se mueven solo por el salario y en nada velan por el pleno desarrollo de los estudiantes.
No es el mismo caso del autoritarismo que vemos en la efeméride del día de hoy. El autoritarismo odia la libertad y usa la norma arbitrariamente para justificar la represión de las libertades esenciales, entre ellas la libertad de conciencia, sin ningún afán educativo; su brutalidad puede ser manifiesta, como es el caso de los nazis que asesinaron a estudiantes patriotas y cerraron su universidad, o puede ser encubierta, sutil, como es el caso de la cultura woke o de cancelación que vemos avanzar en el mundo hoy. En este caso, no hay racionalidad, ni proporcionalidad, ni verdad, ni justicia que justifiquen un respaldo social. Por eso, el autoritarismo debe ser desterrado.
Lastimosamente, hoy existe un nuevo afán de control total desde la dictadura del relativismo, solo que no usa armas de fuego, sino lenguaje y manipulación. Se justifica el uso de la guillotina de la cancelación para descabezar el legítimo ejercicio de la autoridad, con la misma pasión con que se critica el autoritarismo. Ante etiquetas lingüísticas que ocultan o deforman los hechos, a muchos les cuesta discernir lo que está pasando y lo que se pretende con este cambio de paradigma.
Por eso, más que nunca debemos ser libres ante el poder en cualquiera de sus formas y asumir el reto de aprender a distinguir entre autoridad y autoritarismo; libertad y libertinaje; educación y manipulación; justicia y chantaje; identidad y alienación; verdad y engaño. Es un trabajo educativo y cultural que no podemos dejar por completo ni siquiera en manos del Estado, porque este también es gobernado por el poder de turno. Lo tenemos que hacer nosotros mismos.