El miércoles último, el centro de Asunción fue nuevamente escenario de una marcha encabezada por jóvenes campesinos de la organización Juventud Paraguay Pyahurã. Sus voces, que claman por ser escuchadas, se alzaron en contra de la desigualdad y la injusticia.
Firmes y sin bajar los brazos, coparon las calles asuncenas, las mismas que desde hace casi dos décadas son epicentro de la lucha de sus padres y abuelos. Su reclamo es simple y, para algunos, fácil de resolver; sin embargo, precisa del interés y la mirada empática de las autoridades.
La cruda realidad que golpea sus puertas a diario los obliga a abandonar la comunidad que los vio crecer y acuden hasta la capital en busca de cumplir con sus sueños. He ahí donde radica lo que, para ellos, es una gran problemática: la migración. Pero este desarraigo nace de un dilema aun mayor: la falta de tierra y de recursos.
Lea más: Jóvenes marcharon para reclamar tierra, educación y trabajo
Emiliano González y Griselda Aguilar, dos miembros de esta organización juvenil, apuntaron a que el objetivo es crear conciencia. “El problema del país son las tierras”, sentenció González en una entrevista a Última Hora.
El trabajo pesado, de sol a sol, durante largos meses para ver los frutos de una cosecha, no son suficientes para el sostén del día a día. “Muchos jóvenes campesinos son inteligentes para la labor de campo, pero cuando vienen a la ciudad es diferente”, sostuvieron.
Ambos coinciden en que la educación para el campo debe ser, justamente, de campo. Es decir, para ellos es fundamental especializarse en el manejo de suelo y, de esa forma, poder explotar mejor su medio de vida.
Consideran conveniente que el plan educativo contemple técnicas de cultivo para promover la agricultura familiar. Si bien existen escuelas rurales, cuestionan el énfasis en producción extensiva y mecanizada que no genera mano de obra.
“Si la educación era prioridad en mi distrito, ya se iba abrir alguna universidad pública o iban (las autoridades) a buscar la forma de acercar a la juventud hasta la facultad. ¿Es necesario que los jóvenes campesinos vengan hasta Asunción para estudiar?”, se preguntó el dirigente.
Del campo a la ciudad. ¿Cómo es la transición?
Desde afuera, para muchos, parece ser una tarea fácil. Para los que migran de una comunidad lejana es mucho más complicado de lo que aparenta. “En el campo, tenemos la costumbre de trabajar la tierra desde pequeños”, relató Griselda.
La joven detalló que pasar del modo de vida del campo a la ciudad implica grandes sacrificios para aquel que pasó todos sus años entre la chacra y la azada. “La realidad es muy diferente”.
En una comunidad pequeña, el apoyo, cuidado mutuo y el trabajo de igual a igual es propio de sus habitantes. Sin embargo, la situación se voltea en el acelerado andar de las calles capitalinas.
El paso se vuelve rápido y los sueños de ser profesionales se truncan de a poco ante el paso de nuevas barreras. La desidia del Estado es la misma y sus necesidades incrementan a la par que sus ganas de crecer.
Esto genera, además de su frustración, el abandono de la vida estudiantil. Algunos, según comentaron, caen en la delincuencia y consumo de drogas.
Falta de planificación
Otro punto muy criticado por la organización es la falta de planificación del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG). Sugirieron, como solución, la implementación de un plan en base a un calendario que, a la vez, les permita a todos poder ubicar sus productos en el mercado.
“Tienen que delimitar por zona qué fruta o verdura es apta para cosechar. En invierno, lo que más plantamos son las verduras, pero no tenemos dónde vender”, apuntó.
Según refirió, una importante cantidad de cosecha se pierde todos los años debido a la falta de acompañamiento de las instituciones en la venta de sus productos. “Todo es abandono para el campesinado. El productor se ve solo”, sostuvo.
Explicó que, en total, para una pequeña producción, se debe invertir al menos G. 10 millones. Monto que la mayoría de los trabajadores no consiguen reunir y, en caso de obtener, no logran sacar ganancias.
Criticó cómo el mismo comerciante fija un precio muy por debajo del coste de producción y deja, prácticamente, a la deriva todo el esfuerzo detrás de cada plantación.
Exigieron a las autoridades de turno promover proyectos que apuesten por la profesionalización de la juventud campesina, de modo de evitar el abandono de sus tierras.
Finalmente, pidieron que el trabajo de los labriegos sea valorizado e invitaron a la ciudadanía en general a sumarse a su lucha en pos de una tierra y una educación para el campo.