17 nov. 2024

Educación, tecnología y derechos: Una conversación sobre la experiencia finlandesa

Mucho antes de enterarnos de que nuestro país ocupa el vergonzoso penúltimo lugar en las pruebas PISA, un encuentro sobre conectividad, tecnología e innovación sirvió de excusa para conocer a Eevamaija Vuollo, docente finlandesa y máster en Educación Intercultural por la Universidad de Oulu, con una importante experiencia en diseño, implementación y evaluación de diversos proyectos educativos en América Latina.

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Desde hace más de dos décadas, una referencia obligada en el área de educación es Finlandia, sin ninguna duda. Su enfoque en la igualdad, en las oportunidades equitativas para todos los estudiantes, en el acceso y en una dinámica de enseñanza que va por fuera del enfoque tradicional y autoritario del que en nuestro país somos herederos, son algunas de las características que marcan la diferencia en la nación del norte. En esta edición, tenemos la posibilidad de hablar con una verdadera especialista.

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Con una sonrisa cálida y una predisposición casi natural a la enseñanza, Eevamaija Vuollo, o Eva, para nosotros los hispanohablantes con poca proximidad con el finés, nos ofreció su perspectiva sobre el derecho a la educación, y pusimos especial acento en el acceso a nuevas tecnologías, a la igualdad de oportunidades y a la necesidad de un Estado presente con voluntad política para hacer los cambios que son necesarios para un futuro mejor.

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Subodh Agnihotri/Getty Images

Educación y tecnología en Latinoamérica

Uno de los temas que trabajó Eevamaija es el uso de tecnologías de la información y la comunicación en contextos educativos. Para ella, en una coyuntura como la de América Latina, donde hay grandes brechas de acceso que se traducen en diferencias en el aprendizaje y en oportunidades, estas pueden significar una gran disparidad a la hora de tener acceso no solo a la educación, sino también al trabajo.

No es una novedad para ningún lector que para acceder tanto a conexión como a un equipo el mayor inconveniente es poder pagarlo. Miles de familias paraguayas se vieron en figuritas durante la pandemia al intentar seguir las clases de manera remota; muchas, incluso, tuvieron que utilizar como herramienta un único teléfono celular para varios niños. Y ni hablar de cuántas personas nunca contaron con la oportunidad de aprender a utilizar una computadora.

Sin una intervención concreta del Estado en la cuestión del acceso a la tecnología, esta brecha en la educación tecnológica no hará más que crecer, y aún estamos por ver las consecuencias que eso traerá en materia económica.

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Para la especialista, el gran potencial que tienen las tecnologías y la inversión en ellas es que hacen posible llegar a más lugares, a contextos donde la formación docente no es de fácil acceso, donde no se pueden conseguir materiales educativos específicos.

“Las tecnologías pueden realmente ayudar a generar procesos de aprendizaje más personalizados en grupos, donde muchas veces tenemos un gran número de estudiantes y es humanamente imposible para un docente apoyar a cada persona individualmente; ahí los avances tecnológicos aportan mucho en empezar a identificar los desafíos personales y así poder motivar”, es lo que plantea Eevamaija.

Según nos cuenta, y va muy de la mano con el modelo finlandés, la clave es “descubrir cuáles son los intereses de cada estudiante e identificar sus procesos para poder realmente ofrecerles una opción en educación”.

Un derecho humano

Pero volvamos a la experiencia finlandesa: ¿De dónde salió la bien ganada fama de tener la mejor educación del mundo? “Muchas veces la gente piensa que la educación en Finlandia es algo totalmente futurista, de otro planeta, que hay cosas increíbles y que un robot asiste al docente en clase”, dice Eevamaija entre risas. La verdad es muy distinta.

“La base para el éxito finlandés es justamente la concepción de educación como un derecho humano y que todas las personas tienen ese derecho de aprender”, sostiene con firmeza, y suscribimos. Las reformas, que llevan un proceso de casi medio siglo, se empezaron a implementar con la idea de que independientemente del contexto o lugar geográfico en el que se encuentre una persona en el país, debe acceder a una educación de calidad.

Pero no se quedaron ahí. “Necesitamos asegurarnos de que todas las escuelas públicas tengan una buena calidad en educación, no las mejores de todo el mundo pero que sí garanticen que realmente los niños y niñas puedan desarrollar las competencias que necesitan para la sociedad”, describe la especialista e identifica que los resultados tienen que ver con eso, con ofrecer una garantía de igualdad como base mínima para el desarrollo.

¿Los resultados? Nada más soñado. “Todos los niños y las niñas logran desarrollar competencias básicas para la vida y pueden elegir seguir estudiando si lo desean. Pero tienen una base garantizada y además conviven con personas diversas con quienes pueden compartir y aprender; creo que este es el propósito de la escuela”, remarca.

Quizás a veces, en las conversaciones diarias, se nos pierde la perspectiva ante tanta injusticia. Con un país que invierte menos del 4 % del PIB en educación, techos que se caen y meriendas escolares que desaparecen misteriosamente, es fácil pasar por alto que nuestra responsabilidad como adultos es velar por el futuro de nuestros niños y jóvenes. La educación es un derecho.

Por Laura Ruiz Díaz. Retratos: gentileza de Tigo Campus Party.

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