Hay personas que tienen caminos relativamente fáciles y están aquellas que atraviesan muchas dificultades, sacando fuerzas hasta donde no hay. Esa es la tónica entre la gente de las periferias y de quienes sobreviven tierra adentro.
La historia de Milciades Figueredo Ortiz, de 48 años de edad, oriundo de la ciudad de San Ignacio, Misiones, resume en parte dicha premisa.
Cuando cursaba el último año del secundario, tuvo que hacerse cargo de la manutención de su familia. Su padre, quien era el sostén del hogar, falleció entonces. Por lo que debió tomar la posta para que a su madre y a su hermano con síndrome de Down no les falte lo necesario.
“Tuve que tomar la posta de la familia siendo muy joven –tenía alrededor de 17 años– tras la muerte de mi padre, ya que era el único que podía hacerlo, teniendo en cuenta que mi hermano menor, Hugo Ramón, tiene síndrome de Down”, arranca Milciades.
“Mi padre Expedito Figueredo era el pulmón de la familia. Papá era trabajador, respetuoso, sincero y todoterreno, ya que hacía cualquier trabajo para ayudarme a estudiar; pero estando en el último año del colegio, él falleció de un fulminante infarto y no había de otra que tomar la posta”, cuenta.
Junto a su madre, Estelvina Ortiz, logró entrar como jornalero en la Municipalidad de San Ignacio. Trabajó como barrendero de su ciudad un tiempo, pero tuvo que dejar porque le coincidía con el horario de estudio.
Es que su vocación siempre había sido ser maestro. Al terminar el colegio, a la par de trabajar para sostener a su familia, ingresó al Instituto de Formación Docente (IFD).
Igual no paró de trabajar. Estuvo como mesero en el restaurante Vieja Estancia en San Ignacio, un negocio que durante 20 años fue muy concurrido en esa ciudad, pero que en la actualidad ya no existe. También hacía de mozo en acontecimientos sociales, familiares, cenas de fin de año y prestó servicio como panadero en la panadería La Esmeralda y Martínez Centurión.
“Trabajaba de mañana y tarde, entraba en el turno noche; muchas veces amanecía en el restaurante de Vieja Estancia y de allí me cambiaba de uniforme e iba directo a estudiar”, recuerda.
Herencia paterna
Por lo que se desprende de su relato, esta condición multifacética es una herencia de su padre, de quien también heredó su apodo, Karavo, como le llaman sus amigos y allegados.
“Tuve que llevar a la par del trabajo de mesero, barrendero y panadero, mis estudios para terminar el bachillerato y luego la formación para ser maestro. No fue nada fácil, pero al cabo de cuatro duros años y, con mucho esfuerzo, pude terminar mi carrera de formación docente en San Ignacio, Misiones, de donde soy oriundo“, comenta.
Cuando culminó el curso de formación docente, al no obtener rubros para enseñar en su pueblo, comenta que no tuvo otra opción que migrar a otro lugar donde sí había vacancia. “Fue así que tras varias gestiones, pude comenzar a ejercer mi profesión en la localidad de Itapúa Poty, en el Departamento de Itapúa, donde estoy desde hace 23 años“, señala.
A lo largo de esas poco más de dos décadas, ha intentado regresar a su terruño; pero hasta hoy día no consigue vacancia. Desde la distancia enviaba dinero a su anciana madre y su hermanito que se habían quedado en San Ignacio.
“Por todos los medios intenté regresar a mi valle querido y por esa circunstancia de la vida no pude, ya que era el deseo de mi querida madre, quien falleció el año pasado sin verme volver a mi pueblo para trabajar”, dice.
Huguito fue a vivir con él en Itapúa Poty. “No le tenemos a nadie, solo somos él y yo, para mí es una gran satisfacción poder ayudarle y cuidarle a mi hermanito”, dice orgulloso.
En la actualidad, distribuye su tiempo como docente en el Centro de Apoyo a la Inclusión Madre Teresa de Calcuta, en Itapúa Poty, donde su hermano –que ya tiene 40 años de edad– es alumno suyo. Allí enseña de 07:00 a 15:00. Por la tarde, se encarga de las prácticas de fútbol de un club de primera de la zona. De noche, cuando toca la ocasión, trabaja como mozo en acontecimientos sociales.
Los sábados está como director técnico de la escuela de fútbol de la localidad y los domingos de tarde dirige a su equipo en el campeonato local. Cuando toca la ocasión, también hace de árbitro en el torneo local. Todo suma para ayudar al insuficiente salario que recibe en la docencia.
Su hermano Hugo Ramón no había podido asistir en San Ignacio a la escuela porque no existe una que sea especializada para los down. Sin embargo, en Itapúa Poty justo se habilitó el Centro de Apoyo a la Inclusión, al cual asiste con regularidad desde mediados del año pasado, mejorando bastante su calidad de vida.
EN DESTAQUE
“Llegué a trabajar unas 10 horas por día, desde la madrugada hasta la tardecita. Luego me iba al Instituto de Formación Docente”. (Milciades Figueredo)