El primer efecto fue el ajuste cambiario (donde tiende a sincerarse el precio real del dólar), el cual, junto con la eliminación de los subsidios, impacta violentamente en los precios de los bienes argentinos a valores en alza. La consecuencia instantánea fue la reducción del contrabando. Lo que nunca ninguna autoridad pudo lograr, lo estaría haciendo el libre mercado. En semanas, Paraguay se tornó más barato que Argentina. En nuestro país, donde más del 40% de su economía es informal, que se esté reduciendo este negocio –independiente de la consideración moral económica– consiste en la disminución instantánea de la fuente de trabajo de muchísimos ciudadanos.
Toda esta gente que vive de la informalidad, sin preparación profesional alguna, para sobrevivir está más cerca de la reinvención de la subsistencia que del empleo formal. Es una olla a presión muy cerca de explotar.
El segundo efecto es una presión al alza sobre los precios de los bienes provenientes de la Argentina, más inflación en Paraguay. Si bien los importadores de Argentina se quejaban del contrabando, estos también se beneficiaban adquiriendo inventarios a precios bajos, lo que ya no pueden hacerlo, además del gran desabastecimiento interno que ya existe en la Argentina. Sumado a que Brasil está muy caro, nos quedamos sin opciones de provisión a bajo costo. Para ser más general, el mundo está carísimo después del Covid, donde todas las cadenas productivas están repasando a los precios los incrementos de sus costos. En valores nominales, todo cuesta más caro en dólares. El poder real de compra del dólar disminuyó considerablemente, porque solo en los últimos dos años se necesitan hasta 40% más dólares para comprar el mismo bien. Sin la barata provisión de Argentina, no queda más alternativa que pueda evitar el aumento de precios. Ya venimos teniendo una inflación real, y ahora podría ser mayor.
El tercer efecto es la migración de capitales de inversión que va a ir a Argentina en vez de venir a Paraguay. En los últimos 20 años, Argentina no solo destruyó capital generando una menor oferta de todo, sino que ahuyentó capital, el cual cruzó el río Paraguay y propulsó el boom de la construcción inmobiliaria urbana, y la especulación de precios de tierras rurales. Concretamente, Argentina tiene una población de 46 millones versus 6 millones de Paraguay, y un PIB 15 veces mayor que el nuestro. Si a Milei le sale la jugada (tal como pretende), Argentina podría ser más atractiva para la inversión extranjera que Paraguay. Tiene un gran mercado interno que permite economías de escala, está desabastecida en todos los rubros, tiene inmensos recursos naturales a concesionar su explotación, una geografía hermosa y diversa, ideal para el turismo internacional, hasta da señales claras de privatizar empresas estatales a precios de bananas para las grandes multinacionales. Por sobre todo, su presidente usa todo su poder ejerciendo un liderazgo en declive, pero sin renunciar a sus propuestas más duras, que impresionan positivamente al mundo capitalista radical, el cual respeta al que toma una postura categórica, y ningunea al indeciso.
El cuarto efecto es la posible migración de los cientos de miles de paraguayos que están trabajando y estudiando gratis en la Argentina. Muchos ya quedaron sin empleo por la crisis económica, y quienes no contaban con residencia deberán pagar las universidades públicas y la atención médica. Se están cortando los beneficios a los extranjeros, pese a los tratados en materia de derechos humanos.
Durante décadas, el Paraguay se benefició de una Argentina resiliente, y esa coyuntura cambió bruscamente. Los impactos ya están, y hasta mediano plazo acaso afectarán al Paraguay.