Escritor y periodista
Conocida es la relación estrecha de amistad y de trabajo que mantuvieron el músico creador de la guarania y el destacado poeta guaireño. Juntos, José Asunción Flores (1904-1972) y Manuel Ortiz Guerrero (1897-1933), crearon temas como Panambi vera, India, Ne rendape aju, Kerasy, entre otros, que proyectaron el nuevo ritmo a niveles inéditos.
Ese lazo de amistad y trabajo creador duró desde que se conocieran en 1928 hasta la muerte del vate, el 8 de mayo de 1933.
En unos escritos inéditos que redactara en 1970, el músico recuerda distintos momentos de esa relación, que fue de alto valor para la consolidación del nuevo ritmo y para su ideario de vida personal. El maestro Flores fallecería dos años después de escribir el texto, el 16 de mayo de 1972, en su exilio en Buenos Aires. En dicho escrito narra los días finales de su entrañable amigo, aquejado de lepra.
Luego de su regreso de la Guerra del Chaco, José Asunción va a buscarlo al poeta, que se había refugiado en San Lorenzo, junto con su compañera Dalmacia. Lo convence y lo traen a Asunción, en carreta. Ofrecemos un extracto del mismo en homenaje a la profunda amistad que los unió a ambos en vida y que se convirtió en leyenda.
EL RELATO DE FLORES
“Sábado 6 de mayo (1933), llegamos a la madrugada a Zurucu’á, su ranchito. Empezamos con doña Dalmacia a acondicionar el rancho donde vamos a colocar o ubicarlo a Ortiz Guerrero. Después de hacer la limpieza en el ranchito Zurucu’á, yo le pedí permiso a los dos para irme a mi casa. Los dos accedieron a mi solicitud”.
“Al día siguiente, domingo 7 de mayo, a la siesta, a mi pedido empezamos a trabajar por los versos de Buenos Aires, salud. Él estaba muy mal, muy indispuesto para trabajo cualquiera. No obstante, y en razón de mi próximo viaje a Buenos Aires, nos pusimos a hacer versos para esta guarania, Buenos Aires, salud. Después de darle la melodía, empezó a dictarme los primeros versos para dicha guarania. Después de dictarme el último verso de la segunda estrofa de dicha composición, me hizo seña con la mano que ya no podía seguir con los versos”.
“Él era el que quería, a cualquier precio, ponerle versos a la composición. Llegamos a hacer solo dos estrofas. Faltaban dos como las dos primeras y otra para la segunda parte. Ya en Buenos Aires con Eladio Martínez, mal que mal, hicimos los versos para la segunda parte”.
LA MUERTE DE ORTIZ GUERRERO
Sigue narrando Flores: “El domingo 7 de mayo le llevamos una serenata. Éramos como seis o siete músicos. Estaba con nosotros Facundo Recalde, le dijimos a Dalmacia que le preguntara a Ortiz si escuchaba la música, contestando Ortiz por intermedio de Dalmacia que sí y que la cuarta de José Asunción estaba baja. Este era un humorismo propio de Ortiz Guerrero”.
“Yo tenía la especial y reiterada recomendación de no alejarme de su lado. Parecía que Ortiz Guerrero ya empezaba a sentir el final, es decir su muerte. Constantemente le decía a Dalmacia, contándome por ella misma a mí, que el deseo de Ortiz era que estuviera a su lado cuando él partiera de la vida. Yo no pude cumplir este deseo de él, por culpa de la serenata que le hicimos escuchar la noche, víspera de su muerte”.
“Cuando la serenata no es pagada o comercial, cada integrante de la orquesta tiene su parte que le corresponde de la serenata. Esa noche éramos como dije anteriormente 6 o 7 músicos. La parte que hicimos en la ventana de Ortiz Guerrero, era la mía, la que me correspondía de la serenata, y luego debía ir a tocar el violín, a seis o siete lugares indicados por los demás, que nosotros llamamos ‘parte’. Fue así que aquella noche, la última serenata la hicimos cerca de la casa de mi madre”.
“Cuando hicimos la ejecución de la última serenata, ya estaba amaneciendo. Entonces, terminada la misma, yo me fui a casa de mi madre para tocarle un violín y tomar mate con ella. Cuando estábamos conversando con mi madre, –conversación en la que le hablaba de lo que hicimos esa noche en la serenata que llevamos a Ortiz Guerrero– llega junto a nosotros, a caballo, un muchacho, hijastro del gran futbolista Manuel Recalde, diciendo que don Manuel Recalde me hacía decir que don Manuel Ortiz Guerrero se encontraba en peligro”.
“Me fui inmediatamente a la casa del enfermo, encontrándome con la consumación de lo que ya veníamos esperando. Lo primero que me contó Dalmacia fue que Ortiz Guerrero preguntó mucho por mí. Yo traté de explicar mi fracaso y el incumplimiento ante doña Dalmacia, pero el hecho ya estaba consumado. En ese momento nada se podía explicar ni escuchar”.
“Luego, a eso de las 11:00 u 11:30 llega a la casa mortuoria un emisario del Ministerio de Instrucción Pública, comunicándonos que el Ministerio se haría cargo de los gastos que insumiera el sepelio. Tal ofrecimiento del Ministerio no fue aceptado, en razón de que dicho ministerio pertenecía a un régimen que a él le hizo sentir muchos dolores de cabeza cuando el caso del 23 de octubre (en 1931)”.
“Doña Dalmacia le explicó a dicho emisario que Manú murió indignado con el régimen al cual pertenece ese Ministerio. El emisario se fue y luego volvió con otra proposición, esta vez el Ministerio ofrece comprar todos los libros de Ortiz. Entonces cambió la cosa, le enviamos los libros y el Ministerio envió la plata”.
RUMBO A LA RECOLETA
“Por el camino al camposanto, resolvimos que no se haga comedia haciendo discursos. Entre ellos estaban Natalicio González y Leopoldo Ramos Giménez. Nadie, fuera de Arturo Alsina, Facundo Recalde, Josefina Plá, Duarte el librero, tenía ningún derecho de decir nada en la despedida a Ortiz Guerrero”.
“Ortiz sobrellevó su existencia en medio de muy pocos amigos. No era posible aceptar que los amigos de infancia y compueblanos por añadidura, vinieran a decir nada sobre la tumba de Ortiz Guerrero. Estos amigos de infancia de Ortiz Guerrero, nunca hicieron nada por nuestro poeta. Los compueblanos literatos, siempre vivieron a distancia de Ortiz Guerrero. Le tuvieron pavoroso temor”.
“En el cementerio de la Recoleta, en el momento en que el sepulturero se disponía a cavar, aparece junto a nosotros un hombre de aspecto humilde, quien nos saludó y nos dijo seguidamente que él venía de lejos para despedir al poeta. El ilustre desconocido siguió hablando bastante rato diciéndonos palabras y juicios emocionantes. Nos pidió que permitiéramos que él pudiera ubicarlo a Ortiz Guerrero en la tumba. Nos dijo que la fuerza de sus brazos estaba para Ortiz Guerrero, y que él quería llevarlo en sus brazos a la tumba al poeta. Este era un hombre de color, un negro y de una oratoria formidable. Terminado el entierro, la gente empieza a retirarse, quedándonos en el sitio Víctor Montórfano y yo. Entonces yo prendí una vela y lo puse sobre la tumba del amigo Manú”.
(Fragmento que forma parte de las Memorias del creador de Mburikao).