30 nov. 2024

El árbol de kurupa’y y el fraude de la tumba del mariscal López

El autor aporta más datos sobre un tema polémico, mostrando la incidencia de los árboles en la identificación de la tumba del mariscal Francisco Solano López en Cerro Corá.

José Luis Martínez
Historiador

En las dos versiones más conocidas sobre el lugar de la tumba del mariscal Francisco Solano López en Cerro Corá se menciona al kurupa’y como árbol señalador de la misma y del análisis de ambas versiones resultan asombrosas conclusiones.

La primera versión es la del general Patricio Escobar, relatada en un viaje a Cerro Corá, en 1906, al monseñor Juan Sinforiano Bogarín y en ella el ex presidente manifiesta que el Cuartel General de López se hallaba en un lugar señalado por dos árboles de kurupa’y, a unas 8 varas uno del otro y el sitio estaba a unos 800 metros del “paso del Aquidabán”, por el que las fuerzas brasileñas ingresaron a Cerro Corá aquella mañana del 1° de Marzo. Ubicado ese Cuartel General, y dado que allí mismo se sepultó a Solano López, se halla ubicada la tumba del Mariscal.

La segunda versión fue publicada por el ministro paraguayo, doctor Juan Stefanich, en setiembre de 1936, y es la que brindó el baqueano y guía de la comisión buscadora de los restos del Mariscal de ese año, constituida por disposición del gobierno revolucionario del entonces coronel Rafael Franco, de nombre Bonifacio Obando, y en su testimonio a las autoridades –previo a la búsqueda– Obando estableció claramente que, habiendo sido informado por dos amigos –en la posguerra– sobre el lugar de las sepultura de Solano López y su hijo Panchito, ubicadas a 100 metros del paso del Aquidabán y paralelas al río, pasó por dicho lugar en el año 1880, camino a los yerbales y que, habiendo encontrado en el citado paso unos arrecifes y dos cruces a las que identificó como las tumbas del Mariscal y su hijo Panchito, como le fue relatado, procedió a marcar un árbol que se encontraba a unos 40 metros “más allá de las tumbas” (sic), al que sacó gran parte de la corteza.

El árbol, así, estaba a unos 140 metros del “paso del río Aquidabán” y prácticamente sobre el camino yerbatero. Obando, que volvió a ese paso en 1897, ya no encontró las cruces, pero pudo constatar que el árbol marcado en aquel paso aún seguía allí.

LUGAR EQUIVOCADO

Aquella comisión buscadora de los restos de López llegó a Cerro Corá el día 30 de agosto de 1936 y acampó sobre la ribera del río Aquidabán, procediéndose a iniciar los trabajos de búsqueda, pero como la selva había ocupado el lugar, la comisión decidió cambiar de campamento y lugar de búsqueda.

Esa decisión los alejó –notoriamente– del paso del Aquidabán, tal como era conocido desde la época de la Guerra Guazú, un paso que era utilizado por las carretas que venían cargadas de yerba mate por el camino que cruzaba por ese paso, con dirección a Concepción y escenario de un breve combate de aquella mañana del 1° de Marzo. Sobre ese mismo camino estaba el campamento paraguayo.

La comisión intentó entonces encontrar el citado paso, pero sobre el Aquidabán Nigui, que es el arroyo y no el río. Descubriéndose unos arrecifes, ahora en el Nigui, Obando indicó una dirección a seguir sobre terreno seco –abriendo una picada–, hasta encontrar un árbol con marcas antiguas donde hallan dos hundimientos rectangulares que hoy se consideran las tumbas oficiales de los López.

Si bien esas tumbas y los restos de ese árbol están hoy a 80 metros del río Aquidabán, no obstante, no están sobre el camino yerbatero; están a más de 1.500 metros del denominado “paso del Aquidabán”, cuando que Obando declaró que dicho paso estaba a solo 100 metros de las tumbas y el árbol marcado estaba a 140 metros más allá del paso y todo en la orilla del camino yerbatero o Tapé Tuyá.

Obando –de esta manera– se desmintió a sí mismo y puso a la comisión buscadora en una verdadera encrucijada pues no estaban en el lugar que Obando habló antes de la búsqueda.

LAS SEÑALES

Una foto obtenida en aquella ocasión en el lugar donde está tal kurupa’y marcado (Franco Vázquez, 2012) y que hoy sirve de referencia de las tumbas oficiales, nos aporta innegables indicios que dicen que, entre el relato público del doctor Stefanich en 1936 y lo exhibido en la foto –que aparentemente no se publicó ese año– hay sutiles pero reveladoras diferencias.

Stefanich escribe: “Yendo ella (la picada) a terminar sobre un árbol de “curupa’y”, revisado el cual se halló a bastante altura señales de haber sufrido descascaraduras antiguas” (sic).

Sin embargo, en la foto en la que aparece el mencionado kurupa’y, se observan marcas en su misma base y no a bastante altura, parecen de reciente confección por la coloración clara que exhiben y no denotan el paso de los 56 años que trascurrieron desde que Obando las habría hecho.

Esas marcas –en la foto– ni están en lo alto del árbol ni eran antiguas, como afirmó Stefanich y –lo más importante de todo– ese kurupa’y tampoco era el del paso del Aquidabán que Obando marcó en 1880, por lo que la exhumación de los restos de Solano López allí practicada queda en muy serio entredicho a la vista de estos elementos de juicio.

En el acta oficial de exhumación sólo se habla de “señales antiguas” pero no se hace mención a kurupa’y alguno y tampoco se cita a Obando. Para Patricio Escobar –en 1906– existieron dos ejemplares de kurupa’y a 800 metros del paso del Aquidabán, que señalaban la tumba de López y para el baqueano Obando –en 1936– fue sólo un ejemplar a 80 metros de un lugar que no es el paso del Aquidabán. Será de rigor, entonces, que estas versiones sean sometidas a severo escrutinio profesional, pero aquella foto del kurupa’y de Obando, con marcaciones de reciente confección a baja altura –en la que incluso vemos a dos macheteros blandiendo sus machetes –y en un lugar que no es el paso del Aquidabán– será siempre un insalvable obstáculo para que la actual sepultura oficial de Solano López y su hijo sigan siendo consideradas como las auténticas tumbas.

Hoy existe una gran cruz de color blanco que señala una tumba que no está donde el baqueano Obando dijo antes de viajar a Cerro Corá y mucho menos está donde el general Patricio Escobar le confesó a Monseñor Bogarín, a 800 metros del paso del Aquidabán. Siendo así, la tumba de López no puede –ni podría– estar nunca a 80 metros del Aquidabán.

Es hora de corregir este lamentable error con base en un evidente fraude cometido en 1936.

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