30 dic. 2024

El argumento Messi

En el mundo capitalista en el que vivimos, el estímulo más importante, el que moldea a la sociedad y determina en gran medida el tipo de comunidad que conformamos es el lucro… y la forma como este se consigue. Y el 99,9 por ciento de quienes vivimos bajo este modelo lo conseguimos trabajando. Así, en términos estrictamente económicos, el salario es un precio, es el valor que el mercado le fija al trabajo; y, como todo en este mercado, ese precio oscila de acuerdo con la oferta y la demanda. Empezar con esta obviedad se hace necesario para comentar algunas barbaridades que hoy se registran con determinados salarios; pero, por fuera de ese sacrosanto mercado del capitalismo; en esa burbuja de gases viscerales que han montado los políticos y que llamamos estado.
Repasemos primero la lógica con la que el mercado asigna los salarios en el mundo real. Básicamente, los empleadores están dispuestos a pagar por un trabajo según el tipo de utilidad que ese trabajo les genere o la valoración absolutamente subjetiva que le otorgue quien vaya a pagar por él. Un club deportivo puede firmar un contrato de miles de millones de dólares con un hombre que hace goles, no por su habilidad para hacerlos sino porque esa habilidad hace que una legión de consumidores esté dispuesta a pagar por verlo jugar, comprar la indumentaria que viste, los autos que promocione y hasta cortarse el pelo como al futbolista se le ocurra hacerlo. Un estudio de cine es capaz de desembolsar fortunas para tener a un actor en una película no porque su capacidad actoral sea sobrehumana, sino porque su sola presencia en el filme le garantiza una taquilla monstruosa.

Por supuesto que estas son las excentricidades del mercado. En general, los salarios responden a los precios promedio de una economía, a la demanda de determinados conocimientos y al nivel de formación y/o experiencia del trabajador. Si estamos ante un boom de la construcción y en el mercado solo hay dos operadores de grúas y cinco mil abogados, esos funcionarios probablemente ganarán cinco o diez veces más que cualquiera de los profesionales del derecho.

Decía que esos precios (salarios) constituyen uno de los tres estímulos más importantes para determinar el capital humano de un país. La mayoría de las personas quieren ganar buen dinero y, por lo tanto, es lógico que busquen formarse o trabajar en lo que sea más rentable. Felizmente, esta no es la única motivación. La segunda es la vocación. Quien decida convertirse en docente o periodista sabe que jamás será rico. Son profesiones que solo deben abrazar quienes sientan la necesidad íntima de ejercerlas. Y, por último, está la valoración social de una carrera. El prestigio. Un médico, por decir, siempre gozará de ese halo especial de quien es capaz de salvar una vida.

Todo esto, sin embargo, se derrumba cuando entramos al terreno del Estado. Allí no rige la lógica del mercado, por eso es absolutamente necesario tener reglas claras que definan el ingreso al servicio público, la fijación de los salarios en función a la utilidad de sus servicios para el contribuyente, la evolución de ese salario y el sistema de promociones y ascensos. El drama es que cuando esas reglas no rigen para todos, el sistema termina torcido y envilecido por los administradores de turno, esa clase política que –salvo honrosas excepciones– se ha convertido en una pandilla de delincuentes cuya única prioridad es colgar del presupuesto a operadores y parientes.

Así tenemos a médicos, como los que estuvieron 15 horas trasplantado a un niño un corazón, con un vínculo salarial de cinco millones de guaraníes, un cuarto de lo que le pagan en el Senado a un presunto asesor deportivo. Este es, lamentablemente, el tipo de estímulos que definen al capital humano paraguayo. No estudies, no te esfuerces, hacé hurras en una seccional.

Tristemente, no faltó el despistado que recordara que también Messi gana más que un cirujano. Comparar las excentricidades del mercado con el saqueo público no solo es un disparate, es complicidad.

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