Grimberg publica ahora “Selling Botero” (“Vendiendo a Botero”), un libro que presenta hoy en Bogotá y en el que repasa su carrera de tres décadas a mitad de camino entre la devoción y el negocio en las que ha comerciado con las obras del artista colombiano.
Pero para conseguir llegar al círculo íntimo del pintor y escultor, el marchante, que se inició cuando tenía solo 19 años y el maestro ya era un artista consagrado, tuvo que rodear las reticencias del maestro.
“Comencé a viajar a diferentes partes del mundo donde tenía muestras hasta que un día me dijo: '¿qué hace, qué quiere?’”, relató Grimberg a Efe en una entrevista.
Tras una breve explicación, Botero (Medellín, 1932) rechazó el ofrecimiento de su admirador porque “la obra iría desde el estudio hasta el cliente”, algo que él no quería.
Grimberg, un trasunto de lo que Gertrude Stein fue para Picasso, ha comerciado con más de 400 piezas de Botero. “Si vamos a mirar lo que pasa con el mercado del arte en el mundo, Fernando no es caro”, según dijo, lo que le ha valido los elogios del artista colombiano.
Todo ello tras superar las reservas del pintor y escultor que solo contaba en su círculo íntimo con galeristas que le ayudaban a impulsar su trabajo y a través de los cuales podía vender sus obras.
“Con Fernando la relación es de amistad o negocios, no hay una línea que puedas cruzar. Él es muy profesional en su trabajo y siempre ha hecho lo que siente que debe hacer”, comentó Grimberg sobre las razones del éxito del artista de las figuras voluminosas.
Pero la carrera del mercader de arte va mucho más allá del trabajo con su compatriota, ya que por sus manos han pasado desde artistas jóvenes a grandes iconos del arte como Picasso, Francis Bacon o Chagall, y piezas que ha vendido “por varios millones de dólares”.
En su camino ha tenido que aprender a convivir con el hecho de ver llegar y marchar obras de creadores con los que aprendió a conocer y valorar el arte.
“Aprendí muy temprano que en este negocio no me podía enamorar de lo que quería vender. Cuando venían a la casa en que trabajaba a ver el arte y me decían: ‘Oye y este cuadro, no está a la venta, ¿como que no?”. Entonces dije, yo seré solo un medio”, recordó.
Todo ello le permitió vivir cerca de los grandes maestros y convertir en trabajo su pasión, haciendo que el arte le llegue “lo observe, lo tenga, lo goce y luego pueda transmitir el mismo mensaje al comprador”.
En su trayectoria, igual que Stein hacía con Picasso y otros artistas, aconseja y acompaña a los pintores para que se amolden a las inquietudes del mercado, si bien, según apostilló, no les marca el camino.
“El marchante o el galerista no está detrás diciendo qué va a hacer, pero en un momento si (el artista) no va de su mano puede caerse”, apostilló.
A lo largo de los años también ha desarrollado la capacidad de localizar a diamantes en bruto con un horizonte prometedor, inversiones seguras que a veces se tambalean porque “uno compra una cosa y al tiempo el artista cambia de estilo o de galería y eso afecta (su cotización)”.
Durante su carrera también ha vivido la explosión del comercio del arte alrededor de ferias como la bogotana ArtBo, la madrileña Arco o la suiza Art Basel.
Este “fenómeno mundial”, como lo define, se ha multiplicado y ha pasado de unas diez ferias cuando comenzó a trabajar hace 30 años a más de tres centenares.
Según reconoció, “esta explosión es una forma fácil de ver mucho” y tener contacto con los artistas para conocer hacia donde mueven su arte o quién les representa.
¿Y cómo influyen los vaivenes de las modas? “El mercado es muy variado, si ves lo que pasó solo en el siglo pasado, el mundo está cambiando muy rápido, a través de la figuración, que es lo que la gente entiende”, concluyó.
Gonzalo Domínguez Loeda