Hasta el asalto al Capitolio de este miércoles, la capital estadounidense no había atraído tanta atención y bochorno desde el pasado 1 de junio, cuando decenas de agentes federales dispersaron súbitamente a los manifestantes que protestaban contra el racismo y la brutalidad policial en el parque Lafayette, contiguo a la Casa Blanca. El gas pimienta y el humo permitieron al presidente Donald Trump, que había descrito como “terroristas” a los manifestantes mayoritariamente pacíficos, cruzar la plaza y hacerse una foto ante una iglesia con una Biblia en la mano. Más de 300 personas resultaron detenidas esa noche, la mayoría por violar el toque de queda en Washington. Al día siguiente, cientos de militares armados de la Guardia Nacional se situaron frente al Monumento a Lincoln de la capital mientras decenas de manifestantes, muchos de ellos negros, protestaban pacíficamente.
“2 SISTEMAS DE JUSTICIA”. El contraste de esas imágenes con las del miércoles, cuando irrumpieron en el Capitolio cientos de seguidores de Trump –incluidos grupos violentos de supremacistas blancos, cuyos planes de visitar Washington se conocían desde hace semanas–, generó una fuerte indignación en el país. Hemos sido testigos de dos sistemas de justicia: uno que permitió a extremistas invadir el Capitolio, y otro que disparó gases lacrimógenos contra manifestantes pacíficos el verano pasado. Es simplemente inaceptable”, escribió la vicepresidenta electa de EEUU, Kamala Harris, en su cuenta de Twitter. También el presidente electo, Joe Biden, criticó el doble rasero de la respuesta policial a ambos incidentes y opinó que se habría tratado de forma muy diferente a los invasores si, en vez de seguidores blancos de Trump, hubieran sido manifestantes del movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan).
La diferencia no estuvo solo en el tamaño del dispositivo de seguridad que enfrentó ambas situaciones, sino en la conducta de muchos policías, que permitieron salir del Capitolio a los intrusos sin arrestarles, les dieron indicaciones de cómo llegar a un despacho y hasta se hicieron un selfi con ellos. “El privilegio blanco quedó expuesto en el Capitolio de Estados Unidos”, opinó el profesor Ibram X. Kendi, director del centro de investigación antirracista en la Universidad de Boston. “Quienes estudiamos la historia del terrorismo blanco a nivel nacional sabemos que, una y otra vez, quienes perpetran este tipo de terrorismo simplemente no pagan por ello (...). La pregunta es si ocurrirá esta vez”, añadió.
Para millones de afroamericanos no solo fue doloroso preguntarse qué habría ocurrido si los asaltantes tuvieran otro color de piel o defendieran otras causas, sino también ver circular por los pasillos del Capitolio uno de los símbolos más poderosos del supremacismo blanco. Uno de los seguidores de Trump se paseó a sus anchas por el Congreso con una enorme bandera confederada, el emblema del bando que defendió la esclavitud de los afroamericanos durante la Guerra Civil de EEUU (1861-1865).