15 ene. 2025

El asombro que nos falta

“El bicho vive en el desierto más terrorífico del mundo; cero agua. ¡¡Pero se van temprano a lugares altos y a través de unos poros en su cuerpo son capaces de condensar la humedad de la niebla matutina y así consumen agua!! ¿No te parece increíble, papá?”

Con fascinación y ojos luminosos, esta adolescente –amante de las ciencias– intentaba introducirme al documental que acababa de ver sobre insectos y reptiles de los desiertos, entre ellos, los del sur de África. Cualquier comentario mío quedaba corto ante tanto desborde de asombro. Más tarde, provocado por la curiosidad y la emoción de mi interlocutora, iría a investigar sobre el asunto y, sin darme cuenta, quedaría también “atrapado” por aquellas sorprendentes maravillas de nuestro planeta.

El asombro de la hermosa adolescente me había llevado a la acción y al conocimiento de nuevas realidades. Algo no calculado.

El joven periodista recorre su trayecto de todos los días, rumbo a su lugar de trabajo. El itinerario incluye la Costanera de Asunción y su característica brisa. Acelera los pasos mientras observa a un hombre casi acostado sobre el césped, apuntando su cámara fotográfica hacia minúsculas flores silvestres. Las mira y admira. El joven nunca se había percatado de tan colorido y delicado micropaisaje. Al día siguiente, con un reportero gráfico, prepara una galería de imágenes para el medio periodístico.

El percatarse del asombro de un extraño ante una realidad conocida, pero no atendida, le permitió tener una mirada diferente respecto a su entorno, quizás observado pero no contemplado; conocido pero no apreciado.

Aunque puede parecer un aspecto secundario, el asombro es, sin embargo, factor fundamental para el crecimiento y desarrollo de las personas, y en algunos casos hasta factor de supervivencia. En nuestra sociedad urge fomentar la capacidad de asombro de niños y adultos.

El escritor y poeta Édgar Allan Poe decía que hay realidades que cuando más a la vista están, cuando menos escondidas se hallan, se hacen más difíciles de ver para la gente.

Y es así que cientos de personas, realidades y situaciones pueden pasar desapercibidas, y perdernos de su belleza, positividad o aporte. El trajín, la rutina, los prejuicios, entre otros, van apagando esta capacidad tan propia y natural del ser humano. Una que le ha permitido descubrimientos científicos y numerosos avances en diversos ámbitos a lo largo de la historia. Urge recuperar la capacidad de mirar, contemplar, callar, observar. Incluso se trata de un reto educativo desde la neurociencia. El ser humano naturalmente se interesa por la realidad si está despierto.

Es también una preocupación respecto a los niños, en muchos casos atrapados por las luces de las pantallas y alejados de la realidad concreta, del entorno y su diversidad; de las relaciones e interacciones humanas, de los juegos reales y no virtuales, de esos que despiertan asombro y curiosidad.

“Ustedes tienen un gran país” nos decía durante una cena una profesional extranjera que reside desde hace unos años en Paraguay. La reacción fue primero el silencio, luego la exposición de una larga lista de quejas; el transporte público, la corrupción, la cultura del vai vai, el calor, etc., etc.

Al momento, la mujer comenzó a enumerar las virtudes que ella y su familia reconocían y valoraban; desde aquellas más simples, como las relaciones entre vecinos y familiares, uso del tiempo libre y sencillez de la gente, hasta aquellos más precisos, como datos macroeconómicos y políticos. La curiosidad la había llevado a investigar y valorar.

El asombro requieren de una educación a la atención, superando la distracción. Uno se sorprende, si mira. Y uno mira si puede sacarse los prejuicios y dar una oportunidad a aquel o aquello que tiene en frente. Interesante desafío en una sociedad que empuja a la indiferencia.

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