Es difícil encontrar alguna vivienda en la que no haya un cartel que anuncie “vivero”. En Cabañas, a veces ni siquiera es necesario que haya un cartel. Basta con mirar la vereda o el patio delantero: en todas las casas se alinean los plantines envasados en bolsas negras llenas de tierra. A este rincón de Caacupé, las flores lo visten con un ropaje de eterna primavera.
Nadie sabe exactamente cuándo empezó, pero muchos coinciden en que Cabañas –una comunidad apacible rodeada de abundante vegetación– cambió de fisonomía hace alrededor de una década, cuando sus habitantes descubrieron que la venta de flores podría convertirse en una fuente de sustento y se volcaron a esta actividad.
Gente de trabajo
Los habitantes de este lugar se distinguen por su laboriosidad, una característica que ostentan con orgullo. Antes del boom de la floricultura, las actividades de subsistencia en esta compañía se limitaban a la producción de dulces, y quienes no se dedicaban a esto, lo más probable era que terminaran haciendo tareas de albañilería.
La cercanía del Instituto Agrícola Nacional (IAN) influyó también en las labores de los cabañenses, pues muchos de ellos fueron empleados por la institución para trabajar con árboles frutales, que después pasaron a formar parte de sus afanes para ganarse el sustento.
La mejor historia es la que cuentan sus protagonistas, porque conocen los detalles desde las entrañas de tal actividad. Viviana es hija de Rafael González –uno de los pioneros de la floricultura en Cabañas– y alguien que vivió el proceso desde niña.
“Hace 25 años mis padres empezaron con la floricultura. Antes eran horticultores, vivían de la venta de sus cultivos de hortalizas. Un día, mi papá se encontró con un amigo que le sugirió que cultivara flores. Le hizo caso y así empezó. Él fue el primer productor de la zona”, cuenta ella. El vivero que construyeron se llama San Rafael y es considerado uno de los más grandes de la zona.
Cabañas se encuentra en la cima del cerro, y su microclima es ideal para que florezcan los viveros. Uno de ellos, ubicado sobre la calle principal del barrio, pertenece a Emilio Cáceres y su familia. Él se dedica a la floristería desde hace dos décadas, aunque aclara que la difusión que tiene actualmente la actividad comenzó hace unos ocho años.
“Por falta de trabajo la gente se ingenió y así aumentó el número de personas que se dedica a esto. Es una forma de vida que nos alcanza para sustentarnos. Antes no teníamos inversiones, hacíamos lo que podíamos, pero hoy importamos plantas de calidad, tenemos conocimientos, de todo un poco, en cuanto a jardinería”, relata.
Generación preparada
Su caso no es muy diferente al de Viviana, quien recuerda que sus padres iniciaron este negocio probando suerte, sin experiencia: “Iban experimentando. Después, los hijos crecimos y nos capacitamos. Hoy mis hermanos y yo somos ingenieros agrónomos y otra hermana es licenciada en Administración de Empresas. Somos 20 los de la familia y aparte hay otras cinco personas trabajando con nosotros”.
Cáceres estima que a lo largo de los cinco kilómetros que separan a Cabañas de Caacupé, existen alrededor de 250 viveros. Sobre la avenida principal del barrio hay entre 70 y 80 familias que ofrecen su producción y, de paso, adornan al lugar con colores y perfumes que se mezclan en un festival permanente de fragancias y matices.
Viviana cuenta que, anteriormente, en Cabañas abundaban los frutales como principal rubro de producción, porque en el IAN había mucha gente de la zona trabajando con cítricos fundamentalmente, e injertados, pero nada de flores de corte, esas que se venden por mazo para arreglos.
En esta localidad cordillerana hay tres tipos de negocios: los que venden su producción, los que importan las flores para revenderlas y los que producen y a la vez compran especies para volver a venderlas. ¿Y de dónde las importan? “Fundamentalmente de Brasil y Argentina, también de Perú; vienen de Europa y de Asia, pero nos llegan a través de Argentina”, aclara Cáceres.
Cada viernes pasan los camiones que transportan los contenedores con los productos que vienen de Argentina y Brasil. La carga llega por estricto pedido. “No es que pasan, se quedan y uno va eligiendo lo que quiere, hay que solicitar antes. Un camión que viene de Brasil no te trae mercadería por menos de G. 10 millones, y desde Perú, las flores llegan por vía aérea”, detalla el floricultor.
Preferencias
La pregunta obligada es cuál es la especie floral más demandada. “Vendemos de todo”, responde Cáceres, pero enseguida aclara que depende de la estación. “La gente tiene variedad de gustos. Esto es como un supermercado y los clientes llevan lo que menos te imaginás. Las palmeras y frutales tienen mayor demanda”, explica.
En primavera abundan los pedidos de rosas, azaleas, flor de dura y orquídeas. En invierno, predomina la demanda de bromelias, labio de señorita, estrella federal “y muchos colgantes”. ¿Y tulipanes? “También, pero tenemos que importarlas. Asimismo, es común que la gente venga fuera de temporada a pedir. Y tenemos, porque hacemos pedidos. Las rosas vienen de Perú, de Ecuador y son más baratas que las de acá. Nuestro cultivo de rosas no abastece”, remarca.
En el vivero San Rafael tienen sus propios cultivos y, salvo contadas y puntuales excepciones, no traen flores de afuera. A pesar de su envergadura, este negocio en particular solo opera en Cabañas. Se especializa, como la mayoría en la localidad, en plantas para jardinería, para macetas o para balcón. En cuanto a flores de corte (las que se cortan y se van sin raíz), tienen crisantemos y rosas que produce un tío del propietario. “Acá somos más de plantas ornamentales”.
La inversión requerida para dedicarse al negocio de la floricultura varía según la ambición del proyecto. Cáceres afirma que él empezó de cero y que hoy posee un capital de G. 1.000 millones. Pero hay quienes comienzan con menos capital.
“Esto exige mucha inversión y cuidado; un terreno de 50 metros por 30 cuesta 300 millones. Pero para empezar no necesitás mucho capital”, asegura. Sin embargo, Viviana afirma que la producción de flores posee un costo inicial muy alto, en infraestructura y en tecnología.
Negocio a futuro
Todo indica que la tradición floral de Cabañas está lejos de su techo y que, por el contrario, la tendencia apunta a un crecimiento sostenido de la actividad en ese lugar. “Hay ingenieros, arquitectos, que se están acercando para trabajar en la floricultura, aunque no tengan conocimiento sobre cómo hacerlo. Esto demuestra que consideran que puede ser una ocupación rentable. Hoy son pocos los que se dedican exclusivamente a esto, no como yo, que vivo de las plantas. Hay profesionales que tienen personal que trabaja para ellos”, revela Cáceres.
En la actualidad, los floricultores paraguayos todavía están a considerable distancia de competir con los de otros países. Lo admite Cáceres, quien asevera que hoy es imposible producir en el país al mismo nivel que lo hacen los extranjeros. “Ellos trabajan científicamente y usan una tecnología que no nos quieren revelar”, se queja el productor.
Él explica que las necesidades de los floricultores paraguayos hoy se orientan precisamente a la adquisición de tecnología de punta para producir y mantener sus plantas. “Acá nadie nos ayuda. En Brasil, el Gobierno apoya a los productores con infraestructura. No creo que nosotros lleguemos a eso. Este invernadero que nos hizo el Gobierno no sirve; nos cobraron G. 50 millones (estoy por terminar de pagarlo), tiene apenas dos años y ya se está deteriorando en los costados. A mí no me perjudica tanto, pero a otros productores sí".
Viviana prefiere hablar de sus proyectos y anuncia que se encuentran en la tarea de incorporar más invernaderos. Acerca del deterioro de aquellos que les vendió el Gobierno, explica que estas infraestructuras tienen un periodo de vida útil, dependiendo del tipo de madera utilizada en su preparación.
“Hay categorías de invernaderos. Están los que poseen soportes de madera y están los de metal, que tienen un costo más elevado pero ofrecen un mayor tiempo de vida útil. Los de madera duran cuatro años porque se van pudriendo. Nosotros cambiamos cada tanto, eso es normal. Uno se debe ir preparando”, sentencia.
Asociarse puede ser una salida para fortalecer a los productores. De hecho, hay algunas agrupaciones que nuclean a los floricultores, pero todavía carecen de fortaleza. La Expo Flora tiene más de 40 productores asociados, pero ingresar a ese círculo, en el que cada emprendedor le vende sus flores a la entidad –que luego las revende–, exige el pago de un derecho que muchos pequeños empresarios no están en condiciones de afrontar.
“Lo ideal es trabajar a nivel de cooperativas, pero falta conciencia. Parece que la gente todavía no se percató del provecho que pueden sacar de eso. Se intentó varias veces ya, pero hasta ahora no hubo resultados positivos”, lamenta Viviana.
Aun así, el entusiasmo no decae y parece que las iniciativas para instalar viveros están aumentando. “Para esto no hay que tener mucho conocimiento, pero te tiene que gustar. Lo que se necesita es voluntad, ganas de salir adelante y de trabajar”, coinciden nuestros entrevistados. Sin dudas, este es un negocio floreciente.
En crecimiento
En Cabañas, alrededor del 80% de sus habitantes están ocupados en actividades relacionadas a la floricultura. Hoy, cada vez hay más interesados en trabajar en la producción de flores, incluso oriundos de otras regiones del país.
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