La gran deforestación que sufre el Chaco, y ahora la reserva de San Rafael (Región Oriental), habla a las claras del menosprecio que nuestras autoridades tienen no solo hacia nuestros recursos naturales, sino hacia la mayoría de los paraguayos.
Permitir tal avasallamiento a nuestra flora y fauna expresa una mentalidad depredadora, egoísta y estúpida, pues creer que la desertificación que se está causando no nos puede afectar es pecar de ingenuos. Esta mentalidad consumista y extractivista que está instalada en la mal llamada “clase productora” nos está llevando a la catástrofe, ya que al exterminar miles y miles de hectáreas de bosques están tocando la calidad de vida de millones de paraguayos que ya están sintiendo los efectos.
El Paraguay es un paraíso, pero para los piratas y contrabandistas, también para aquellos a quienes no les interesa que medio utilicen para llegar al fin deseado. Nuestro fallido Estado permite que la madera, ilegalmente cortada, pueda circular y ser comercializada en nuestro territorio o allende nuestras fronteras a pesar de contar con una ley de deforestación cero. Solo hay que tener la coima al orden del día o contactos con los capos que están en el poder para poder vender una mercadería cuyo agotamiento acarrea el empobrecimiento de nuestros suelos, la sequía de nuestros ríos y todo el desbalance ecológico que ya estamos sufriendo.
Si hemos tenido gobernantes que nunca han mantenido o desarrollado políticas públicas dirigidas a sacar sistemáticamente de la pobreza a los seres humanos que habitan esta tierra, sino que los han mantenido en tal situación con algunas acciones cosméticas pero que en el fondo no cambian gran cosa, ¿qué podemos esperar cuando de la indefensa naturaleza se trata? Si no hay un mínimo de empatía de los que tienen el poder hacia sus congéneres, mucho menos podemos esperar tal cosa hacia algo que solo es visto como mercancía.
¿Es posible tamaña estupidez? ¿Puede haber gente que teniendo la capacidad de parar este saqueo que nos envenena de a poco, lo aliente con su ceguera o su complicidad? ¿No se dan cuenta de que están permitiendo el uso y el abuso del Paraguay, convirtiéndolo en un erial donde la vida no podrá ser si se elimina la fuente vital de todo?
De lo que se trata acá ya no tiene que ver con posiciones ideológicas, con ir meramente contra el consumismo exacerbado, con el capitalismo salvaje o con la lógica del mercado. Estamos ya ante una situación límite que exige sentido común, donde los datos son alarmantes y la catástrofe a la vuelta de la esquina. ¿Hay que esperar una epidemia, que el agua se agote o contamine, o algún otro efecto indeseable para que las autoridades reaccionen ante lo que ocurre frente a sus narices?
Si dejamos que el Paraguay se convierta en un desierto donde haya muerto ese imaginario que nos ubicaba y vanagloriaba como un lugar verde por excelencia, donde aquellos animales que conocimos como autóctonos se extingan, donde la fertilidad de suelo solo sea un triste recuerdo, si dejamos que los tractorazos eliminen nuestra rica naturaleza, habremos perdido la peor de nuestras batallas, una que no tendrá parangón con las dos guerras internacionales que tuvimos, porque esta nos eliminará lentamente, secará finalmente nuestra alma hasta volvernos cal seca, mientras los artífices de este vil despropósito irán con sus cuentas bancarias llenas a buscar otros lugares que expoliar dejando atrás algo que alguna vez tuvo bosques y que ahora es solo polvo que se lleva el viento.