Gloria Ortega (*)
El otro día conversaba con Rossana, propietaria de una peluquería en Coronel Oviedo, que había abierto recientemente una cuenta para que le paguen sus servicios. Ella me comentaba que en su peluquería tiene un cajón donde va guardando las recaudaciones del día, mayoritariamente en efectivo. Durante el transcurso de su jornada laboral, los billetes van entrando, pero también van saliendo.
La salida de dinero se da cuando Rossana tiene que comprar insumos para su peluquería, o hacer compras o pagos de servicios del día; como comida, luz, o recargar saldo. Pero esas no eran las únicas razones por las que el dinero salía de su cajón, pues también recibe la visita incansable de sobrinos, tíos, amigos cercanos o vecinos, solicitando o directamente accediendo al cajón, para fines varios como por ejemplo: “¿Tía, me prestas para mi merienda?”, o “¿querida vecina, me prestas para mi pasaje?” o “prima Rossana, prestame na para mi cuota de la moto y te devuelvo apenas tenga”.
Este cotidiano hábito de Rossana de ver el cajón abrirse para guardar y sacar dinero termina al final de la jornada, con un saldo en el cajón que muchas veces termina siendo cero. Ella me comentaba que muchas veces le costaba recordar todo lo que había ingresado y salido del cajón, y la enorme frustración de trabajar todo el día para ir a dormir con el cajón vacío y comenzar de vuelta al día siguiente.
Esta situación comienza a cambiar levemente en la vida de Rossana, pues desde que tiene una cuenta o billetera, el dinero le ingresa por pagos que le hacen sus clientes a su cuenta, y el cajón hoy requiere de su permiso y voluntad para controlar el dinero que sale, pues cualquier pedido de ayuda familiar o de amigos requiere que ella haga una transferencia o vaya a un cajero automático a retirar dinero para cumplir el pedido. Este pequeño detalle le dio a Rossana el control sobre lo que entra y lo que sale, pero lo más importante es que le dio el poder de decidir con qué monto quería ir a dormir cada día. Este poder le permite comenzar a pensar en otro tipo de futuro, decidiendo mejor en qué quiere gastar su dinero, cuánto le entra y cuánto decide que salga de su cajón digital.
La historia de Rossana es el mejor ejemplo de la inclusión financiera real, donde miles de Rossanas pueden decidir su futuro, y empoderarse de ese futuro sin que nadie les robe la soberana voluntad de decidir qué hacer con el fruto de su esfuerzo. Rossana puede también decidir ahorrar, invertir en su peluquería, hacer un préstamo que pueda pagar, hacer progresar su negocio, y lo más importante: Tiene en sus manos la opción de ir a dormir tranquila porque su dinero es suyo.
Paraguay comienza a transitar el camino sin retorno de una inclusión financiera conveniente para todos los que participan en construir un mejor futuro para Rossana. Algunas piezas ya comenzaron a moverse como ser el aumento billeteras y cuentas accesibles, convenientes y disponibles en forma digital, de la mano de un sistema de pagos que le permite a Rossana elegir cómo cobrar y cómo pagar en libre competencia de mercado. Quedan aún piezas aún no resueltas, muchas de ellas en manos de la regulación y la normativa y otras en manos de la transformación digital con mejor conectividad y acceso para Rossana y las miles de Rossanas que hay en todo el país.
Algunas de estas piezas faltantes son los pagos que el gobierno realiza por diferentes razones como ser jubilaciones, pagos a proveedores, pagos de salarios, pagos a jornaleros, pagos por protección social, becas, subsidios alimentarios, reposos médicos y muchos otros que aún no utilizan al máximo los servicios ya disponibles, y que podrían ayudar a lograr el mismo efecto de autocontrol y decisiones de progreso que ha tomado Rossana en la población beneficiaria de estos pagos.
Otra pieza que aún falta es la regulación de la identidad en el mundo digital, y los incentivos para que Rossana, además, trabaje formalmente y reciba los beneficios de ser formal. Y se sienta orgullosa de eso.
(*) Socia del Club de Ejecutivos